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Ante todo, por respeto y por amistad, pero también por curiosidad: quería ver de cerca a esa familia a la que el viejo sir Andrew detestaba hasta el punto de haber incluido a todos los ingleses en su prohibición de venderles el brazalete mongol. Algo le decía que ese crimen sórdido no era obra de uno de los numerosos bribones que pululan por todos los puertos del mundo, en Port Said y en cualquier otro sitio.

—¿Cree que fue un asesinato por encargo? —preguntó Aronov, que parecía leer los pensamientos de su interlocutor.

—Es posible. Todo es posible cuando hay de por medio una joya excepcional y, por añadidura, histórica. Usted lo sabe mejor que nadie. Lord Killrenan poseía una. Al menos su familia lo creía, pero ya no la tenía él.

—Y lo pagó con su vida. Se diría que las piedras preciosas, extraídas de las entrañas de la tierra para brillar en la frente de los dioses, están cargadas a la vez de un poder y de un mensaje que nadie sabrá nunca si son de amor o de muerte: «Estrellas arriba, estrellas abajo; todo lo que está arriba aparecerá abajo. Dichoso será quien lea el enigma», dijo Hermes tres veces grande, a quien los griegos convirtieron en un antiquísimo rey de Egipto y que asimilaban a Thot, Mucho me temo que nadie ha sabido leerlo hasta ahora.

—¿Ni siquiera usted, que sabe tantas cosas?

—No tantas como quisiera. Las piedras siguen siendo un enigma para mí, al igual que todo lo que posee un poder fascinante. Yo las busco con una finalidad sagrada, lo que no significa que me protegerán, pues muchas veces no traen suerte. La pasión de los hombres por ellas recibe en pago una funesta ingratitud. En lo que a usted se refiere, amigo mío, sólo puedo rezar para que se libre. Que Dios lo proteja, príncipe Morosini.

Un momento después, el Cojo había desaparecido. Aldo abrió de nuevo el tabernáculo y rezó un largo rato por aquel hombre y por el éxito de su empresa.

Sin embargo, la siniestra predicción de Simon no tardaría en cumplirse. Pocas semanas después de su encuentro y dos días antes de que Morosini partiera para Inglaterra, los grandes periódicos europeos anunciaron la muerte de sir Eric Ferrals. Asesinado.

Saint-Mandé, agosto de 1994