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Estaban dispersando a los obreros veteranos, los que se entrenaban y los asignados a cuarentena a las distintas bases alzadas a lo largo de la carretera, procurando mantener unas proporciones que no dejasen al personal vulnerable a los alborotos. Trataban de transformar en trabajadores a la gente de la cuarentena, aunque éstos creían que los estaban manipulando. Procuraban trabajar con la moral alta. Sólo trasladaban a los que estaban dispuestos a hacerlo, y los más díscolos permanecían en la base principal, en aquella cúpula enorme, tantas veces agrandada y llena de parches que ya no merecía el nombre de cúpula, y que se extendía irregularmente por la próxima colina, constituyendo una continua dificultad para ellos. Los trabajadores humanos ocupaban varias cúpulas junto a ella, unas cúpulas de privilegio, muy cómodas, y siempre se mostraban reacios a que los transfiriesen a condiciones más primitivas en los pozos o los nuevos campamentos, con el bosque, las inundaciones, la cuarentena y los extraños hisa.

Las comunicaciones eran el mayor de los problemas. Estaban unidos por intercomunicadores, pero eso no les impedía tener una abrumadora sensación de soledad. Lo ideal para ellos hubiera sido estar comunicados por vía aérea, pero el único avión ligero que construyeron años atrás se estrelló en el campo de aterrizaje… Los aviones ligeros y las tormentas de Downbelow no casaban. Tenían que desbrozar una pista de aterrizaje para los transbordadores. Aquello estaba en el programa, al menos para la base tres, pero la tala de árboles debía realizarse con los nativos, y eso era delicado. Con el nivel técnico de que disponían en aquel mundo, los tractores oruga seguían siendo el modo más eficaz de salir adelante, paciente y lento, como siempre había sido el discurrir de la vida en Downbelow, traqueteando por el barro y el agua para maravilla y entretenimiento de los nativos. Petróleo y grano, madera y verduras invernales, pescado seco, un experimento para domesticar los pitsu que llegaban hasta la rodilla y que cazaban los nativos… («Vosotros malos», habían declarado al respecto los hisa, «los calentáis en vuestro campamento y los coméis. Eso no es bueno». Pero los nativos en la base uno se habían convertido en pastores y habían aprendido a comer carne de animales domésticos. Lukas lo había ordenado, y aquél era uno de los pocos proyectos de Lukas que había salido bien). Los humanos en Downbelow estaban bastante bien equipados y se alimentaban a sí mismos y a la estación entera, a pesar del enorme aumento de población. No era pequeña su tarea. Las manufacturas, tanto en la estación como en Downbelow, trabajaban sin descanso. Tenían que bastarse a sí mismos. Duplicar cada artículo que normalmente importaban, llenar todos los cupos no sólo para ellos mismos sino para la estación sobrecargada y almacenar lo que pudieran… Allí, en Downbelow, todo les caía sobre el regazo, el exceso de población, la carga de la gente que se había criado en la estación, los suyos y los refugiados, los cuales nunca habían estado en un mundo. Ya no podían depender del comercio que en otro tiempo entrelazaba a Viking y Mariner, Esperance, Pan-Paris, Russell, Voyager y otras estaciones en un Gran Círculo propio, en el que satisfacían mutuamente sus necesidades. Ninguna de las otras estaciones podría haberse desenvuelto por sí sola, ninguna tenía el mundo vivo que se necesitaba… un mundo vivo y gente que pudiera trabajarlo. Ahora había planes en perspectiva, las primeras tripulaciones se ponían en movimiento para hacerse cargo de la actividad minera en el mundo, pospuesta durante mucho tiempo, y duplicar los materiales ya disponibles en todo el sistema de Pell…, por si las cosas iban peor de lo que nadie quería pensar. Aquel verano tendrían nuevos y extensos programas en funcionamiento, cuando estuvieran en condiciones de acercarse otra vez a los nativos. Y en el otoño, la estación laboral de los nativos, aquellos programas estarían en marcha. Los vientos fríos les harían pensar de nuevo en el invierno y trabajarían sin descanso, trabajarían para los humanos y para ellos mismos, acarreando cargas de musgo suave a sus túneles en las colinas llenas de árboles.

Downbelow iba a cambiar. Su población humana se había cuadriplicado. Emilio y Miliko lo lamentaban. Ya habían acotado algunas zonas en los omnipresentes mapas de Miliko, lugares que nunca deberían hollar los pies humanos, los sitios hermosos, cuyo carácter sagrado conocían, y los lugares vitales tanto para los ciclos reproductores de los hisa como de las especies salvajes.

Tenían que someter aquellos planes al consejo aquel mismo año, antes de que se incrementara la presión. Establecer protecciones para las cosas que habían de durar. La presión ya era evidente. La tierra ya mostraba cicatrices, el humo del molino, los tocones de los árboles, las feas cúpulas y los campos cultivados junto al río, las extensiones de tierra que se iban deforestando a lo largo de las enfangadas carreteras. Habían querido embellecerlo a medida que progresaban, hacer jardines, camuflar carreteras y cúpulas… pero ya había pasado la oportunidad.

Él y Miliko habían resuelto que no permitirían que los daños se repitieran. Amaban a Downbelow, a lo mejor y lo peor de aquel mundo, a los exasperantes hisa y la violencia de las tormentas. Los humanos podían refugiarse en la estación, cuyos antisépticos corredores y su mobiliario suave les aguardaban siempre. Pero a Miliko le agradaba tanto como a él estar allí. Era delicioso hacer el amor por la noche cuando la lluvia tamborileaba sobre el plástico de la cúpula, los compresores emitían su ruido sordo en la oscuridad y las criaturas nocturnas de Downbelow cantaban alocadas en el exterior. Disfrutaban de los cambios que hora tras hora se producían en el cielo, el sonido del viento en la hierba y el bosque a su alrededor, se reían de las travesuras de los nativos y dirigían aquel mundo con energía para resolverlo todo excepto el problema climático.

Añoraban su hogar, la familia y aquel mundo distinto y más amplio. Pero hablaban de otras cosas, incluso habían hablado de construirse una cúpula propia en su tiempo libre, en los próximos años, cuando allí se construyeran hogares, una esperanza que había estado muy próxima a cumplirse hacía uno o dos años, cuando el establecimiento en Downbelow había sido tranquilo y fácil, antes de que llegaran Mallory y los otros, antes de la cuarentena.

Ahora sólo pensaban en cómo sobrevivir en el nivel al que estaban viviendo. Se diseminaba a la población y la ponían bajo guardia, por temor a lo que pudieran tratar de hacer. Se abrían nuevas bases al nivel más primitivo, mal preparadas. Se intentaba cuidar de la tierra y de los nativos a la vez, y fingir que nada iba mal en la estación.

Terminó la tarea, salió y entregó los papeles al expedidor, Ernst, el cual era también contable y programador del ordenador, pues allí todos hacían varios trabajos. Regresó a su oficina-dormitorio y contempló a Miliko y el montón de mapas sobre su regazo.

—¿Quieres que almorcemos? —le preguntó.

Tenía que ir al molino por la tarde y confiaba en poder tomar tranquilamente una taza de café y ser de los primeros en tener acceso al horno de microondas, que era otro lujo del rango bajo la cúpula… algún tiempo para sentarse y descansar.

—Casi he terminado —dijo ella.

Sonó un timbre, tres agudas vibraciones que acabaron con la quietud del ambiente. El transbordador llegaba temprano; él había supuesto que llegaría al anochecer. Movió la cabeza.

—Todavía hay tiempo para almorzar —le dijo a Miliko.

El transbordador aterrizó antes de que hubieran terminado. Todos en Operaciones habían llegado a la misma conclusión, y el expedidor, Ernst, dirigía las maniobras mientras daba cuenta de su bocadillo. Aquella era una dura jornada para todos.

Emilio tragó el último bocado, apuró el café y se puso la chaqueta. Miliko hizo lo propio.

—Nos traen más tipos para cuarentena —dijo Ernst desde su mesa, y un momento después, en voz lo bastante alta para que se oyera en toda la cúpula—. Doscientos de ellos, todos hacinados en esa maldita bodega como pescado seco. Transbordador, ¿qué tenemos que hacer con ellos?