Beate notaba que la mano de Olaug se movía.
– ¡Policía! ¡Suelta la pistola o tendré que disparar!
¿Por qué gritaba tan alto? No estarían a más de cinco, seis metros de distancia el uno del otro.
– ¡Por última vez! -gritó Waaler.
Beate se levantó y sacó la pistola de la funda que llevaba en el cinturón.
– Beate… -comenzó Olaug con voz temblorosa.
Beate alzó la vista y se encontró con la mirada implorante de la anciana.
– ¡Suelta el arma! ¡Estás apuntándole a un policía!
Beate recorrió los cuatro pasos que la separaban de la puerta, la abrió y salió al pasillo con el arma en alto. Tom Waaler estaba de espaldas, dos metros delante de ella. En el umbral había un hombre con traje gris. En una mano llevaba una maleta. Beate había tomado una decisión basada en lo que creía que vería. De ahí que su primera reacción fuese de desconcierto.
– ¡Voy a disparar! -gritó Waaler.
Beate vio la boca abierta en la cara paralizada del hombre que se hallaba ante la puerta de entrada, y también cómo Waaler ya había adelantado el hombro para aguantar la fuerza de retroceso cuando apretase el gatillo.
– Tom…
Lo dijo en voz apenas audible, pero la espalda de Tom Waaler se puso rígida, como si le hubiera disparado por detrás.
– No lleva pistola, Tom.
Beate tenía la sensación de estar viendo una película. Una escena absurda donde alguien hubiese pulsado el botón de pausa y la imagen se hubiese congelado y ahora temblaba, como sacudiendo y tironeando del tiempo. Esperaba el sonido de la detonación, pero éste no se produjo. Por supuesto que no se produjo. Tom Waaler no estaba loco. No en el sentido clínico. No era incapaz de controlar sus impulsos. Probablemente fue eso lo que tanto la asustó en aquella ocasión. La frialdad y el comedimiento en el abuso.
– Ya que estás aquí -dijo al fin Waaler entre dientes-, supongo que podrás ponerle las esposas a nuestro detenido.
31
Sábado. «¿No es maravilloso tener a alguien a quien odiar?»
Era casi media noche cuando Bjarne Møller se presentaba por segunda vez ante la prensa a las puertas de la comisaría general. Sólo las estrellas más potentes brillaban a través de la bruma que cubría Oslo, pero tuvo que protegerse los ojos de todos los flashes y las luces de las cámaras. Le arrojaron preguntas cortas y afiladas.
– Uno a uno -dijo Møller señalando una de las manos levantadas-. Y hagan el favor de presentarse.
– Roger Gjendem, del Aftenposten. ¿Ha confesado Sven Sivertsen?
– Tom Waaler, el responsable de la investigación, está interrogando al sospechoso en estos momentos. Hasta que no haya terminado, no puedo responder a esa pregunta.
– ¿Es correcto que encontrasteis armas y diamantes en la maleta de Sivertsen? ¿Y que los diamantes son idénticos a los que habéis encontrado en las víctimas?
– Lo puedo confirmar. Allí…, adelante, pregunte.
Una voz de mujer joven:
– Dijiste antes que Sven Sivertsen vive en Praga y he logrado obtener su dirección. Es una pensión, pero allí aseguran que se mudó hace más de un año y nadie parece conocer dónde tiene su domicilio. ¿Lo sabéis vosotros?
Los demás periodistas empezaron a anotar antes de que Møller respondiera.
– Todavía no.
– Conseguí establecer buen contacto con algunas de las personas con quien hablé -aseguró la voz de mujer con orgullo mal disimulado-. Al parecer, Sven Sivertsen tiene allí una novia joven. No supieron decirme el nombre, pero alguien insinuó que se trataba de una prostituta. ¿Tiene la policía conocimiento de ello?
– No, hasta ahora no -admitió Møller-. Pero te agradecemos la ayuda.
– Nosotros también -gritó una de las voces de los presentes seguida de una risa de hiena colectiva. La mujer sonrió desconcertada.
Dialecto de Østfold: Dagbladet.
– ¿Cómo lo lleva su madre?
Møller estableció contacto visual con el periodista y se mordió el labio inferior para no mostrar su cabreo.
– No tengo opinión al respecto. Adelante.
– El Dagsavisen se pregunta cómo es posible que Marius Veland haya permanecido cuatro semanas en el desván de un edificio de apartamentos durante el verano más caluroso de la historia sin que nadie lo haya descubierto hasta ahora.
– Con cierta reserva respecto de la duración exacta, parece que el asesino empleó una de esas bolsas de plástico que se utilizan para guardar trajes o abrigos, y que luego la selló con caucho para que quedara hermética antes de… -Møller buscaba la palabra exacta-…colgarlo en el armario del desván.
Un rumor cundió por entre los periodistas y Møller se preguntó si no se habría excedido describiendo los detalles.
Roger Gjendem estaba preguntando algo.
Møller vio que el periodista movía la boca mientras él escuchaba la melodía que le resonaba en la cabeza. I just called to say I love you. Aquella chica la había cantado tan bien en el Beat for Beat… Era la hermana, la que representaría el papel principal en el musical. ¿Cómo se llamaba?
– Perdón -se excusó Møller-. ¿Podrías repetir la pregunta?
Harry y Beate estaban sentados en un borde de cemento, a cierta distancia de los de la prensa, observando la escena mientras fumaban. Beate le había explicado que sólo fumaba en ocasiones festivas. Harry la invitó a fumar del paquete que acababa de comprar. No sentía necesidad de celebrar nada. Sólo de dormir.
Vieron a Tom Waaler salir por la puerta principal, sonriendo hacia la lluvia de flashes. Las sombras bailaban la danza de los vencedores en la pared de la comisaría general.
– Ahora se hará famoso -observó Beate-. El hombre que estaba al frente de la investigación y que detuvo personalmente al mensajero asesino.
– ¿Con dos pistolas y más cosas? -sonrió Harry.
– Sí, fue como en el salvaje oeste. Y ¿me puedes explicar por qué se le pide a un tío que deje un arma que no tiene?
– Waaler se referiría seguramente al arma que Sivertsen llevaba encima. Yo habría hecho lo mismo.
– Vale, pero ¿sabes dónde encontramos esa pistola? En la maleta.
– Pero Waaler no podía estar seguro de que Sivertsen no fuese el hombre más rápido del mundo sacando una pistola de una maleta.
Beate se rió.
– Vienes a tomar una cerveza después, ¿no?
Él la miró y la sonrisa se le congeló en la cara mientras se ruborizaba hasta el cuello.
– No era mi intención…
– No pasa nada. Celébralo tú por los dos, Beate. Yo ya he hecho lo mío.
– ¿No puedes venir con nosotros de todas formas?
– No lo creo. Éste era mi último caso.
Harry chasqueó los dedos y la colilla salió volando como una luciérnaga en la oscuridad.
– La semana que viene ya no seré policía. Supongo que debería tener la sensación de que es algo que celebrar, pero no es el caso.
– ¿Qué vas a hacer?
– Algo diferente. -Harry se levantó-. Algo totalmente diferente.
Waaler alcanzó a Harry en el aparcamiento.
– ¿Te largas tan rápidamente, Harry?
– Cansado. ¿Cómo te sabe la fama hasta ahora?
Los dientes de Waaler relucían blancos en la oscuridad.
– Sólo han sido un par de fotos en el periódico. Tú ya has pasado por eso, así que sabrás cómo es.
– Si te refieres a aquella vez en Sidney, entonces se refirieron a mí como a un vaquero o algo así, porque disparé a mi hombre. Tú has logrado atrapar al tuyo con vida. Eres el tipo de héroe policial que quiere la socialdemocracia.
– ¿Noto cierto sarcasmo?
– En absoluto.
– De acuerdo. A mí me da lo mismo a quién conviertan en héroe. Si se puede contribuir a mejorar la reputación del cuerpo, por mí pueden hacer falsos héroes de tipos como yo. Nosotros, los de dentro, sabemos quién ha sido el héroe esta vez.