El peso del cuerpo se sostenía en cinco puntos: los dos empeines, las rodillas y la frente. El traje, la postura tan extraña y el trasero descubierto, hicieron que Harry pensara en una secretaria que se había preparado para que la penetrase su jefe. Una vez más, un estereotipo. Por lo que él sabía, ella bien podía ser el jefe.
– De acuerdo, pero no podemos discutir eso ahora -dijo Waaler-. Llámame esta noche.
El comisario guardó el teléfono en el bolsillo interior, pero se quedó en cuclillas. Harry observó entonces que la otra mano de Waaler reposaba en la blanca piel de la mujer, justo debajo del borde de las bragas. Posiblemente, con el fin de obtener un punto de apoyo.
– De aquí saldrán buenas fotos, ¿verdad? -dijo Waaler, como si le hubiera leído el pensamiento a Harry.
– ¿Quién es?
– Barbara Svendsen, veintiocho años, de Bestum. Era recepcionista.
Harry se acuclilló al lado de Waaler.
– Como ves, le pegaron un tiro en la nuca -continuó Waaler-. Seguramente, con la pistola que está bajo ese lavabo. Todavía huele a cordita.
Harry miró la pistola negra que estaba en el suelo, en una esquina. Sujeta al cañón, se veía una gran bola negra.
– Una Česká zbrojovka -explicó Waaler-. Una pistola checa. Con silenciador hecho a medida.
Harry asintió con la cabeza. Quiso preguntar si era uno de los productos que Waaler importaba. Y si de eso iba la conversación telefónica que acababa de interrumpir.
– Una postura muy curiosa -dijo Harry.
– Sí, supongo que estaba en cuclillas o de rodillas, y luego se cayó hacia delante.
– ¿Quién la encontró?
– Una de las abogadas. La central de operaciones recibió la llamada a las diecisiete once horas.
– ¿Testigos?
– Ninguna de las personas con las que hemos hablado hasta ahora ha visto nada. Ningún comportamiento extraño, ningún individuo sospechoso que haya salido o entrado en la última hora. Una persona ajena al bufete que había venido a una reunión asegura que Barbara dejó la recepción a las dieciséis cincuenta y cinco para traerle un vaso de agua y que nunca regresó.
– Ya. ¿Y por eso vino aquí?
– Probablemente. La cocina está algo apartada de la recepción.
– Pero ¿nadie más la vio en el trayecto desde la recepción hasta aquí?
– Las dos personas que tienen sus despachos entre la recepción y los servicios se habían ido a casa y las que quedaban se encontraban en sus despachos o en una de las salas de reunión.
– ¿Qué hizo esa persona ajena al bufete al ver que ella no regresaba?
– Tenía una reunión a las cinco y, como la recepcionista no volvió, se impacientó y se fue andando por el pasillo hasta que encontró el despacho del abogado con quien tenía la cita.
– Así que conocía estas oficinas, ¿no?
– Pues no, dice que era la primera vez que venía.
– Ya. Y, que tú sepas, ¿es él la última persona que la vio con vida?
– Exacto.
Harry observó que Waaler no había retirado la mano.
– De modo que debió suceder entre las dieciséis cincuenta y cinco y las diecisiete once.
– Sí, ésa es la impresión que da al tocarla -dijo Waaler.
– ¿Tienes que hacer eso? -preguntó Harry en voz baja.
– ¿El qué?
– Tocarla.
– ¿No te gusta?
Harry no contestó. Waaler se acercó más.
– ¿Estás diciendo que nunca has tocado un cadáver, Harry?
Harry intentó escribir con el bolígrafo, pero no funcionaba.
Waaler se rió.
– No tienes que contestar, lo veo en tu cara. No hay nada malo en ser curioso, Harry. Es una de las razones por las que nos hicimos policías, ¿no es así? La curiosidad y la tensión. De averiguar cómo se siente la piel cuando se acaban de morir, cuando no están ni del todo calientes ni del todo fríos.
– Yo…
Waaler le agarró la mano y a Harry se le cayó el bolígrafo.
– Toca.
Waaler apretó la mano de Harry contra el muslo de la muerta. Harry respiró fuertemente por la nariz. Su primer impulso fue retirarla, pero no lo hizo. La mano de Waaler que sujetaba la suya estaba caliente y seca, pero la piel de ella no parecía humana, era como tocar goma. Goma tibia.
– ¿Lo notas? Eso sí que es tensión, Harry. Tú también te has vuelto adicto, ¿no es cierto? Pero ¿dónde la vas a encontrar cuando dejes este trabajo? ¿Harás como los demás desgraciados, alquilar vídeos o buscarla en el fondo de tus botellas? ¿O prefieres tenerla en la vida real? Toca aquí, Harry. Esto es lo que te ofrecemos. Una vida real. ¿Sí o no?
Harry se aclaró la garganta.
– Yo sólo digo que la Científica querrá asegurar las pistas antes de que toquemos nada.
Waaler se quedó mirando a Harry. Parpadeó alegremente y soltó la mano de Harry.
– Tienes razón. He hecho mal. Un fallo mío.
Waaler se levantó y salió.
Los dolores abdominales estaban a punto de acabar con Harry, pero intentó respirar profundamente. Beate no le perdonaría que vomitara en su escena del crimen.
Apoyó la mejilla en los azulejos, que estaban frescos, y levantó la chaqueta de Barbara para ver qué había debajo. Entre las rodillas y el torso que colgaba arqueado, vio un vaso de plástico blanco. Pero lo que le llamó la atención fue su mano.
– Mierda -susurró Harry-. Mierda.
A las seis y veinte, Beate entró deprisa en las oficinas de Halle, Thune y Wetterlid. Harry estaba sentado en el suelo apoyado en la pared fuera del servicio de señoras, bebiendo de un vaso de plástico blanco.
Beate se paró delante de él, dejó el maletín de metal en el suelo y se pasó el dorso de la mano por la frente húmeda y roja.
– Sorry. Estaba en la playa de Ingierstrand. Tuve que ir primero a casa a cambiarme y pasarme por la calle Kjølberggata para recoger el equipo. Y algún idiota había dado orden de cerrar el ascensor, así que tuve que subir por las escaleras hasta aquí.
– Ya. Supongo que esa persona lo haría para asegurar posibles huellas. Y la prensa, ¿se ha enterado ya?
– Hay gente fuera descansando al sol. No disponen de mucha gente. Son vacaciones.
– Me temo que las vacaciones se han acabado.
Beate hizo una mueca.
– ¿Quieres decir…?
– Ven.
Harry se acercó y se agachó.
– Si miras debajo verás la mano izquierda. Le han cortado el dedo anular.
Beate suspiró.
– Poca sangre -dijo Harry-. Así que tuvo que pasarle después de muerta. Y también tenemos esto.
Levantó el mechón de pelo que le caía sobre la oreja izquierda.
Beate arrugó la nariz.
– ¿Un pendiente?
– En forma de corazón. Totalmente diferente del pendiente de plata que lleva en la otra oreja. Encontré el otro pendiente de plata en el suelo de uno de los aseos. Así que éste se lo ha puesto el asesino. Lo bueno de éste es que se puede abrir. Así. Un contenido poco usual, ¿verdad?
Beate asintió con la cabeza.
– Un diamante rojo de cinco puntas -dijo.
– Y entonces, ¿qué tenemos?
Beate lo miró.
– ¿Podemos decirlo ya en voz alta? -preguntó.
– ¿Un asesino en serie?
Bjarne Møller lo susurró tan bajito que Harry automáticamente se apretó más el móvil contra la oreja.
– Estamos en el lugar del crimen y es el mismo modus operandi -dijo Harry-. Mejor que empieces a anular las vacaciones, jefe. Vamos a necesitar a todo el mundo.