– Ya, pero te estás poniendo en lo peor, ¿no es así, Hole? -Skarre miró a los demás-. Aún no sabemos si hay un móvil tras estos asesinatos.
Tom Waaler carraspeó.
Møller vio que los músculos de la mandíbula de Harry se tensaban.
– Tiene razón -dijo Waaler.
– Por supuesto que tengo razón -intervino Skarre-. Es obvio que…
– Cállate, Skarre -ordenó Waaler-. Es el comisario Hole quien tiene razón. Llevamos cinco y diez días, respectivamente, trabajando en estos dos casos, sin que haya aparecido ni una sola conexión entre las víctimas. Hasta ahora. Y cuando la única conexión entre las víctimas es la manera en que fueron asesinadas, procedimientos rituales y lo que parecen mensajes codificados, se empieza a pensar en una palabra que propongo que nadie pronuncie en voz alta todavía, pero que todos debemos tener en mente. También propongo que, a partir de ahora, Skarre y todos los demás novatos de la Academia cierren la boca y abran los oídos cuando hable Hole.
Se hizo un denso silencio.
Møller vio que Harry clavaba la vista en Waaler.
– Resumiendo -continuó Møller-. Intentaremos mantener en la cabeza y simultáneamente dos visiones del asunto. Por un lado, trabajaremos de forma sistemática, como si se tratase de dos asesinatos corrientes. Por el otro, nos imaginaremos la peor de las situaciones posibles. Nadie más que yo hablará con la prensa. La próxima reunión será a las cinco. Andando.
El hombre que estaba bajo el foco vestía un elegante traje de tweed, usaba una pipa curva y se balanceaba sobre los talones mientras medía con la mirada a la andrajosa mujer que tenía delante. La miró de pies a cabeza con una expresión de indulgencia.
– ¿Y cuánto había pensado usted pagarme por las clases?
La mujer se puso en jarras y echó la cabeza hacia atrás con desparpajo.
– Ni se le ocurra intentar engañarme, yo sé lo que se cobra. Tengo una amiga que paga dieciocho peniques por una clase de francés con un francés de verdad. Y usted no puede cobrar tanto por enseñarme mi lengua materna, así que le doy un chelín por su trabajo. Al contado.
Willy Barli estaba sentado en la fila doce y dejaba que las lágrimas fluyesen libremente en la oscuridad. Notaba cómo descendían por el cuello para luego adentrarse por la camisa de seda de Tailandia antes de cruzarle el pecho. Y notó que la sal le escocía en los pezones antes de que las lágrimas continuasen su descenso hacia el estómago.
No podía parar.
Se tapó la boca con la mano para no distraer con sus sollozos a los actores ni al director, que estaba en la quinta fila.
De pronto, sintió el peso de una mano sobre su hombro y se sobresaltó. Se dio la vuelta y vio a un hombre alto que se encorvaba sobre él. Se puso rígido y tenso en la silla, como presa de un presentimiento.
– ¿Sí? -susurró lloroso.
– Soy yo -susurró el hombre-. Harry Hole. De la policía.
Willy Barli retiró la mano de la boca y lo observó con más detenimiento.
– Ya lo veo -dijo con voz de alivio-. Lo siento, Hole, está tan oscuro y creía que…
El agente se sentó en el asiento contiguo al de Willy.
– ¿Qué creías?
– Como vas vestido de negro… -Willy calló y se sonó la nariz con el pañuelo-…creí que eras un cura. Un pastor que me traía… malas noticias. ¡Qué necio!, ¿verdad?
Hole no respondió.
– Me has pillado algo sensiblero, Hole. Hoy es el primer ensayo general. Mírala.
– ¿A quién?
– A Eliza Doolitle. Allí arriba. Por un momento, al verla sobre el escenario, pensé que era Lisbeth y que su partida había sido un sueño y nada más. -Willy tomó aire temblando-. Pero entonces empezó a hablar y mi Lisbeth se esfumó.
Willy se dio cuenta de que el policía miraba asombrado hacia el escenario.
– Un parecido espectacular, ¿verdad? Por eso la traje. Éste iba a ser el musical de Lisbeth.
– ¿Es…? -comenzó Harry.
– Sí, es su hermana.
– ¿Tóya? Quiero decir Toyá.
– Hemos conseguido mantenerlo en secreto hasta ahora. La conferencia de prensa tendrá lugar hoy, más tarde.
– Bueno, eso le dará algo de publicidad.
Toya se giró maldiciendo, pues acababa de tropezar. Su interlocutor en el escenario se encogió de hombros y miró al director.
Willy suspiró.
– La publicidad no lo es todo. Como ves, hay bastante trabajo por hacer. Tiene cierto talento innato, pero actuar en el Teatro Nacional no tiene nada que ver con cantar canciones de vaqueros en la Casa del Pueblo de Selbu. Tardé dos años en enseñar a Lisbeth a comportarse sobre un escenario, pero con ella sólo disponemos de dos semanas.
– Si molesto, puedo ser breve, Barli.
– ¿Ser breve?
Willy intentaba descifrar la expresión de Harry en la oscuridad. El miedo volvió a apoderarse de él y, cuando Harry abrió la boca, Barli lo interrumpió.
– No molestas en absoluto, Hole. Yo sólo soy el productor. Ya sabes, uno de esos que ponen las cosas en marcha. A partir de ahora se harán cargo los demás.
Hizo un movimiento circular con la mano y señaló el escenario justo cuando el hombre vestido de tweed gritaba:
«¡Voy a convertir a esta andrajosa en una duquesa!»
– El director, el escenógrafo, los actores… -explicó Barli-. Desde mañana, yo sólo soy un espectador en esta… -Siguió haciendo el mismo movimiento hasta que encontró la palabra-:… comedia.
– Bueno, siempre que uno sepa para qué tiene talento…
Willy rió de buena gana, pero se detuvo cuando vio que la silueta de la cabeza del director se giró de pronto hacia ellos. Se inclinó para acercarse al policía y susurró:
– Tienes razón. Yo fui bailarín durante veinte años. Y si quieres que te diga la verdad, un bailarín bastante malo. Pero el ballet de la Ópera siempre necesita desesperadamente bailarines masculinos, así que el listón no está tan alto. De todas formas, nos retiramos al cumplir los cuarenta, y yo tenía que encontrar otra cosa a la que dedicarme. Entonces comprendí que mi verdadero talento consistía en hacer bailar a los demás. La puesta en escena, Hole. Eso es lo único que sé hacer. Pero ¿sabes qué? Después de un éxito, por insignificante que sea, nos volvemos patéticos. Si, por casualidad, las cosas nos van bien en un par de montajes, creemos que somos dioses capaces de controlar todas las variables, que forjamos nuestra propia suerte en todos los aspectos. Y entonces te ocurre algo así… y te das cuenta de lo desvalido que estás. Yo… -Willy se calló de repente-. Te aburro, ¿no?
El otro negó con la cabeza y carraspeó.
– Se trata de tu mujer.
Willy cerró fuertemente los ojos, como cuando se espera un sonido estridente y desagradable.
– Hemos recibido una carta. Con un dedo seccionado. Siento tener que comunicarte que es suyo.
Willy tragó saliva. Siempre se había considerado un hombre bueno y cariñoso, pero ahora se percató de que el nudo que le había oprimido el corazón desde aquel día empezaba a crecer de nuevo, como un tumor que lo estaba volviendo loco. Y se percató de que tenía color. De que el odio es amarillo.
– ¿Sabes qué, Hole? Casi es un alivio. Lo he sabido todo este tiempo. Sabía que iba a lastimarla.
– ¿A lastimarla?
Willy notó sorpresa en la voz del policía.
– ¿Puedes prometerme una cosa, Harry?
Harry asintió con la cabeza.
– Encuéntrala. Encuéntrala, Harry, y castígalo. Castígalo… duramente. ¿Me lo prometes?