Habían transcurrido cerca de veinticuatro horas y la policía aún no había detectado el error. Era fin de semana. Tal vez esperasen hasta el lunes para arreglar el asunto en horario laboral normal.
Si por lo menos hubiese tenido a alguien con quien hablar… Pero Ina no había vuelto de la excursión a la cabaña con aquel misterioso caballero. ¿A lo mejor podía llamar a esa agente de policía, Beate? No era culpa suya que hubiesen detenido a Sven. Le dio la impresión de que ella sabía que su hijo no podía ser una persona que anduviese matando gente. Incluso le dio a Olaug su número de teléfono para que la llamase si quería contarles algo. Lo que fuera.
Olaug miró por la ventana. La silueta del peral muerto simulaba unos dedos gigantes extendidos hacia la luna, que parecía suspendida a muy poca altura sobre el jardín y el edificio de la estación. Nunca había visto la luna así. Era como la cara de un muerto. Venas azules perfiladas sobre una piel blanca.
¿Dónde estaría Ina? Le dijo el domingo por la tarde, a más tardar. Y Olaug pensó que sería agradable, que entonces tomarían el té e Ina tendría ocasión de conocer a Sven. Ina, tan cumplidora y fiable cuando se trataba de horarios y esas cosas.
Olaug esperó hasta que el reloj de pared dio dos campanadas.
Luego buscó el número de teléfono.
Contestaron a la tercera señal.
– Aquí Beate -resonó una voz somnolienta.
– Buenas noches, soy Olaug Sivertsen. Te ruego que me perdones por llamar tan tarde.
– No importa, Sra. Sivertsen.
– Olaug.
– Olaug. Lo siento, aún estoy medio dormida.
– Llamo porque estoy preocupada por Ina, mi inquilina. Debía haber llegado a casa hace mucho y con todo lo que ha pasado… pues eso, estoy preocupada.
Al no obtener respuesta inmediatamente, Olaug se dijo que Beate se habría vuelto a dormir. Sin embargo, la agente le contestó al cabo de unos segundos. Ya no sonaba somnolienta.
– ¿Me estás diciendo que tienes una inquilina, Olaug?
– Claro. Ina. Ocupa la habitación de la criada. Ah, no te la enseñé. Claro, como se encuentra al otro lado de la escalera de servicio… Ina lleva fuera todo el fin de semana.
– ¿Dónde? ¿Con quién?
– Eso me gustaría saber a mí. Se trata de un señor al que acaba de conocer hace poco y al que aún no me ha presentado. Lo único que sé es que se iban a su cabaña.
– Deberías habernos contado eso antes, Olaug.
– ¿Debería? Sí, entonces…, lo siento mucho… yo…
Olaug notó que el llanto afloraba a su voz, pero no logró detenerlo.
– No, no quería decir eso, Olaug -se apresuró a calmarla Beate-. No estoy enfadada. Es mi trabajo controlar ese tipo de detalles, tú no podías saber que esa información era relevante para nosotros. Voy a avisar a la central de alarmas, ellos te llamarán para pedirte los datos personales de Ina, así podrán emitir una orden de búsqueda. Lo más probable es que no le haya pasado nada, pero queremos asegurarnos, ¿verdad? Y creo que, después, deberías dormir un poco. Te llamaré por la mañana. ¿Te parece bien, Olaug?
– Sí -respondió Olaug esforzándose por adoptar un tono risueño. Le habría gustado preguntarle si sabía algo de Sven, pero no tuvo valor.
– Sí, me parece bien. Adiós, Beate.
Colgó el teléfono con los ojos anegados en llanto.
Beate intentó volver a conciliar el sueño. Prestó atención a los sonidos de la casa. Hablaba. Su madre había apagado el televisor a las once y ahora reinaba un silencio absoluto. Se preguntó si su madre también se acordaba de su padre. Casi nunca hablaban de él. Requería demasiado esfuerzo. Beate había empezado a buscar un apartamento en el centro. El último año le había empezado a resultar agobiante vivir en el segundo piso de la casa de su madre. Sobre todo desde que empezó a verse con Halvorsen, ese agente sólido de Steinkjer que la llamaba por su apellido y que la trataba con una suerte de respeto preocupado que, por alguna razón, ella apreciaba. Tendría menos espacio cuando se mudase al centro. Y echaría de menos los sonidos de aquella casa, los monólogos sin palabras con los que se había dormido toda su vida.
El teléfono volvió a sonar. Beate exhaló un suspiro y cogió el auricular.
– Sí, Olaug.
– Soy Harry. Parece que estás despierta.
Beate se sentó en la cama.
– Sí, esta noche estoy recibiendo más de una llamada. ¿Qué pasa?
– Necesito ayuda. Y tú eres la única persona en la que puedo confiar.
– ¿Ah, sí? Si no me equivoco, y por lo que te conozco, eso significa problemas para mí.
– Muchos problemas. ¿Quieres ayudarme?
– ¿Y si digo que no?
– Escucha primero y dime que no después, si quieres.
36
Lunes. Fotografía
A las seis menos cuarto de la mañana del lunes, los rayos del sol incidían oblicuamente sobre la ciudad desde la colina de Ekeberg. El guardia de Securitas que había en la recepción de la comisaría general bostezó ruidosamente y levantó la vista del periódico Aftenposten cuando el primer trabajador metió la tarjeta de identificación en el lector.
– Dicen que va a llover -dijo el guardia, contento de ver a alguien por fin.
El hombre alto de aspecto sombrío le echó una rápida ojeada, pero no respondió.
En los tres minutos siguientes llegaron otros tres hombres igualmente sombríos y taciturnos.
A las seis en punto estaban los cuatro en el despacho del comisario jefe superior, en la sexta planta.
– Veamos -comenzó el comisario jefe superior-. Uno de nuestros comisarios ha sacado del calabozo a un posible asesino y ahora nadie sabe dónde están.
Una de las cosas que convertía al comisario jefe superior en un hombre relativamente idóneo para el puesto era su capacidad de sintetizar al máximo los problemas. Otra de sus habilidades consistía en formular brevemente lo que debía hacerse.
– Propongo que los encontremos a toda hostia. ¿Qué se ha hecho hasta ahora?
El comisario jefe de la Policía Judicial miró a Møller y a Waaler y emitió un breve carraspeo antes de contestar.
– Hemos formado un grupo de investigadores, pequeño pero con mucha experiencia, para que se ocupen del caso. Seleccionados por el comisario Waaler, responsable de la búsqueda. Tres del servicio de Inteligencia. Dos del grupo de Delitos Violentos. Empezaron anoche, tan sólo una hora después de que el responsable de los calabozos informase de que Sivertsen no había vuelto a su encierro.
– Rápido y bien trabajado. Pero ¿por qué no se ha informado a las patrullas de Seguridad Ciudadana? ¿Y a la Policía Judicial de guardia?
– Queríamos esperar a calibrar la situación tras esta reunión, Lars. Y oír tu opinión.
– ¿Mi opinión?
El comisario jefe de la Policía Judicial pasó un dedo por el labio superior.
– El comisario Waaler ha prometido que habrán encontrado a Hole y a Sivertsen antes de que termine la noche. Además, hasta el momento, tenemos controlada la información. Sólo Groth, el responsable de los calabozos, y nosotros cuatro sabemos que Sivertsen ha desaparecido. También hemos llamado a la cárcel de Ullersmo para anular la solicitud de celda y transporte, aduciendo que hemos recibido información que nos induce a pensar que Sivertsen podría correr peligro allí, por lo que, hasta nueva orden, estará recluido en un lugar secreto. En resumen, tenemos todas las posibilidades de mantener esto en secreto hasta que Waaler y su grupo lo solucionen. Pero, por supuesto, eso es algo que tú, Lars, tienes que decidir.
El comisario jefe superior juntó las yemas de los dedos e hizo un gesto de reflexivo asentimiento. Luego se levantó y se fue hacia la ventana, donde se quedó de espaldas a ellos.