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– Nos están escoltando -exclamó Palieski, encantado.

Yashim sonrió.

– Es extraño, ¿no? Estas líneas que se cruzan. Nuestras vidas. Está en el diagrama, supongo. Com’era, dov'era. Nada, a fin de cuentas, sale del esquema.

– ¿El diagrama? Estás hablando en clave, Yashim.

– El Diagrama del Arenero. El rostro de todo el mundo está vuelto hacia dentro, sabes, pero para cada uno hay un fondo diferente cuando se mueven. Es como una sombra deslizándose a través de un edificio. Com’era, dov'era describe una especie de momento ideaclass="underline" antes de que empiece el baile. Antes de que las cosas cambien.

– Cuando alguien -o algo- cambia de posición, él también cambia, ¿no? ¿Es eso lo que quieres decir?

– Nada se está quieto. Nada sigue siendo lo mismo… Excepto el esquema que subyace .

-«Hier ist die rose, hier tanze!» -murmuró Palieski. Y arrugó la nariz-. Hegel. [4]

Yashim prosiguió.

– Todo el mundo forma parte del diagrama -dijo-. Maria, Ruggerio, Barbieri, Carla y tú. Hasta yo. -Yashim apoyó su pulgar e índice en la barandilla-. Tomemos a Maria. Está ligada a Ruggerio… Fue Ruggerio el que la metió en tu cama. Eso te proporcionó una coartada cuando Barbieri apareció muerto. No sé lo cerca que estuviste de ser arrestado entonces.

Apoyó otro dedo.

– Ahora le toca a Alfredo. Coger a Maria fue su gran error… pero tenía que averiguar dónde estabas tú. -Otro dedo-. Alfredo se convierte en Eletro, por decirlo así. Eletro, muerto. Pero Eletro está relacionado con el muchacho, Nicola. Eso significa cinco intersecciones. Ahora volvamos a Maria. Ésta lleva al chico a la iglesia, donde él reconoce al sacerdote.

Puso su otro pulgar sobre la barandilla.

– Lo cual no constituye el final de la historia: tú relacionas a Nicola con la contessa.

– Y ésta está vinculada con Ruggerio y Eletro… por la partida de cartas en el Fondaco dei Turchi.

– Todo el mundo queda situado. Excepto el austríaco.

– ¿Finkel?

– Es el único que no tiene ninguna relación evidente. -Los dedos de Yashim tamborilearon sobre la barandilla del barco-. Se podría casi decir que él no pertenece en absoluto al esquema… excepto que estaba allí, a fin de cuentas.

– Pero si, como tú dices, el diagrama discurre entre Venecia y Estambul, entonces los austríacos no figuran, Yashim -dijo Palieski con excitación-. Excepto al final… Como conquistadores. Tu diagrama los rechaza- Cabrones entrometidos. ¡Mira qué mal lo hacen todo! Vosper pensaba que yo era el asesino… Y pensó que tú eras el sirviente del pachá.

Yashim suspiró.

– Podría parecer así, como si el diagrama los rechazara…

Excepto que se presentaron. Y Finkel tenía razón: la contessa tenía la carta, y el cuadro.

Se quedó mirando fijamente por encima de la barandilla. Se encontraban entre las Cicladas, un grupo de islas que habían caído en manos de Venecia después del saqueo de Constantinopla en 1204. Trescientos años más tarde, con cierto alivio, los habitantes griegos de las islas habían dado la bienvenida a los otomanos. Aquí y allá, en el horizonte, el perfil de las islas relucía bajo la luz del sol.

Algo iba tomando forma en el fondo de la mente de Yashim.

Venecia y los otomanos: dos imperios unidos en el comercio y la guerra, moviéndose según un patrón reproducido en todo el Mediterráneo. Los venecianos tomando posesión de las fortalezas bizantinas. Los otomanos pegados a sus talones. Tanto en las diminutas Cicladas, como en el poderoso Chipre.

– Los esquemas no son cálculos -dijo Yashim finalmente-. He visto el Diagrama del Arenero en una hoja de papel y en el suelo de la escuela de lucha, en Estambul. Funcionará a cualquier escala.

– Desde luego.

Yashim cerró los ojos.

– Y un esquema se repite también. -Pensaba en los azulejos de Iznik que él había salvado de la fuente. Diminutas versiones de un esquema más grande-. Las mismas formas aparecen de nuevo por todas partes. Un cuadrado por ejemplo, en el centro de un cuadrado mayor.

– Sí -reconoció Palieski.

– ¿Quizás el diagrama que hemos seguido encaja en una versión mayor del mismo diagrama? Haciendo sitio para Finkel, a fin de cuentas. Extiende las conexiones que vinculan a todo el mundo en Venecia, y puedes tener una versión del diagrama que incluya a Reshid, y al sultán, también. Es así. El tártaro debería haber matado a Carla aquella noche. A la mañana siguiente, cuando Finkel apareció en Ca' d'Aspi, fue la primera vez que se encontraron. Finkel estuvo demorando la orden de apropiarse del cuadro y la nota.

– Entonces, ¿por qué decidió hacer su movimiento aquella mañana?

– Exactamente. O bien pensó que Carla estaba muerta… O sabía que el tártaro había fracasado. En cualquier caso, tiene que haber un vínculo entre ellos.

Palieski golpeó la barandilla con una mano.

– ¡El tártaro estaba trabajando para los austríacos!

– No del todo. Fue enviado por Reshid. Pero estaba guiado por Ruggerio, que fue ejecutado cuando se terminó el trabajo.

– Ruggerio podría haber hablado con Finkel.

Yashim asintió.

– Fácilmente. Es un diagrama de posibilidades… Pero eso no nos aclara el motivo, Palieski.

– El motivo de Reshid es ciertamente evidente, ¿no? Salvar el honor del sultán.

– ¿Con ayuda de los austríacos?

Palieski levantó las manos.

– No lo capto, Yashim. ¿Por qué iban los austríacos a ayudar a Reshid?

Yashim se mordió el labio.

– Se trata de algo más que del honor del sultán.

Reshid estaba buscando pruebas de que el sultán se había comportado mal en Venecia. Algo que podía ayudar a proteger su propia posición, también.

– ¿Chantaje? Es más bien eso -admitió Palieski-. Pero sigue sin dar un motivo a los austríacos.

Yashim sonrió tristemente.

– Por el contrario, les proporciona todos los motivos del mundo. ¿Qué quieren los austríacos del Imperio otomano?

– Paz y tranquilidad, supongo.

– Exactamente. Los austríacos no dan más de sí. En Italia, en Polonia, en Galitzia. Están manteniendo ocultas las cosas, pero sólo lo justo… Incluso Carla quería el dinero para la causa de la independencia veneciana. A los austríacos nada les gustaría más que un sultán complaciente. Las instrucciones de Finkel eran conseguir la nota… Pero éste no hizo nada hasta el último momento. Y luego, gracias a nosotros, ya era demasiado tarde.

– ¿Quieres decir… que sabía de la existencia del tártaro? ¿Que se sentó y esperó a que el tártaro hiciese el trabajo por él?

– Eliminando a los testigos, uno a uno. ¿Quién habría imaginado a un tártaro asesino paseándose por las calles de Venecia? Tú mismo no lo creías, incluso cuando Nicola lo puso en su cuadro. Y eso les daba a los austríacos su coartada.

– Si el tártaro conseguía la nota incriminatoria, Reshid lo habría agradecido a los austríacos -dijo Palieski lentamente-. Si fracasaba, los austríacos mismos la cogerían. En todo caso, no tenían nada que perder cooperando con Reshid. -Dejó escapar un suave silbido-. No es extraño que Reshid no quisiera que tú fueras a buscar el Bellini a Venecia. Estaba cediendo el control de la política extranjera otomana a Austria.

Ambos intercambiaron miradas.

– Eso va a ser tremendamente difícil de probar, Yashim.

– Sí.

– Y no todo termina mientras Carla, la contessa, siga viva.

– No.

– Y si Reshid descubre dónde hemos estado…

– Sí.

Palieski dirigió sus ojos hacia el mar, y suspiró.

– Sabes, estoy echando de menos Venecia mucho más de lo que esperaba.

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[4] La rosa está aquí mismo. Danza aquí mismo. (N. del T.)