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—La rapidez… salvará vidas.

—Así es. Estos soldados le conducirán a un alojamiento seguro. Sus compañeros se reunirán con usted.

—¿Es un arresto?

—En absoluto. Todo lo contrario, es una protección. La estación acaba de ser tomada y aún es insegura. No queremos que corra ningún peligro. Ya se lo he dicho… algodón en rama, señor embajador. Vaya adonde quiera, pero siempre con una escolta de seguridad. Y si me permite que le dé un buen consejo, descanse. Partirá tan pronto como podamos despachar una nave. Ni siquiera es seguro que pueda descansar una noche completa antes de esa partida. ¿Está de acuerdo, señor?

—De acuerdo —dijo él, y Andilin llamó al joven oficial y habló con él.

El oficial le hizo una seña, esta vez con la mano. Todos los reunidos a la mesa le despidieron con gestos de cortesía, y Ayres salió sintiendo frío en la espalda.

Pensó en el sentido práctico de cuanto le rodeaba, los guardianes demasiado iguales, la frialdad por todas partes. El consejo de Seguridad en la Tierra no había visto tales cosas cuando dio sus órdenes y trazó sus planes. La falta de estaciones intermedias en dirección a la Tierra, desde el desmantelamiento de las bases en las Estrellas Posteriores, hacía que la extensión de la guerra fuese logísticamente improbable, pero Mazian no había logrado impedir que se extendiera al Más Allá, lo cual había agravado la situación, haciendo que las hostilidades alcanzaran niveles peligrosos. La súbita perspectiva de que las fuerzas de Mazian reactivaran las estaciones de las Estrellas Posteriores en una acción de atrincheramiento detrás de Pell, le hacía sentirse enfermo.

Los aislacionistas se habían salido con la suya durante demasiado tiempo. Ahora había que tomar decisiones más difíciles, acercarse a la llamada Unión, llegar a acuerdos, trazar fronteras, barreras, elementos de contención.

Si la cuerda no se mantenía tensa, el desastre sería inevitable. Eran previsibles las posibilidades de que la misma Unión activara aquellas estaciones abandonadas en dirección a la Tierra, estableciendo bases convenientes. Había una flota en construcción en la estación Sol. Necesitaba tiempo. Mazian había sido pasto para las armas de la Unión hasta entonces. La misma Sol tendría que estar al frente de la próxima resistencia, Sol, y no aquella cosa acéfala en que se había convertido la Flota de la Compañía, que rechazaba las órdenes de ésta y hacía lo que le venía en gana.

Sobre todo tenían que conservar Pell, tenían que mantener aquella base.

Ayres se dejó conducir por su escolta y se acomodó en el apartamento que le habían destinado, varios niveles más bajos, dotado de excelentes comodidades que tuvieron la virtud de tranquilizarle. Hizo un esfuerzo para sentarse y parecer relajado mientras aguardaba a sus compañeros, cuya reunión con él le habían asegurado… y al fin llegaron, en grupo e inquietos por su situación. Ayres hizo salir a su escolta, cerró la puerta, y echó un vistazo a los rincones del apartamento, advirtiendo en silencio a sus compañeros de que no podían hablar libremente, ya que podrían tener micrófonos ocultos. Los demás, Ted Marsch, Karl Bela, Ramona Días, comprendieron y no dijeron nada. Él confió en que no hubieran exteriorizado hasta entonces sus pensamientos.

Alguien en la estación Viking, una tripulación de carguero, se encontraba en gran dificultad. De eso no tenía duda. Se suponía que los mercantes podían atravesar las líneas de batalla, sin que les ocurriera nada peor que el acompañamiento ocasional a puertos distintos de los que habían planeado; o a veces, si les detenía una de las naves de Mazian, la confiscación de parte de la carga o un hombre o mujer de la tripulación. Los mercantes estaban acostumbrados a ello. Y los que les habían llevado a Viking mantendrían, la detención hasta que aquello que habían visto en Pell y allí dejara de tener valor militar. Ayres confiaba en que ése fuera el caso. No podía hacer nada por ellos.

No durmió bien aquella noche, y antes de las primeras horas de la nueva jornada, tal como Andilin le había advertido, les hicieron levantarse de la cama para embarcar en una nave que se internaría más en territorio de la Unión. Les habían prometido que su destino era Cyteen, el centro del mundo rebelde. Su suerte estaba echada. No podían volverse atrás.

XV

Prevención de Pelclass="underline" Sector rojo; 6/27/52

Él había vuelto. Josh Talley miró por la ventana de su habitación y se encontró con el rostro que estaba allí tan a menudo, recordando, de la manera vaga con que recordaba cualquier cosa reciente, que había conocido a aquel hombre y que formaba parte de lo que le había sucedido. Esta vez sostuvo la mirada de aquellos ojos y, sintiendo más curiosidad de la que hubiera deseado, se levantó de su litera, caminando con dificultad debido a la debilidad general de sus miembros, se acercó a la ventana y miró de cerca al joven. Acercó una mano a la ventana, anhelante, pues todos se mantenían alejados de él, y vivía por completo en un limbo blanco, donde estaban suspendidas todas las cosas, donde el sentido del tacto estaba embotado, los sabores eran inapreciables y las palabras parecían llegar de muy lejos. Y él iba a la deriva en esa blancura, indiferente y aislado.

«Salga», le habían dicho sus médicos. «Salga siempre que tenga ganas. El mundo está ahí fuera. Puede ir hacia él cuando quiera».

La suya era una seguridad como la del feto en la matriz. Allí aumentaba su fuerza. Hubo un tiempo en que se limitaba a permanecer tendido en la litera, sin el menor deseo de moverse, con los miembros pesados como plomo, lleno de fatiga. Ahora estaba mucho más fuerte; podía sentir deseos de levantarse y observar a aquel desconocido. Volvía a ser valiente. Por primera vez supo que estaba mejorando, y aquello le hizo sentirse aún más valiente.

El hombre que estaba al otro lado de la ventana se movió, alargó una mano y la colocó en la ventana, haciéndola coincidir con la de él, y Talley sintió en sus nervios embotados un cosquilleo de excitación, esperando el contacto, la sensación, por débil que fuera, de otra mano contra la suya. El universo existía más allá de la lámina de plástico. Estaba hipnotizado por esta revelación. Miró los ojos oscuros y el delgado rostro joven de un hombre vestido con un traje marrón, y se preguntó si aquel hombre que estaba fuera de la matriz era él mismo, pues las manos coincidían perfectamente, tocaban y no eran tocadas.

Pero él iba vestido de blanco, y no había ningún espejo.

Tampoco aquel rostro era el suyo. Recordaba imprecisamente su propio rostro, pero el recuerdo le traía la imagen de un muchacho, una vieja imagen de sí mismo. No podía recuperar al hombre. No era la mano de un muchacho la que se tendía, ni tampoco lo era la que se dirigía a él, con independencia de su voluntad. Le habían ocurrido muchas cosas y no podía abarcarlas todas. No quería hacerlo. Recordaba el miedo.

El rostro detrás de la ventana le sonrió, con una sonrisa débil y amable. Él la devolvió y tendió la otra mano para tocar el rostro, tras el frío plástico.

—Salga —le dijo una voz desde la pared.

Recordó que podía hacerlo. Vaciló, pero el desconocido seguía invitándole. Vio que los labios se movían al ritmo del sonido que salía de otra parte. Y cautamente se acercó a la puerta que, según decían, estaba abierta para que saliera siempre que lo deseara.

La puerta se abrió. De repente debía enfrentarse al universo sin seguridad. Vio al nombre allí de pie, mirándole. Y si le tocaba, notaría el frío del plástico; y si el hombre le miraba con el ceño fruncido, no tendría donde ocultarse.

—Josh Talley —dijo el joven—. Soy Damon Konstantin. ¿Me recuerda?

Konstantin. Aquel era un nombre poderoso. Significaba Pell y poder. No sabía qué más podía significar, salvo que una vez habían sido enemigos y que ya no lo eran. Todo había sido borrado, perdonado. Y le había llamado Josh Talley. El hombre le conocía. Se sintió personalmente obligado a conocer a aquel Damon, pero no podía, y eso le azoraba.