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Harry se concentraba en respirar.

– ¿De verdad crees que se tragarían esa historia? ¿Møller? ¿El comisario jefe? ¿Los medios de comunicación?

– Por supuesto -dijo Waaler-. ¿No lees los periódicos? ¿No ves la tele? Lo comentarían unos días, máximo una semana. Si no sucede algo entre tanto. Algo realmente sensacional.

Harry no contestó.

Waaler sonrió.

– Lo único sensacional aquí es que tú creías que no te iba a encontrar.

– ¿Estás seguro de eso?

– ¿De qué?

– ¿De que yo no sabía que darías con nosotros?

– De ser así, yo en tu lugar me habría largado. Ahora ya no hay salida, Hole.

– Eso es cierto -dijo Harry metiendo la mano en el bolsillo de la chaqueta.

Waaler levantó la pistola. Harry sacó un paquete de cigarrillos mojado.

– Estoy atrapado. Pero la cuestión es ¿para quién es la trampa?

Sacó un cigarrillo del paquete.

Waaler entrecerró los ojos.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno -dijo Harry mientras partía el cigarrillo por la mitad y se lo colocaba entre los labios-. ¿No te parece que lo de las vacaciones conjuntas es una mierda? Nunca hay gente suficiente para hacer las cosas, así que todo se aplaza. Como, por ejemplo, instalar una cámara de vigilancia en un edificio de apartamentos. O desmontarla.

Harry vio una ligera vibración en los párpados del colega. Señaló con el pulgar sobre su hombro.

– Mira la esquina de la derecha, Tom. ¿Lo ves?

La mirada de Waaler saltó hasta donde Harry indicaba para recobrar enseguida su objetivo inicial.

– Como he dicho, sé lo que te hace funcionar, Tom. Sabía que antes o después nos encontrarías aquí. Sólo tenía que ponértelo lo bastante difícil como para que no sospecharas que te estaba tendiendo una trampa. El domingo por la mañana mantuve una larga conversación con un tío que conoces. Y lleva desde entonces esperando en el autobús para grabar esta función. Dile hola a Otto Tangen.

Tom Waaler parpadeó varias veces, como si le hubiera entrado una mota en el ojo.

– Te estás tirando un farol, Harry. Conozco a Tangen, nunca se atrevería a participar en algo así.

– Le concedí todos los derechos para vender la grabación. Piénsalo Tom. Una grabación de the big showdown con el presunto mensajero asesino, el investigador loco y el comisario corrupto. Las cadenas de televisión de todo el mundo harán cola.

Harry dio un paso hacia delante.

– Quizá sería mejor que me dieras esa pistola antes de que empeores las cosas, Tom.

– Quédate donde estás, Harry -susurró Waaler.

Harry vio que el cañón de la pistola se había girado imperceptiblemente hacia la espalda de Oleg. Se detuvo. Tom Waaler había dejado de parpadear. La musculatura de la mandíbula se concentraba en trabajar duro. Ninguno de los dos se movía lo más mínimo. El silencio del bloque de apartamentos era tal que Harry creyó oír el sonido de las paredes de hormigón, una vibración honda, larga, mínima, que el oído registraba como ínfimas alteraciones en la presión atmosférica. Y, mientras las paredes entonaban su melodía, transcurrieron diez segundos. Diez segundos infinitos sin que Waaler parpadease una sola vez. Øystein le había explicado a Harry en una ocasión la cantidad de datos que el cerebro humano era capaz de procesar durante un segundo. No se acordaba de la cifra, pero Øystein le había dicho que una persona podría escanear fácilmente una biblioteca pública de tamaño medio en diez de esos segundos.

Waaler parpadeó por fin y Harry vio que lo invadía una extraña calma.

No entendía lo que podía significar aquello, probablemente nada bueno.

– Lo interesante cuando se trata de casos de asesinato -dijo Waaler- es que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y de momento, no creo que ninguna cámara me haya grabado haciendo nada ilegal.

Se acercó a Harry y a Sven y tiró tan fuertemente de las esposas que Sven tuvo que ponerse en pie. Waaler los cacheó pasando la mano libre rápidamente por sus chaquetas y pantalones, sin apartar la vista de Harry.

– Todo lo contrario, sólo hago mi trabajo deteniendo a un agente de policía que ha secuestrado a un detenido.

– Acabas de confesar delante de una cámara -apuntó Harry.

– A vosotros -sonrió Waaler-. Según recuerdo, estas cámaras graban imágenes, pero no sonido. Esto es una detención en toda regla. Empieza a andar hacia el ascensor.

– ¿Y lo de secuestrar a un niño de diez años? -dijo Harry-. Tangen tiene una foto donde apuntas al niño con una pistola.

– Ah, el niño… -dijo Waaler dándole a Harry tal empujón en la espalda que le hizo perder el equilibrio y arrastrar a Sven consigo-. Evidentemente, se ha levantado en mitad de la noche y se ha ido a la comisaría general sin decírselo a su madre. No es la primera vez, ¿no es cierto? Digamos que me encontré con el pequeño justo cuando salía a buscaros a ti y a Sven. Parece que el niño había entendido que pasaba algo. Cuando le expliqué la situación, dijo que quería ayudar. En realidad, fue él quien propuso el juego de que yo lo utilizara como rehén para que tú no hicieras una tontería y resultaras herido, Harry.

– ¿Un niño de diez años? -preguntó Harry-. ¿De verdad piensas que alguien se va a creer semejante historia?

– Ya veremos -dijo Waaler-. Venga, chicos, salimos y nos detenemos delante del ascensor. El que intente algo raro, se lleva la primera bala.

Waaler enfiló el pasillo hacia la puerta del ascensor y pulsó el botón de llamada. Un ruido sordo resonó procedente del hueco.

– ¿No es extraño el silencio que reina en este edificio durante las vacaciones? -preguntó sonriendo a Sven-. Casi como una casa de fantasmas -añadió.

– Déjalo, Tom.

Harry tuvo que concentrase para pronunciar aquellas palabras, pues sentía como si tuviera la boca llena de arena.

– Es demasiado tarde -continuó-. Debes comprender que nadie te creerá.

– Estás empezando a repetirte, querido colega -observó Waaler echando una ojeada a la aguja torcida que daba la vuelta despacio, como la de una brújula-. Me creerán, Harry. Por la sencilla razón… -pasó un dedo por el labio superior-… de que no quedará nadie que pueda contradecirme.

Harry había comprendido cuál era el plan. El ascensor. Allí no había cámaras. Y lo haría allí, en el ascensor. Ignoraba cómo pensaba explicarlo después, si diría que había estallado una reyerta o que Harry se había hecho con la pistola, pero no le cabía ninguna duda, todos iban a morir allí, en el ascensor.

– Papá… -empezó Oleg.

– Todo irá bien, pequeño -dijo Harry intentando sonreír.

– Sí -afirmó Waaler-. Todo irá bien.

Oyeron un chasquido metálico. El ascensor se acercaba. Harry miró la manivela de madera de la puerta. Había sujetado la pistola de manera que podría agarrar el mango, meter el dedo en el gatillo y despegarla en un único movimiento.

El ascensor se detuvo delante de ellos con un golpe y tembló ligeramente.

Harry tomó aire y alargó la mano. Los dedos se deslizaron alrededor y hacia el interior de la superficie astillada. Esperaba notar el acero frío y duro en las yemas de los dedos. Nada. Absolutamente nada. Sólo más madera. Y un trozo de cinta adhesiva suelta.

Tom Waaler dejó escapar un suspiro.

– Me temo que la tiré por el vertedero, Harry. ¿De verdad pensaste que no buscaría un arma escondida?

Waaler abrió la puerta de hierro con una mano mientras los encañonaba con la pistola.

– El niño entra primero.

Oleg miró a Harry, que apartó la vista. No podía encontrarse con la mirada inquisitiva que sabía que suplicaba una nueva promesa, así que le señaló la puerta con la cabeza sin pronunciar palabra. Oleg entró y se quedó al fondo del ascensor. Del techo emanaba una luz pálida que iluminaba las paredes marrones de imitación a palisandro con un mosaico de declaraciones de amor, consignas, órganos sexuales y saludos rayados en la superficie.