—No va a pasar nada —dijo, atrayéndola suavemente hacia sí y sintiendo la cariñosa presión de la mano de Elene, a modo de respuesta—. No va a llegar hasta aquí. Sólo están alejando a los civiles del frente. Se quedarán aquí hasta que pase la crisis y luego se marcharán. Pero, si no, ya tuvimos antes inmigraciones parecidas, cuando arrasaron las estaciones más remotas. Y añadimos más secciones a la nuestra. Podemos volver a hacerlo. Lo único que pasará es que aumentaremos en número y en tamaño.
Elene guardó silencio. Insistentes rumores, salidos del propio mando y que se habían propagado por toda la estación, apuntaban a un desastre mayor que el del Mariner, y la Estelle no se encontraba entre los cargueros que llegaban. Ahora estaban totalmente seguros. Cuando recibieron las primeras noticias de la arribada, Elene, albergó la esperanza de que formara parte de ellos. Esperanza, pero también temor, porque la noticia incluía un informe sobre serios daños sufridos por las naves, unos cargueros de marcha lenta, atestados con un pasaje para el que no habían sido diseñadas, ya que tenían que avanzar a pequeños «saltos» debido a su escasa autonomía. Cuanto más se alejaban más días tenían que pasar en el espacio real, metidos en el infierno de sus propias naves. Se rumoreaba que no llevaban suficientes drogas para poder superar el salto interestelar y que algunos tuvieron que cruzar la barrera del salto sin ellas. Damon trataba de comprender la preocupación de Elene. El hecho de que la Estelle no estuviese en aquel convoy era a la vez una buena y una mala noticia. Probablemente se había desviado del rumbo previsto al intuir el problema y se había dirigido hacia cualquier otra parte, lo que tampoco era demasiado tranquilizante porque la guerra se hacía presente en los lugares más impensados. Una estación desintegrada, y la evacuación de Russell. Los lugares seguros eran cada vez menos seguros.
—Probablemente —dijo él, reprimiendo el deseo de reservarse la noticia para otro momento—, nos trasladarán al sector azul, a instalaciones llenas de gente que es donde más falta hace resolver problemas legales. Así que estaremos entre los que se tienen que marchar.
—Bueno. ¿Está ya decidido? —preguntó ella encogiéndose de hombros.
—No. Pero lo decidirán.
Elene se encogió nuevamente de hombros. Iban a perder su hogar y lo único que podía hacer era encogerse de hombros. Se quedó mirando a través de los ventanales hacia las plataformas, y a la gente, y a las naves mercantes.
—La guerra no va a llegar hasta aquí —volvió a decir Damon, esforzándose por creerlo—. La Compañía podrá perderlo todo, pero no la neutralidad de Pell.
Pell, era su hogar. Algo que la gente de los mercantes no podría comprender nunca. Los Konstantin lo habían construido desde sus comienzos.
—Tengo que ir para allá, al circuito de plataformas puestas en cuarentena —dijo Damon, movido por su sentido de responsabilidad.
La Norway ralentizó al frente de la formación, con la adusta sección central de Pell convertida en una maraña luminosa en las pantallas de sus monitores. Las naves de reconocimiento se abrieron en abanico, para desviar cualquier posible ataque a los cargueros, Las tripulaciones de los mercantes que iban al mando de aquellas naves llenas de refugiados conservaron prudentemente la formación sin crear ningún problema. El halo creciente del mundo de Pell… Downbelow, dentro de la toponimia de Pell, colgaba más allá de la estación, mostrando en su superficie el torbellino de las tormentas. Acababan de sintonizar la señal de la estación de Pell que les transmitía incluso la imagen del espacio acotado y señalizado para su acoplamiento. El cono en el que se albergaría la proa de su sonda resplandecía con una luz azul que indicaba vía libre. SECCIÓN NARANJA, se podía leer en la pantalla del monitor, a pesar de la distorsión de la imagen que aparecía entre una maraña de cuadrantes y paneles solares, Signy comprobó en el receptor que todo lo que aparecía en la imagen que recibían de Pell era real. La comunicación entre la central de Pell y los canales de la nave era constante y tenía a una docena de técnicos trabajando febrilmente en la sala de mandos.
Todo estaba dispuesto para la aproximación final y la Norway fue reduciendo gradualmente su velocidad, a la vez que los paneles de protección del cilindro interior iban cerrándose, dejando toda la estructura dispuesta para el atraque junto a la plataforma en la que se advertía el febril movimiento del personal encargado de las operaciones. El cono de la nave enfiló fácilmente el punto de atraque y sintieron el tirón característico del último impulso de la sonda viendo como se abrían ante sí los accesos a Pell.
—Ningún problema en el acoplamiento —dijo Graff—. La policía de la estación cubre ya todo el lugar.
—Atención, hay un mensaje —anunció el lugarteniente—. El comandante de la estación Pell a la Norway: Se recaba la colaboración de los técnicos militares en las oficinas instaladas para facilitar el proceso de datos de sus instrucciones. Hasta ahora se ha procedido de acuerdo a sus indicaciones. Saludos del comandante a la capitana Mallory.
—Respuesta: La Hansford va a iniciar el desembarco, pero con graves problemas para mantener con vida a quienes están en peores condiciones y con peligro de reacciones incontrolables. Manténganse alejados. Fin de transmisión.
—Graff, póngase al mando de la operación de desembarco; y usted, Di, sitúe inmediatamente las tropas sobre la plataforma.
Signy, tras dar aquellas órdenes se levantó y cruzó todo el puente, pasando por delante de las estrechas y arqueadas estructuras de las salas de mandos hasta llegar al pequeño compartimento que le hacía las veces de oficina y de ocasional dormitorio. Abrió el armario y descolgó un chaleco metiéndose una pistola en el bolsillo. No era un uniforme. Probablemente, nadie en la Flota vestía conforme a las ordenanzas, lo que puede dar una idea del pésimo equipamiento que llevaban soportando durante mucho tiempo. La insignia de capitana, colgada al cuello, era lo único que diferenciaba su indumentaria de la del patrón de cualquier mercante. Y las tropas no iban mejor uniformadas, aunque sí blindadas. Esto era algo esencial que se preocupaban, a toda costa, de mantener en perfecto estado. Luego, se apresuró a bajar hacia el ascensor, que estaba en la planta inferior, cruzando entre las tropas que Di Janz había ordenado que se dirigiesen a la plataforma, armadas hasta los dientes, saliendo por el tubo de acceso al ancho y frío espacio abierto.
Toda la enorme plataforma era suya, y le ofrecía la perspectiva de su ascendente curvatura, con los arcos de la sección desapareciendo como bajo un telón conforme el borde curvo de la estación giraba a la izquierda hacia el gradual horizonte. A la derecha, la vista se detenía en una valla circular. En el lugar no había más que el personal estrictamente necesario para las operaciones de atraque y las grúas. El puesto de policía y las oficinas provisionales para el proceso de datos estaban bastante alejados de la Norway. No había trabajadores nativos porque allí, en aquellas circunstancias, no se juzgó conveniente. Toda la plataforma estaba sembrada de papeles, trastos e incluso pequeñas prendas de vestir que evidenciaban lo apresurado de la evacuación. Las oficinas y las tiendas que se levantaban a ambos lados de la plataforma estaban vacías y el noveno pasillo, que discurría por el centro de la plataforma se hallaba sucio y solitario. La voz grave y profunda de Di Janz producía un extraño eco entre las estructuras metálicas de la plataforma como si quisiesen reiterar la orden de que se desplegasen las tropas por toda la zona de atraque de la Hansford.