—Recuerdo que me ha preguntado eso en otra ocasión —dijo Talley—. Es usted uno de los Konstantin, los que poseen Pell, ¿verdad?
—No la poseemos, pero hace mucho tiempo que estamos aquí.
—En cambio, yo hace poco que estoy aquí, ¿verdad?
Bajo sus palabras subyacía un tono de preocupación. Damon sintió un escalofrío y se preguntó qué sentiría uno al saber que ciertos fragmentos de su mente habían desaparecido. ¿Cómo podía tener sentido algo?
—Nos conocimos cuando usted llegó aquí. Debería saberlo… Soy el que accedió a que se sometiera a Corrección, en la oficina de Asuntos Legales. Firmé los documentos de compromiso.
Entonces el joven pareció tener una leve reacción, pero en aquel momento llegó el ascensor. Damon sostuvo la puerta abierta.
—Usted me dio los documentos —dijo Talley. Entró en el camarín y Damon le siguió y dejó que la puerta se cerrara. El ascensor inició la ascensión hacia el nivel verde, cuyo botón había oprimido—. Usted me visitaba con frecuencia. Era el que estaba allí muy a menudo, ¿verdad?
Damon se encogió de hombros.
—No quería llegar a eso; no me parecía bien. Creo que lo comprende.
—¿Desea algo de mí?
En el tono de Talley estaba implícita su buena disposición, o al menos su aceptación de todas las cosas. Damon le devolvió la mirada.
—Tal vez su perdón —le dijo con cinismo.
—Eso es fácil.
—¿De veras?
—¿Por eso ha venido? ¿Ese ha sido el motivo de su visita? ¿Por lo que me ha pedido que le acompañara?
—¿Usted qué cree?
La amplia mirada se anubló un poco y pareció concentrarse.
—No lo sé. Ha sido usted amable al venir.
—¿Creía que podría no serlo?
—Desconozco cuál es la extensión de mi memoria. Sé que tiene lagunas. Es posible que le conociera a usted antes. Podría recordar cosas que no son ciertas. Todo es lo mismo. Usted no me hizo nada, ¿no es así?
—Pude haberlo impedido.
—Yo pedí la Corrección… ¿verdad? Creía que lo había pedido.
—Lo pidió, en efecto.
—Entonces recuerdo algo que es cierto. O acaso me lo dijeron. No lo sé. ¿Debo ir con usted o es esto todo lo que quería?
—¿Preferiría no venir conmigo?
Talley parpadeó repetidamente antes de responder.
—Pensaba… cuando no estaba muy bien… que tal vez le había conocido. Entonces carecía por completo de memoria. Me alegraba de que usted fuera a verme. Era alguien… del otro lado de los muros. Y los libros… gracias por los libros. Me alegré mucho al recibirlos.
—Míreme.
Talley le obedeció, con una ligera aprensión.
—Quiero que venga. Me gustaría que viniera. Eso es todo.
—¿Adónde dijo? ¿A conocer a su esposa?
—A conocer a Elene y a ver Pell, es decir, lo mejor que tiene Pell.
—De acuerdo. —La mirada de Talley siguió fija en él, una mirada que expresaba confianza.
—Le conozco —dijo Damon—. He leído los informes del hospital. Sé cosas de usted que ignoro de mi propio hermano. Creo que es justo decírselo.
—Todo el mundo las ha leído.
—¿Quién es… todo el mundo?
—Todas las personas que conozco. Los médicos… todos los del centro.
Damon pensó en ello. Le disgustaba profundamente que una persona hubiera de someterse a semejante intrusión.
—Se borrarán las transcripciones.
—Como me han borrado a mí. —Una débil y triste sonrisa curvó los labios del joven.
—No ha sido una reestructuración total —dijo Damon—. ¿Comprende?
—Sé lo que me han dicho.
El ascensor se detuvo finalmente en el sector verde. Las puertas se abrieron ante uno de los corredores de más tráfico de Pell. Otros pasajeros querían entrar. Damon cogió a Talley del brazo y le hizo pasar entre la gente. Algunas cabezas se volvieron hacia ellos, al ver a un desconocido de aspecto fuera de lo corriente, o el rostro de un Konstantin, con relativa curiosidad. Se oía rumor de voces y una música suave que llegaba de la sala general. Algunos trabajadores nativos estaban en el corredor, atendiendo las plantas que crecían allí. Damon y Talley avanzaron entre el anonimato de la gente que iba y venía por el amplio pasillo.
Este daba acceso a la sala general, que estaba a oscuras, y cuya única luz procedía de las enormes pantallas proyectoras que tenía por paredes y en las que se veían estrellas, la media luna de Downbelow, el resplandor del sol filtrado y las plataformas recogidas por las cámaras exteriores. La música era agradable, una mezcla de sonidos electrónicos, campaneos y de vez en cuando el trémolo de un bajo, todo ello equilibrado por el rumor de la conversación en las mesas que llenaban el centro de la sala curva. Las pantallas cambiaban con el giro incesante de Pell, y las imágenes pasaban de vez en cuando de una a otra de las pantallas que se extendían desde el suelo hasta el alto techo. El suelo y las diminutas figuras humanas sentadas a las mesas estaban a oscuras.
—Quen-Konstantin —dijo Damon a la joven que estaba tras el mostrador de la entrada.
Enseguida se acercó un camarero para conducirlos a la mesa reservada. Pero Talley se había detenido. Damon miró atrás y vio que miraba boquiabierto las pantallas.
—Josh. —Al ver que no reaccionaba le tocó suavemente un brazo—. Por aquí.
Algunos recién llegados a la sala general perdían el equilibrio a causa del lento giro de las imágenes que empequeñecían las mesas. Damon sostuvo el brazo del joven mientras avanzaban hacia la mesa, en primera fila, con una vista sin ningún obstáculo de las pantallas.
Elene se levantó cuando llegaron.
—Josh Talley —dijo Damon—. Elene Quen, mi esposa. Elene parpadeó, con la reacción común de cuantos veían a Talley. Tendió la mano lentamente, y él se la estrechó.
—Josh, ¿verdad? Elene. —Se sentó de nuevo y ellos lo hicieron también. El camarero aguardaba—. Otro. —dijo Elene.
—Especial —añadió Damon, mirando a Talley—. ¿Tiene alguna preferencia o confía en mí?
Talley se encogió de hombros, al parecer incómodo.
—Dos —dijo Damon, y el camarero se marchó. Miró a Elene—. Esta noche hay mucha gente.
—Últimamente son pocos los residentes que van a las plataformas —comentó Elene.
Aquello explicaba la afluencia de público. Los mercantes estacionados habían ocupado en exclusiva un par de bares, lo cual creaba un problema de seguridad.
—Aquí sirven de cenar —dijo Damon, mirando a Talley—. Por lo menos bocadillos.
—Ya he comido —replicó el muchacho en un tono distante, apropiado para cortar toda conversación.
—¿Ha pasado mucho tiempo en estaciones? —le preguntó Elene.
Damon buscó su mano por debajo de la mesa, pero Talley movió la cabeza, sin afectarse lo más mínimo por la pregunta.
—Sólo he estado en Russell.
—Pell es la mejor —aseguró Elene, y Damon se preguntó si lo decía en 'serio—. No hay nada como esto en las otras.
—Quen… es un nombre de mercante.
—Lo fue. Los destruyeron en Mariner. Damon le apretó la mano sobre el regazo. Talley la miró compungido.
—Lo siento.
Elene movió la cabeza.
—Estoy segura de que usted no tuvo la culpa. Los mercantes reciben de uno y otro lado. Tuvieron mala suerte, eso es todo.
—No puede recordar —dijo Damon.
—¿No puede? —le preguntó Elene. Talley hizo un leve gesto negativo.
—Así pues, nadie tuvo la culpa. Me alegro de que haya podido venir. La Profundidad le envió. ¿Sólo un estacionado ha jugado a los dados con usted?
Damon estaba perplejo, pero Talley sonrió débilmente, como si aquél fuera un extraño chiste que parecía comprender.