Rakel soltó el pasador y giró la cabeza de modo que la oscura melena le tapó la cara. Entonces sonó el timbre. Oyó los pasos acelerados de Oleg abajo, en el pasillo. Oyó su voz animada y la risa discreta de Harry. Echó una última ojeada al espejo. Notó que el corazón empezaba a latirle más deprisa. Y salió del dormitorio.
– Mamá, Harry acaba de…
Los gritos de Oleg se acallaron en cuanto Rakel apareció en el rellano de la escalera. Puso un pie cuidadosamente en el primer peldaño. Aquellos tacones tan altos se le antojaron de pronto inestables e inseguros. Pero encontró el equilibrio y levantó la vista al frente. Oleg se encontraba al pie de la escalera, mirándola embobado. Harry estaba a su lado. Era tal el brillo de sus ojos que Rakel creyó notar en sus mejillas el calor que irradiaban. Llevaba un ramo de rosas en la mano.
– Mamá, estás muy guapa -musitó Oleg.
Rakel cerró los ojos. Llevaban las dos ventanillas abiertas y el viento le acariciaba el pelo y la piel mientras Harry conducía el Escort por las curvas que descendían la colina de Holmenkollåsen. El coche despedía un suave aroma a detergente Zalo. Rakel bajó la visera para comprobar el estado del carmín y se fijó en que incluso habían limpiado aquel espejo.
Sonrió al pensar en la primera vez que se vieron. Él se ofreció a llevarla al trabajo y ella tuvo que ayudarle a empujar el coche para que arrancara.
Lo miró con el rabillo del ojo.
Y el mismo puente afilado de la nariz. Y los mismos labios de contornos suaves y casi femeninos que contrastaban con los demás rasgos, masculinos y duros. Y los ojos. Realmente, no podía decirse que fuese guapo, no en el sentido clásico. Pero era… ¿cómo decirlo? Un tipo con algo especial. Un tipo especial, sí. Y eran los ojos. No, los ojos, no. La mirada.
Él se dio la vuelta, como si estuviera oyendo sus pensamientos.
Sonrió. Y allí estaba. Aquella dulzura infantil en la mirada, como si hubiera un chico sentado allí detrás sonriéndole a ella. Había algo auténtico en sus ojos. Una sinceridad pura. Honradez. Integridad. Era la mirada de alguien en quien puedes confiar. O en quien quieres confiar.
Rakel le devolvió la sonrisa.
– ¿En qué piensas? -preguntó Harry, que tuvo que volver a centrarse en la carretera.
– Cosas.
Las últimas semanas, Rakel había tenido mucho tiempo para pensar. Tiempo suficiente para reconocer que Harry nunca le había prometido nada que no hubiese cumplido. Nunca le prometió que no iba a recaer. Nunca le prometió que el trabajo no sería lo más importante en su vida. Nunca le prometió que sería fácil. Todo esto eran promesas que ella se había hecho a sí misma, ahora lo veía claro.
Olav Hole y Søs los esperaban junto a la verja cuando llegaron a la casa de Oppsal. Harry le había contado tantas cosas sobre aquella casa que a veces Rakel tenía la sensación de ser ella quien se había criado allí.
– Hola, Oleg -saludó Søs con aire de adulta y de hermana mayor-. Hemos preparado masa para hacer bollos.
– ¿De verdad? -impaciente por salir, Oleg empujaba el respaldo del asiento de Rakel.
Camino a la ciudad, Rakel apoyó la cabeza en el respaldo y dijo que él le parecía hermoso, pero que no se hiciera ilusiones. Él contestó que ella le parecía más hermosa y que se hiciera todas las ilusiones que quisiera. Cuando llegaron a Ekebergskrenten y la ciudad se extendía a sus pies, Rakel vio pequeñas marcas negras cortando el aire.
– Golondrinas -dijo Harry.
– Vuelan bajo -observó Rakel-. ¿No significa eso que va a llover?
– Sí. Han anunciado lluvias.
– Ah, qué bien, será maravilloso. ¿Y por eso vuelan? ¿Para anunciar la lluvia?
– No -dijo Harry-. Están realizando una labor mucho más útil. Están limpiando el aire de insectos. De bichos dañinos y esas cosas.
– Pero ¿por qué tienen tanta prisa? Se diría que están histéricas.
– Porque tienen poco tiempo. Ahora es cuando salen los insectos y, para la puesta del sol, la caza tiene que haber acabado.
– ¿Quieres decir que la caza se acaba?
Se volvió hacia Harry. Él miraba absorto al frente.
– ¿Harry?
– Sí -dijo él-. Estaba un tanto ausente.
El público del estreno se agolpaba en la plaza del Teatro Nacional, ahora a la sombra. Los famosos conversaban con otros famosos mientras los periodistas pululaban entre el zumbar de las cámaras. Aparte de los rumores sobre algún que otro romance veraniego, el tema de conversación era el mismo para todos, la detención del mensajero asesino el día anterior.
Harry llevaba la mano discretamente posada en la región lumbar de Rakel mientras se dirigían hacia la entrada. Ella notaba el calor de sus dedos a través del fino tejido. De repente, una cara apareció delante de ellos.
– Roger Gjendem, del periódico Aftenposten. Perdonen, pero estamos haciendo una encuesta sobre lo que opina la gente de que por fin hayan capturado al hombre que secuestró a la mujer que iba a ser protagonista esta noche.
Se detuvieron y Rakel notó que Harry retiraba súbitamente la mano de su espalda.
El periodista sonreía con firmeza, pero su mirada expresaba indecisión.
– Ya nos conocemos, Hole. Soy reportero de sucesos criminales. Hablamos un par de veces cuando volviste después del asunto de Sidney. Una vez dijiste que yo era el único periodista que te citaba correctamente. ¿Me recuerdas ahora?
Harry miró pensativo a Roger Gjendem y asintió con la cabeza.
– Sí. ¿Has dejado los sucesos criminales?
– ¡No, no! -negó el periodista con vehemencia-. Sólo estoy sustituyendo a un compañero que está de vacaciones. ¿Algún comentario del comisario de policía Harry Hole?
– No.
– ¿No? ¿Ni siquiera unas palabras?
– Quiero decir que no soy comisario de policía -explicó Harry.
El periodista pareció sorprendido.
– Pero si te he visto…
Harry echó una rápida ojeada a su alrededor antes de inclinarse.
– ¿Tienes tarjeta de visita?
– Sí…
Gjendem le entregó una tarjeta blanca con la letra gótica del Aftenposten en azul, y Harry se la guardó en el bolsillo trasero.
– Tengo deadline a las once.
– Ya veremos -dijo Harry.
Roger Gjendem se quedó con una expresión interrogante en la cara mientras Rakel subía los peldaños con los dedos cálidos de Harry otra vez en su lugar.
En la entrada había un hombre con una abundante barba que les sonreía con lágrimas en los ojos. Rakel reconoció la cara de haberla visto en los periódicos. Era Willy Barli.
– Me alegra tanto veros venir juntos -gruñó abriendo los brazos. Harry titubeó, pero cayó presa del abrazo.
– Tú debes de ser Rakel.
Willy Barli le guiñó un ojo por encima del hombro de Harry mientras abrazaba a aquel hombre tan grande como si fuera un oso de peluche que acabase de recuperar.
– ¿Qué era eso? -preguntó Rakel una vez hubieron encontrado sus butacas, hacia la mitad de la cuarta fila.
– Afecto masculino -explicó Harry-. Es artista.
– No me refiero a eso, sino a lo de que ya no eres comisario de policía.
– Ayer fue mi último día de trabajo en la comisaría general.
Ella lo miró.
– ¿Por qué no me has dicho nada?
– Te dije algo. El otro día, en el jardín.
– ¿Y qué vas a hacer ahora?
– Otra cosa.
– ¿El qué?
– Algo totalmente diferente. He recibido una oferta por medio de un amigo y la he aceptado. Se supone que tendré más tiempo libre. Ya te contaré más en otro momento. Se levantó el telón.
Unas salvas de aplausos atronadores estallaron en el teatro cuando cayó el telón, y se mantuvieron con la misma intensidad durante cerca de diez minutos.