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Salió al rellano. Maria le dio un golpecito con el abanico, y sonrió.

Los tres jóvenes se pusieron de pie, cuando Maria y sus amigas entraron en la habitación, riendo.

– Avanti, sorelle!

Capítulo 39

Era poco antes de las ocho cuando Palieski regresaba a su apartamento, desde el hotel donde había pasado la noche.

Encontró a tres jóvenes de hinchados rostros forcejeando con su ropa interior.

– Hemos de volver al consulado -gimió Compston, cubriéndose los ojos de la luz-. A recoger nuestras cosas. -Sacó su reloj de bolsillo y lo miró; una expresión de horror se extendió por sus enrojecidos rasgos-. ¡Oh, Dios mío! ¡Fizerly! ¡Disponemos sólo de media hora!

– Me he cuidado de todo -dijo Palieski animadamente-. He hecho enviar las cosas al barco.

Los ojos de Compston se llenaron de lágrimas.

– Palieski, viejo amigo. No… no sé qué decir. Es usted el tipo más estupendo que he conocido nunca.

Capítulo 40

El Stadtmeister se estremeció. ¿Una cabeza sobre una bandeja? ¿Una góndola a la deriva con un tronco cortado en su interior? Era extraño, perverso… Como todo en esa espantosa ciudad, envuelta en la niebla, a la deriva en su horrible y plana laguna. ¡Oh, las montañas, donde el agua era clara y uno podía recorrer a pie los bosques con adecuadas rocas bajo los pies! Y donde un antiguo Stadtmeister al servicio del emperador era una figura respetada y temida.

Frunció el ceño, y echó ligeramente los hombros hacia atrás.

– No llevo viviendo entre estos latinos tantos años, Herr Vosper, sin haber logrado algunas intuiciones sobre la mente veneciana.

Vosper juntó sus talones. E hizo un breve asentimiento con la cabeza, que también podría haber sido una inclinación.

– Se trata, y creo poder decirlo sin temor a una contradicción, de una mente degenerada. Aquí y allá se encuentras representantes del viejo tipo, pero desgraciadamente son raros.

Juntó las yemas de sus dedos y contempló el techo.

– Con el fin de comprender las características representativas de un pueblo, ¿cuáles son los indicios preliminares que deben establecerse, Herr Vosper?

– Discúlpeme, Stadtmeister -replicó Vosper, moviendo los pies con incomodidad-. Me temo que no comprendo la pregunta.

El Stadtmeister suspiró.

– ¿Cuál es la influencia más importante?

– El clima, señor.

– Porque las gentes del norte son altos y rubios, como abedules, sí. Trabajan con dureza, en equipo. El hielo exige un trabajo de equipo incesante. Las gentes del sur son morenos y bajos. Son más indolentes también.

– Sí, señor.

– Podemos observar ese fenómeno operando tanto a gran como a pequeña escala, Herr Vosper. El tipo nórdico, y el tipo mediterráneo. A escala más pequeña, es cierto, en un grado menor, la península italiana meridional está principalmente asociada con la indolencia y la deshonestidad, mientras que la gente de las regiones del norte -de la que Venecia forma parte- son trabajadores más duros y honestos. ¿Me sigue?

Vosper asintió. Él mismo podía haber hecho ese discurso.

– Pero debemos tener en cuenta la interacción entre la gente y la pequeña escala, como entre el movimiento de los hombres y la Historia. ¡Debemos -y lo haremos- tener en cuenta esto!

Se inclinó hacia delante. Su rostro se estaba poniendo rojo.

– ¡Y esto es lo que los idiotas anticlimáticos no tratarán de entender! La ciencia es un sistema sutil, Herr Vosper. Sutil pero irrefutable, cuando se admite la evidencia. -Cerró los puños y los presionó sobre su mesa forrada en piel-. La interacción es un elemento crucial en el sistema. ¿Cómo, si no, pueden cambiar los hombres?

Hizo una pausa, para considerar su propia pregunta retórica.

– Todo el tiempo que los venecianos representaron al tipo norteño dentro de su pequeño mundo, nadie los igualó en cuanto a perspicacia y conducta íntegra. Pero durante varios siglos se han visto arrastrados hasta penetrar en la órbita de la gran masa terrestre norteña que es Europa. Y se han convertido, en este sentido, en sureños. ¿Tengo razón?

– Completamente, Stadtmeister.

– De modo que uno observa la corrupción en la mente veneciana como cosa normal. No podemos culparlos del todo por ello; aunque creo que los venecianos deben también de haberse casado con demasiados sureños, para perjuicio suyo. Observe, Vosper, cómo degeneran los rasgos. Lo que antaño fue perspicacia comercial hoy se ha convertido en simple astucia. La osada iniciativa comercial de la República… ¿ha desaparecido? No exactamente. Simplemente ha degenerado, por un lado en una capacidad de sentir pequeños celos, por otro, en una afición a las cosas brillantes y bonitas. ¡Bah! Vemos a los venecianos de hoy como niños, Herr Vosper. Aprecian la pompa, el brillo y las mujeres bonitas. Humm. En el pasado, los venecianos fueron famosos por su previsión, pero ¿y ahora? No nos engañemos, Herr Vosper. Piensan en la siguiente hora, ¡en el día siguiente, como mucho!

– Efectivamente, Stadtmeister. Y usted una vez mencionó que alguien fue el representante de ese viejo tipo, olvidé su nombre. ¿Farinelli?

– Falier. Un dux.

– Pero el nuevo veneciano era Casanova.

– Tal vez dije eso, Herr Vosper, sí -dijo malhumoradamente el Stadtmeister. ¿Sería posible que Vosper se estuviera riendo de él? Casanova era el único autor veneciano que había leído, muchos años antes, en una traducción que, ávidamente, pasó de mano en mano en el comedor de oficiales.

Pero los inexpresivos ojos azules de Vosper no revelaban nada. Era un buen hombre, pensó Finkel; bueno, de cepa alpina, de habla alemana también. Un punto de altitud, por supuesto, suavizaba la teoría climática general.

– Fíjese en mis palabras, Herr Vosper -dijo, proyectando un dedo a través de la mesa-. Éste será un crimen pasional. Cherchez la femme -añadió, y luego, al ver una mirada de incomprensión en la cara de su subordinado-: Cuestión de faldas. Después de eso, podemos descubrir a la rival, y todo quedará claro. -Se irguió en su asiento, y metió el estómago-. Como digo, es necesario comprender la mente veneciana. Tal como es ahora.

Vosper parecía inseguro.

– ¿No se ocupa de eso el signor Brunelli, Stadtmeister Finkel?

– Herr Vosper, a ver si nos entendemos. Usted trabaja para mí. Y a través mío, para el Kaiser. -Hizo una pausa, para disfrutar con la feliz yuxtaposición-. No cuestionamos nuestras órdenes.

– Por supuesto que no, Stadtmeister.

– Muy bien.

Cuando Vosper se hubo marchado, el Stadtmeister Finkel se permitió relajarse en su silla. No tenía nada contra Brunelli. Era un buen oficial, sin duda, y menos propenso que otros de su clase y nación a dejar que la suave niebla de la laguna penetrara en su mente; pero ahí estaba. Vosper, era al igual que él, un forastero… ¿Y Brunelli? Na und. Un hombre era el producto de su clima.

Cogió un pedazo de papel de su mesa y lo miró entrecerrando los ojos, desconcertado. La escritura era muy pequeña y estaba escrita en un lenguaje que Gustav Finkel, Stadtmeister von Venedig, sólo comprendía imperfectamente.

No contenía, hasta donde él podía juzgar, nada nuevo; nada en lo que él tuviera derecho a involucrarse.

Alguien estaba asustado.

Rasgó el papel en pedacitos, y los echó en el cesto de los papeles viejos.

Capítulo 41

Ella lo miró con curiosidad.

– ¿Tienes problemas, verdad?

– ¿Problemas? Estoy perfectamente, gracias a ti.