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– No fue Eletro el que pintó este cuadro -dijo finalmente-. Y no fue tu Canaletto, tampoco. Pero quienquiera que fuera, sí que pintó un fiel reflejo de Venecia. Mira.

Estaba señalando la tela… sin tocarla. La pintura estaba todavía fresca.

Palieski inclinó la cabeza y miró.

– ¡Santo Dios!

Yashim no estaba señalando hacia el fondo del cuadro, sino una pequeña ventana, en una fila de ventanas que casi se perdían en la sombra de la gran iglesia. Allí, en una oscurecida habitación, podía verse a un hombre de brazos rojos y un curioso moño forcejeando con un par de ensangrentadas piernas.

Capítulo 72

Vosper se encontraba de pie, rígido delante de la mesa del Stadtmeister, y repetía lo que acababa de decir:

– El sirviente del pachá, señor. Son sus mismas palabras.

El Stadtmeister extendió sus papeles sobre la mesa, en un gesto de desesperación.

– ¡No tengo nada sobre esto! ¡Nada! ¿Y me dice usted que llevaba un turbante? ¡Dios mío!

– Lo siento, señor.

– ¿Lo siente? Ja, ja, todos lo sentimos, Vosper. ¿Qué vamos a hacer? ¿Mañana, dice usted?

– Eso fue lo que me dijo, señor.

– ¿Dijo cuántos? ¿Algún nombre?

– Yo… no lo creo, señor. Él pensaba que yo lo sabía todo al respecto. Y yo supuse que usted había sido informado.

– Der Teufel! ¡Trabajo con idiotas! -El Stadtmeister empezó a abrir cajones, sacando hojas del amarillo papel imperial, todas gofradas con el águila bicéfala del regimiento de infantería-. Vuelva, Vosper, y encuentre a ese hombre, ese sirviente del pachá, y tráigamelo de inmediato. Sea discreto, naturalmente. Le dirá usted que el Stadtmeister desea echar un vistazo a algunos artículos del programa de la recepción, y que le encantaría discutirlos esta tarde.

Vosper entrechocó sus talones.

– Si es que puedo encontrarlo, señor.

– ¿Encontrarlo? ¡Pues claro que debe encontrarlo! ¿No se aloja en el antiguo apartamento del americano?

– Sí, señor. Estaba justamente trasladándose a él.

– Entonces ahí lo tiene. Y, Vosper -el Stadtmeister masticó su bigote-, envíeme a Brunelli inmediatamente.

Capítulo 73

Palieski estudió el cuadro.

– No tiene sentido -dijo- si eso es Eletro en el momento en que lo asesinaron… Vaya, ¿quién habría pintado semejante cosa? ¿Y cuándo, Yashim?

Yashim se encontraba junto a la ventana. Había una caída de seis metros hasta el canal.

Se dio la vuelta y examinó la habitación: paredes desnudas, la mesita manchada de pintura, un crucifijo sobre la cama.

Se disponía a cruzar nuevamente la puerta cuando su mirada se posó sobre la maraña de sábanas y mantas de la cama.

Yashim se acercó con un par de zancadas a la cama y tiró de las amarillentas sábanas.

Por un momento pensó que lo habían engañado, que no había nada allí.

El hombre estaba hecho un ovillo, con las manos encima de la cabeza, y las rodillas subidas hasta la barbilla. Sus manos eran dos huesudos puños.

Yashim lo cogió de los brazos y los separó, revelando un arrugado rostro del color de las sábanas viejas, los ojos cerrados y la boca seca y agrietada.

La acurrucada figura no se resistió. No le quedaban fuerzas; posiblemente ya nadie podía ayudarlo. Sus miembros se separaron al simple toque.

– Necesitamos agua -dijo Yashim. Sin vacilar se inclinó y cogió el individuo por debajo de sus brazos-. Coge el cuadro.

Se abrieron camino a través de una nube de moscas y, una vez en el rellano, Palieski cerró la puerta de golpe a sus espaldas. Fuera, en el campo, abrió la tapa del pozo y sacó un cubo de agua. Yashim se sentó y sostuvo al hombre contra su pecho, mojándole los labios con las gotas que caían del cubo.

Cogió el agua con la mano y le dejó correr sobre la cara del hombre.

Los párpados de éste no se movieron, pero sí los agrietados labios, ligeramente.

Yashim sostuvo su mano como si fuera una cuchara y dejó que el agua goteara sobre la boca del hombre. Sonó una especie de chasquido, y el hombre tragó.

– ¿Qué vamos a hacer con él?

Yashim parecía ansioso.

– Hablaré con los Contarini. No te preocupes. Él no ha matado a nadie. No hay sangre en su cuerpo. -Levantó la mirada-. Eres tú el que me preocupa.

Desplegó su capa y la usó para envolver al frágil esqueleto.

– A veces, son los que parecen débiles, como él, los que sobreviven -dijo Palieski.

Lo llevaron a la góndola. El gondolero se sobresaltó ante la visión del fardo de Yashim.

– ¿Qué es eso? Parece una pietá -exclamó, haciendo la señal de la cruz.

– Llévanos a Dorsoduro tan deprisa como puedas -dijo Palieski-. Y reza, amigo mío, por la resurrección de la carne.

Capítulo 74

El atlas del Stadtmeister confirmó que Venecia y la capital otomana, Estambul, estaban separadas solamente por cuatro grados de latitud. Muy significativo, pensó. Dos ciudades del Mediterráneo… Una a cubierto de su influencia directa por el Adriático y la laguna, y la otra por el mar de Mármara.

Brunelli era el hombre adecuado para la tarea.

– Ajá, commissario -dijo cuando Brunelli entró-. Necesito su ayuda.

– ¿Ayuda, señor? -Brunelli se enfrentó a su jefe con una apagada expresión-. Tenía la impresión de que Vosper le había proporcionado ya toda la ayuda que necesitaba.

– ¿Qué? ¿Qué? -El Stadtmeister enrojeció-. Mire, Brunelli. Es tarea mía organizar la disposición de fuerzas en esta ciudad para el máximo beneficio de la ciudadanía. Necesidades operativas. Quiero decir, no nos engañemos… El sargento Vosper es un hombre muy bueno. Un buen hombre. Pero este crimen pasional… No puedo permitirme derrochar todos mis recursos en semejante investigación. A veces, tenemos que guardar en reserva a los mejores. -Sonrió, mostrando sus amarillos dientes-. ¿Me sigue usted, Brunelli? Los mejores, en la reserva. Y ahora, requiero su ayuda.

Un crimen pasional… ¡Así que era eso! Brunelli hizo un esfuerzo por reprimir la risa. Vosper y el Stadtmeister persiguiendo a un amante celoso que le cortaba la cabeza a un hombre y la depositaba en un platillo de comunión. ¡El apasionado signor Brett!

El Stadtmeister juntó las yemas de sus dedos.

– No estoy completamente seguro de cómo se ha creado esta situación -empezó diciendo- pero, sin conocimiento por nuestra parle, se ha organizado alguna especie de visita, a esta ciudad, de un alto funcionario del Imperio otomano.

– ¿Un pachá en Venecia, señor?

Ahora, Brunelli se permitió una sonrisa.

– No es nada cómico, Brunelli. Altos asuntos de Estado. No nos corresponde a nosotros cuestionarlo. Quiero que se haga usted cargo de los, ejem, arreglos.

– Tal vez podría ser usted más específico, Stadtmeister.

– ¡Si pudiera ser más específico, Brunelli, sería más específico! -rugió el Stadtmeister, enrojeciendo intensamente-. El pachá ha enviado por delante a un hombre… que se aloja en el apartamento del americano, y Vosper va a traérnoslo aquí, para que nos veamos. Debemos averiguar lo que el pachá se propone… y cuánto tiempo se quedará.

– ¿Sabemos cuándo va a llegar, señor?

– Sí -dijo el Stadtmeister muy tranquilamente-. Sí, Brunelli. Va a llegar de Estambul mañana por la mañana. ¡Y usted será su… enlace!

Capítulo 75

Yashim no estaba seguro de que la lastimosa figura envuelta en su capa viviera para ver Dorsoduro, pero Palieski tenía razón: aún estaba vivo cuando lo llevaron a la cocina de la signora y lo dejaron sobre un jergón de paja.