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Envió una copia a la oficina del defensor público. Ellos entrevistarían personalmente a los acusados y presentarían las alegaciones si se concedían. Pero este procedimiento también fue restringido dadas las circunstancias. Sólo se llevaría a cabo cuando hubiera prueba fehaciente de error, y la prueba era inalcanzable en la sección de cuarentena. Las injusticias eran posibles. Se condenaba por la palabra de un policía que había sido atacado y el visionado de una película que no mostraba lo que había ocurrido antes. Había quinientos informes de robos y delitos importantes sobre su mesa, cuando antes de la existencia de una sección de cuarentena podrían haber tratado con dos o tres casos similares al año. El ordenador estaba inundado de solicitudes de datos. Se habían dedicado días de trabajo a los documentos de identidad y otros papeles para la cuarentena, y todo aquello había sido destrozado. En la cuarentena se habían robado y destruido tantos documentos que no podía confiarse en la exactitud de ningún papel. La mayoría de las reclamaciones de documentos eran probablemente fraudulentas, y los más deshonestos eran los que reclamaban con más vehemencia. Las declaraciones juradas carecían de valor cuando imperaba la amenaza. La gente podía jurar cualquier cosa si ello contribuía a su seguridad. Incluso aquellos que habían llegado en regla, tenían documentos de cuya confirmación carecían: el departamento de seguridad confiscó carnets y documentos para salvarlos del robo, y entregaban algunos cuando podían establecer con certeza la identidad y encontrar alguien que se responsabilizara de los portadores en la estación… pero el sistema era lento comparado con el número creciente de refugiados, y la estación principal carecía de lugar donde alojarlos cuando llegaban. Era una locura. Intentaron con todos sus recursos eliminar los trámites burocráticos y las prisas, pero aquello no hizo más que empeorar las cosas.

Damon tecleó una nota personal a Tom Ushant, de la oficina del defensor. «Tom, si tienes la sensación de que algo no es correcto en cualquiera de estos casos, devuélvemelo al margen de los procedimientos. Estamos impartiendo demasiadas condenas y con excesiva rapidez. Es posible que se cometan errores. No quiero descubrir ninguno después de que comience el proceso».

No había esperado respuesta, pero la recibió. «Damon, echa un vistazo al expediente de Talley si quieres algo que te turbe el sueño. Fue sometido a Corrección en Russell». «¿Quieres decir que sufrió todo el proceso de Corrección?». «No ha pasado por la terapia. Me refiero a que la han utilizado al interrogarle». «Lo comprobaré». Cerró la comunicación, buscó el número de acceso y apareció el historial en la pantalla del ordenador. Página tras página de sus propios datos del interrogatorio pasaron por la pantalla, sin ofrecer en su mayor parte una auténtica información: nombre y número de la nave, deberes… Un sondista podría conocer poco más que los instrumentos de su trabajo. Recuerdos familiares… Su familia murió durante un ataque de la Flota a las minas de Cyteen. Un hermano muerto en servicio… razón suficiente para albergar rencores si lo deseaba. Fue educado por la hermana de su madre en la misma Cyteen, en una especie de plantación… Luego asistió a una escuela estatal, y recibió una buena formación técnica. Afirmaba desconocer la alta política, no tenía resentimientos por la situación. Las páginas se convirtieron en una transcripción sin condensar, divagaciones inconexas, y llegaron a detalles extremadamente personales, la clase de detalles íntimos que salían a la superficie con la Corrección, cuando buena parte del yo quedaba desnudo y lo examinaban y clasificaban. En lo más profundo aparecía el temor a ser abandonado, el miedo a ser una carga para sus familiares y merecer que le abandonaran. Tenía un enmarañado sentimiento de culpabilidad por la pérdida de su familia, y un temor constante a que sucediera de nuevo si volvía a relacionarse íntimamente con alguien. Había querido a su tía. «Cuidó de mí. A veces me abrazaba… me quería». No había deseado dejar su hogar, pero la Unión tenía sus exigencias. El Estado le mantenía, y cuando llegó a la edad reglamentaria se lo llevaron. Después de aquello, su vida se redujo a una enseñanza intensiva a cargo del Estado, educación supervisada, entrenamiento militar y ningún permiso para ir a casa. Durante algún tiempo recibió cartas de su tía; el tío jamás le escribió. Creía que la tía ya habría muerto, porque las cartas habían dejado de llegarle hacía varios años. Creía que, de estar viva, ella le hubiera seguido escribiendo, porque le quería. Pero albergaba temores, que no quería admitir, de que no le quisiera, de que en realidad hubiera preferido recibir el dinero del Estado. También se sentía culpable por no haber vuelto a su casa. Escribió a su tío y no obtuvo respuesta. Aquello le hirió, aunque él y su tío nunca se habían profesado mucho afecto. Actitudes, creencias… otra herida, una amistad rota. Una aventura amorosa inmadura, otro caso en que las cartas dejaron de llegar, y aquella herida se añadía a las anteriores. Una última amistad con un compañero de servicio… incómodamente interrumpida. Tendía a comprometerse hasta extremos desesperados. Abrazadme, repetía, lleno de patética y secreta soledad. Y más cosas.

Empezó a descubrirlas. Terror a la oscuridad. Una vaga y recurrente pesadilla: un lugar blanco. Interrogatorio, drogas. En Russell habían utilizado drogas, lo que iba en contra de las normas de la Compañía y de los derechos humanos… Se habían empeñado en conseguir algo que Talley simplemente no poseía. Le habían transferido desde la zona de Mariner a Russell, en el apogeo del pánico. Habían querido información en aquella estación amenazada y habían utilizado técnicas de Corrección en el interrogatorio. Damon apoyó el rostro en una mano y observó la progresión del informe fragmentario, sintiendo que la náusea le atenazaba el estómago. Se sentía avergonzado por el descubrimiento. Había sido un ingenuo, no había puesto en tela de juicio los informes de Russell, no los había investigado personalmente. Tenía otras cosas entre manos y personal que podía cuidarse de aquel asunto. Admitía que no había querido tratar aquel caso más de lo necesario. Talley nunca le había llamado. Le había engañado. Se había mantenido sereno, aunque ya estaba transtornado por el tratamiento anterior, a fin de conseguir de Pell que hiciera lo único que podría poner fin a su infierno mental. Talley le había mirado directamente a los ojos y preparado su propio suicidio.

Siguieron sucediéndose los datos… del interrogatorio bajo el efecto de drogas a la evacuación caótica, con los tumultos de la estación a un lado y la amenaza militar al otro. Y la experiencia de lo sucedido durante la larga travesía, como prisionero en una de las naves de Mazian… La Norway, al mando de Mallory.

Apagó la pantalla y permaneció sentado ante el rimero de papeles, las condenas sin terminar. Al cabo de un tiempo se puso a trabajar de nuevo, con los dedos ateridos mientras firmaba las autorizaciones.

Hombres y mujeres que habían abordado la estrella Russell, personas que, al igual que Talley, podían haber estado cuerdas antes de que todo aquello comenzara. Lo que había salido de aquellas naves, lo que había ahora en la sección de cuarentena… era obra de personas que no se diferenciaban de ellos mismos.

Él se limitaba a iniciar el proceso destructor de vidas que, como la de Talley, ya estaban destruidas, de hombres que era como él mismo, que habían rebasado los límites civilizados, en un lugar donde la civilización había dejado de tener significado.

La Flota de Mazian —incluso ellos, incluso los que estaban bajo el mando de Mallory— sin duda había empezado de un modo diferente.