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—Me llamo Inés Andilin, señor Ayres —le dijo—. Supongo que esto ha sido una lamentable sorpresa para usted, ¿verdad? Pero estas cosas ocurren. ¿Nos echará ahora una reprimenda en nombre de la Compañía por habernos apoderado de su nave? Es usted muy libre de hacerlo.

—No, ciudadana Andilin. En efecto, ha sido una sorpresa, pero no de proporciones devastadoras. He venido para ver cuanto pudiera, y he visto muchas cosas.

—¿Y qué es lo que ha visto, ciudadano Ayres? El aludido se adelantó unos pasos, los que le permitieron los rostros inquietos y el súbito movimiento de los rifles.

—Ciudadana Andilin, soy secretario segundo del Consejo de Seguridad en la Tierra. Mis compañeros pertenecen a los niveles más altos de la Compañía en la Tierra. Al inspeccionar la situación hemos visto la existencia de desorden y militarismo en la Flota de la Compañía, hasta tal punto que ha rebasado el límite de las competencias de la Compañía. Nuestros descubrimientos nos han consternado. Desautorizamos a Mazian; no deseamos retener territorios cuyos ciudadanos han decidido que desean ser gobernados de otro modo. Estamos ansiosos de liberarnos de un gravoso conflicto y una empresa sin beneficios. Usted sabe muy bien que posee este territorio. La cuerda está tensa y es demasiado delgada; no podemos obligar a los residentes del Más Allá a hacer algo que no quieren, y además, ¿por qué habría de interesarnos eso? No consideramos el encuentro en esta estación como un desastre. La verdad es que estábamos buscándoles.

En los rostros de los consejeros se reflejó cierta perplejidad. Ayres siguió hablando, alzando la voz.

—Estamos dispuestos a ceder formalmente todos los territorios disputados. Sinceramente, no estamos interesados en rebasar los límites actuales. El brazo móvil de la Compañía que llega a las estrellas se disuelve mediante la votación de los directores. Ahora nuestro único interés es separarnos ordenadamente de esas posesiones, retirarnos, y establecer una frontera firme que nos proporcione a ambos una libertad razonable.

Las cabezas de los consejeros se inclinaron, e intercambiaron murmullos. Hasta los maniquíes que rodeaban la cámara parecían turbados.

—Nosotros somos una autoridad local —dijo finalmente Andilin—. Tendrá usted ocasión de presentar sus ofertas a niveles más altos. ¿Puede contener a las naves de Mazian y garantizar nuestra seguridad?

Ayres aspiró hondo.

—¿La Flota de Mazian? No, teniendo en cuenta a los que la mandan.

—Viene usted de Pell.

—En efecto.

—¿Y dice que tiene experiencia en el trato con los capitanes de Mazian?

Ayres se quedó un momento en blanco. No estaba acostumbrado a tales interrogatorios. Pero se dio cuenta enseguida de que los mercantes sabrían y dirían tanto como podía hacerlo él. Retener información era algo peor que inútil; era peligroso.

—Tuve un encuentro con el capitán del Norway —confesó—, una tal Mallory.

Andilin inclinó la cabeza con gesto solemne.

—Signy Mallory. Un privilegio único.

—No para mí. La Compañía rechaza toda responsabilidad por el Norway.

Desorden, mala administración, rechazo de responsabilidad… y Pell cuenta con una buena reputación por su orden. Su informe me asombra. ¿Qué ha sucedido allí?

—No voy a actuar como agente confidencial de ustedes.

—No obstante, desautoriza a Mazian y la Flota. Ese es un paso radical.

—Pero no pongo en litigio la seguridad de Pell. Ese es nuestro territorio.

—Entonces no está dispuesto a ceder todos los territorios en disputa.

—Por territorios disputados, naturalmente, entendemos los que empiezan con Fargone.

—Aja. ¿Y cuál es su precio, ciudadano Ayres?

—Una transición de poder ordenada, ciertos acuerdos que aseguren la salvaguarda de nuestros intereses. Andilin se echó a reír.

—Usted quiere un tratado con nosotros. Olvida sus propias fuerzas y busca un tratado con nosotros.

—Es una solución razonable para una dificultad mutua. Han transcurrido diez años desde que recibimos el último informe fiable del Más Allá, y muchos años más con una flota de la que no tenemos control, que rechaza nuestra dirección, en una guerra que consume el producto de lo que podría ser un comercio mutuamente beneficioso. Eso es lo que nos trae aquí.

Un silencio mortal pesó en la atmósfera de la estancia. Al fin Andilin hizo un gesto de asentimiento que sacudió su doble papada.

—Señor Ayres, vamos a envolverle en algodón en rama y a entregarle con la máxima suavidad a Cyteen, muy esperanzados de que al final alguien de la Tierra haya recuperado el sentido. Permítame una última pregunta. ¿Estaba Mallory sola en Pell?

—No puedo responderle.

—Entonces no ha desautorizado a la Flota.

—Retengo esa opción en las negociaciones. Andilin frunció los labios.

—No tiene que preocuparse por proporcionarnos una información vital. Los mercantes no nos negarán nada. Si le fuera posible impedir que las naves de Mazian efectúen sus maniobras inmediatas, le sugeriría que lo intentara, para demostrar la seriedad de su propuesta… al menos usted haría un gesto simbólico durante las negociaciones.

—No podemos controlar a Mazian.

—Sabe que va a perder —dijo Andilin—. Sabe, de hecho, que ya ha perdido, y está tratando de darnos lo que ya hemos ganado… y obtener concesiones por ello.

«Tenemos poco interés en continuar las hostilidades, la lucha por ganar o perder. Creemos que nuestro objetivo inicial era asegurarnos de que las estrellas eran una empresa comercial viable; y es evidente que ustedes son viables. Tienen una economía con la que vale la pena comerciar, en una clase diferente de relación económica de la que teníamos antes, librándonos de una intervención del Más Allá que no deseamos. Podemos ponernos de acuerdo con respecto a una ruta, un punto de encuentro donde sus naves y las nuestras puedan ir y venir bajo un derecho común. Lo que ustedes hagan en su lado no nos interesa. Dirijan el desarrollo del Más Allá como les guste. Del mismo modo nosotros retiraremos algunos cargueros capacitados para el salto estelar, los mandaremos a casa al inicio de ese comercio. Si nos es posible asegurar cierta paralización de las actividades de Conrad Mazian, retiraremos también las naves que ahora nos son indispensables para nuestra defensa. Le estoy hablando con toda franqueza. Los intereses que perseguimos son tan distintos, que no hay ninguna razón lógica para que continúen las hostilidades. Usted tiene el reconocimiento absoluto de que es el gobernador legítimo de las colonias exteriores. Yo soy negociadora y embajadora interina si las negociaciones tienen éxito. No lo consideraremos como una derrota si la voluntad de la mayor parte de las colonias le ha apoyado; su calidad de gobernador de esas regiones es persuasiva al respecto. Extendemos a usted el reconocimiento formal de la nueva administración que se ha encargado de nuestros asuntos… situación que explicaré con más detalle a sus autoridades centrales. Y estamos preparados para abrir negociaciones comerciales al mismo tiempo. Se pondrá fin a todas las operaciones militares sobre las que tengamos poder de control. Por desgracia, no tenemos la posibilidad física de detenerlas, sino tan sólo de retirar nuestro apoyo y aprobación.

«Soy una administradora regional, separada un grado de nuestro directorio central, pero no creo, embajador Ayres, que el directorio abrigue duda alguna para iniciar una discusión abierta de estos asuntos. Al menos, tal como ve las cosas un administrador regional, eso es lo que debe hacerse. Permítame que le dé una cordial bienvenida.