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A Harry le pareció una pareja desigual. Ambos rondaban los treinta y tantos, pero Anders Nygård era delgado y nervudo como un corredor de fondo. Llevaba una camisa celeste recién planchada y el pelo recién cortado. Tenía los labios finos y un lenguaje corporal inquieto. Pese a lo extrovertido y juvenil de su semblante, irradiaba ascetismo y severidad. La pelirroja Vibeke Knutsen, en cambio, tenía unos hoyuelos muy marcados y un cuerpo lozano y exuberante que realzaba con un top muy ceñido estampado de piel de leopardo. Además, tenía pinta de haber vivido intensamente. Las arrugas que marcaban su labio superior eran indicio de los muchos cigarrillos que había fumado y detrás de las arrugas de expresión que circundaban sus ojos había sin duda muchas juergas.

– ¿A qué se dedicaba? -preguntó Harry.

Vibeke miró a su compañero, pero al ver que éste no respondía, dijo:

– Que yo sepa, trabajaba en una agencia de publicidad. En algo de diseño o algo así.

– Algo así… -repitió Harry tomando notas en el bloc con indiferencia manifiesta.

Era un truco al que recurría cuando interrogaba a la gente. Al no mirarlos, ellos se relajaban más, y, si daba la impresión de que lo que decían le aburría, se esforzaban automáticamente por decir algo que despertase su interés. Debería haber sido periodista. Tenía la impresión de que la tolerancia era mayor para con un periodista que trabajaba bebido.

– ¿Tenía novio?

Vibeke negó con la cabeza.

– ¿Algún amante?

Vibeke se rió con nerviosismo y miró otra vez a su novio.

– No nos dedicamos a escuchar detrás de las puertas -aseguró Anders Nygård-. ¿Crees que lo ha hecho un amante?

– No lo sé -confesó Harry.

– Comprendo que no sepáis nada con certeza.

Harry se percató de la irritación que desvelaba la voz de Anders Nygård.

– Pero comprenderás que los que vivimos aquí queramos saber si se trata de un asunto personal o si tenemos a un asesino loco merodeando por el vecindario.

– Puede que tengáis a un asesino loco suelto por el vecindario -afirmó Harry, que dejó el bolígrafo y aguardó la reacción.

Vio que Vibeke daba un respingo en el sofá, pero centró su atención en Anders Nygård.

Las personas que están asustadas se enfadan más fácilmente. Una enseñanza que se incluía en el plan de estudios del primer curso de la Academia de Policía, como consejo para no provocar sin necesidad a las personas cuando tenían miedo. Harry había comprobado que a él le resultaba más útil lo contrario. Provocarlas. Las personas enfadadas decían a menudo cosas que no pensaban, o, mejor dicho, cosas que no pensaban decir.

Anders Nygård lo miró inexpresivo.

– Pero es más probable que el culpable sea un novio -dijo Harry-. Un amante o alguien con quien estuviese manteniendo una relación y al que ella hubiese rechazado.

– ¿Por qué? -preguntó Anders Nygård rodeando con su brazo los hombros de Vibeke.

Resultó algo cómico, ya que el hombre tenía el brazo bastante corto, mientras que los hombros de ella eran anchos.

Harry se retrepó en la silla.

– Cuestión de estadística. ¿Puedo fumar aquí?

– Intentamos que éste sea un espacio libre de humo -dijo Anders Nygård con una débil sonrisa.

Harry observó que Vibeke bajaba la mirada cuando él volvió a guardar el paquete en el bolsillo del pantalón.

– ¿Qué quieres decir con que es cuestión de estadística? -preguntó el hombre-. ¿Qué te hace pensar que puedes aplicarla a un caso aislado como éste?

– Bueno, antes de responder a tus dos preguntas, ¿tú sabes algo de estadística, Nygård? ¿De distribución normal, significancia, desviación estándar?

– No, pero yo…

– Bien -lo interrumpió Harry-. Porque en este caso, tampoco es necesario. Cien años de estadística delictiva de todo el mundo nos cuentan una única verdad básica: que lo hizo su pareja. Y si la joven no tiene pareja, que lo hizo aquél que habría querido serlo. Ésa es la respuesta a tu primera pregunta. Y ahora la segunda.

Anders Nygård resopló y soltó a Vibeke.

– Eso es totalmente subjetivo, tú no sabes nada de Camilla Loen.

– Correcto -admitió Harry.

– Entonces, ¿por qué afirmas algo semejante?

– Porque tú me has preguntado. Y si ya has terminado con tus preguntas, quizá yo podría continuar con las mías, ¿no?

Nygård hizo amago de ir a decir algo, pero cambió de idea y miró contrariado hacia la mesa. Harry pensó que podía estar equivocado, pero creyó ver una sonrisa levísima entre los hoyuelos de Vibeke.

– ¿Creéis que Camilla Loen tomaba drogas? -preguntó Harry.

Nygård alzó la vista de pronto.

– ¿Por qué íbamos a creer tal cosa?

Harry cerró los ojos y se armó de paciencia.

– No -respondió Vibeke en voz tenue y suave-. No lo creemos.

Harry abrió los ojos y le sonrió agradecido. Anders Nygård la miró lleno de sorpresa.

– Su puerta no estaba cerrada con llave, ¿verdad?

Anders Nygård negó con la cabeza.

– ¿No te resultó extraño? -preguntó Harry.

– No demasiado, puesto que ella estaba en casa.

– Ya. Vosotros tenéis una cerradura sencilla en vuestra puerta y me fijé en que tú…

Señaló a Vibeke con la cabeza.

– … has cerrado con llave cuando he entrado.

– Es un poco miedosa -explicó Nygård dándole a su pareja una palmadita en la rodilla.

– Oslo no es lo que era -apostilló Vibeke.

Su mirada se cruzó fugazmente con la de Harry.

– Tienes razón -convino Harry-. Y parece que Camilla Loen opinaba lo mismo. Su apartamento tiene doble cerradura de seguridad y cadena de seguridad en el interior. No me parece el tipo de mujer que se metería en la ducha sin echar la llave.

Nygård se encogió de hombros.

– ¿Y si quienquiera que fuese abrió la puerta con una ganzúa mientras ella estaba en la ducha?

Harry negó con la cabeza.

– Abrir una cerradura de seguridad con una ganzúa… Eso sólo pasa en las películas.

– ¿Y si ya había alguien con ella dentro de la casa? -sugirió Vibeke.

– ¿Quién?

Harry aguardó en silencio. Cuando comprendió que nadie llenaría aquel silencio, se puso de pie.

– Se os citará para testificar. Es todo por ahora, gracias.

Ya en la entrada se dio la vuelta.

– ¿Quién de vosotros llamó a la policía?

– Fui yo -respondió Vibeke-. Llamé mientras Anders iba a buscar al portero.

– ¿Antes de haberla encontrado? ¿Cómo sabías…?

– Había sangre en el agua que se filtró por nuestro techo.

– ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo supiste?

Anders Nygård exhaló un suspiro de exasperación exagerada y posó una mano en la nuca de Vibeke.

– Era roja, ¿verdad?

– Bueno -dijo Harry-. Hay otras cosas que son rojas y que no son sangre.

– Es verdad -admitió Vibeke-. Y no fue el color.

Anders Nygård la miró con sorpresa. Ella sonrió, pero Harry se dio cuenta de que trataba de evitar la mano del novio.

– Viví unos años con un cocinero y juntos llevamos un pequeño restaurante, así que aprendí algunas cosas sobre cocina. Entre otras, que la sangre contiene albúmina y que, si viertes sangre en una cacerola de agua a una temperatura superior a sesenta y cinco grados, se coagula y forma grumos. Igual que cuando rompes un huevo en agua hirviendo. Cuando Anders probó los grumos que había en el agua y dijo que sabían a huevo, comprendí enseguida que era sangre. Y que algo grave había pasado.

Anders Nygård entreabrió la boca ligeramente. De pronto, él también palideció bajo el bronceado.

– ¡Buen provecho! -murmuró Harry antes de marcharse.