«SCREW U», rezaba una de las leyendas justo encima de la cabeza de Oleg.
Una tumba, se dijo Harry. Aquello era una tumba.
Metió la mano libre en el bolsillo de la chaqueta. No le gustaban los ascensores. Harry tiró de la mano izquierda de Sven, que perdió el equilibrio y cayó de lado hacia Waaler. Éste se giró hacia Sven al mismo tiempo que Harry levantaba la mano derecha por encima de la cabeza. Apuntó como un torero con la espada, sabía que sólo dispondría de un intento y que la precisión era más importante que la fuerza.
Dejó caer la mano.
La punta del cincel atravesó la piel de la cazadora con un ruido desgarrador. El metal se deslizó dentro del tejido blando justo por encima de la clavícula derecha, agujereó la vena yugular, penetró en el trenzado de nervios del plexus brachialis y paralizó los nervios motores que van al brazo. La pistola cayó con estruendo al suelo de mármol y siguió rodando por los peldaños. Waaler se miró el hombro derecho con una expresión de sorpresa en la cara. Debajo del pequeño mango verde colgaba, flácido, su propio brazo.
Aquél había sido un día largo y horrendo para Tom Waaler. Los horrores comenzaron cuando lo despertaron con la noticia de que Harry se había fugado con Sivertsen. Y continuó cuando dar con Harry resultó ser más difícil de lo esperado. Tom explicó a los demás de la banda que tendrían que utilizar al niño y ellos se negaron. Era demasiado arriesgado, dijeron. En el fondo, él supo en todo momento que tendría que recorrer solo el último tramo del camino. Siempre pasaba lo mismo. Nadie lo detendría ni le ayudaría. La lealtad era una cuestión de rentabilidad y todo el mundo velaba por sus propios intereses. Y los horrores habían continuado. Ya no se sentía el brazo. Lo único que notaba era aquella corriente cálida que le bajaba por el pecho anunciándole que algo que contenía mucha sangre se había pinchado.
Se volvió otra vez hacia Harry justo a tiempo de ver cómo su cara crecía ante sus ojos y, un segundo después, Harry le dio un cabezazo en el puente de la nariz que le resonó en el cerebro con un crujido. Tom Waaler se tambaleó hacia atrás. Harry fue a darle un derechazo que Waaler logró esquivar. Harry quiso seguirlo, pero Sven Sivertsen lo retuvo por el brazo izquierdo. Tom tomó aire por la boca y notó que el dolor le bombeaba por las venas en forma de blanca furia fortificante. Había recobrado el equilibrio. En todos los sentidos. Calculó la distancia, flexionó las rodillas, dio un breve salto y giró como un remolino sobre un solo pie con el otro levantado en alto. Era un oou tek perfecto. Le dio a Harry en la sien y éste cayó de lado arrastrando consigo a Sven Sivertsen.
Tom se dio la vuelta en busca de la pistola. Estaba en el rellano del piso de abajo. Agarró la barandilla y bajó de dos zancadas. El brazo derecho seguía sin obedecer. Soltó una maldición, cogió la pistola con la mano izquierda y corrió hacia arriba.
Harry y Sven habían desaparecido.
Se giró justo a tiempo de ver cómo la puerta del ascensor se cerraba silenciosamente. Se metió la pistola entre los dientes, logró agarrar la manilla con la mano izquierda y tiró. Sintió como si se le fuera a descoyuntar el brazo. Cerrada. Tom pegó el ojo al ventanuco de la puerta. Habían cerrado la cancela corredera y se oían voces nerviosas procedentes del habitáculo.
Un día verdaderamente horrendo. Pero aquello se iba a acabar. Ahora empezaría a ser perfecto. Tom levantó la pistola.
Harry se apoyó contra la pared del fondo, respiró y aguardó a que el ascensor se pusiera en marcha. Acababa de cerrar la corredera y pulsar el botón de SÓTANO cuando sintió un tirón en la puerta y Waaler lanzó una maldición al otro lado.
– ¡Este cacharro de mierda no quiere andar! -rugió Sven. Se había puesto de rodillas al lado de Harry.
El ascensor dio un respingo, como un gran hipido, pero no se movió.
– ¡Este ascensor de mierda es tan lento! ¡Sólo tiene que bajar las escaleras corriendo y darnos la bienvenida cuando lleguemos!
– Cállate -susurró Harry-. La puerta entre la entrada y el sótano está cerrada con llave.
Harry vio una sombra que se movía detrás del ojo de buey de la puerta.
– ¡Agáchate! -gritó empujando a Oleg hacia la corredera.
La bala sonó como cuando se descorcha una botella al incrustarse en el panel de palisandro falso, justo encima de la cabeza de Harry. Empujó a Sven hacia donde se encontraba Oleg.
En ese momento, el ascensor volvió a dar un respingo y se puso en movimiento chirriando.
– Joder -susurró Sven.
– Harry… -comenzó Oleg
Entonces sonó un ruido muy fuerte y Harry tuvo tiempo de ver el puño entre los barrotes de la cancela corredera encima de la cabeza de Oleg antes de cerrar los ojos automáticamente para protegerse de la lluvia de fragmentos de cristal.
– ¡Harry!
El grito de Oleg le llenó la cabeza a Harry. Le inundó los oídos, la boca, la garganta. Lo ahogó. Harry volvió a abrir los ojos y los clavó en las órbitas atónitas de Oleg, vio su boca abierta, lo vio descompuesto por el dolor y el pánico, el pelo negro y largo atrapado por aquella gran mano blanca. Vio que la mano lo levantaba y sus pies dejaron de tocar el suelo.
Harry se quedó ciego. Abrió los ojos, pero no veía nada. Sólo una manta blanca de pánico. Pero oía. Oía gritar a Søs.
– ¡Harry!
Oía gritar a Ellen. A Rakel. Todo el mundo gritaba su nombre.
– ¡Harry!
Siguió viendo el manto blanco que paulatinamente fue ennegreciéndose. ¿Se habría desmayado? Los gritos fueron atenuándose, como un eco que se extingue. Se desvaneció. Tenían razón. Siempre se largaba cuando más falta hacía. Procuraba no estar presente. Hacía la maleta. Descorchaba la botella. Cerraba la puerta. Se rendía al miedo. Se quedaba ciego. Siempre tenían razón. Y si no la tienen, la tendrán.
– ¡Papá!
Un pie le dio a Harry en el pecho. Había recobrado la visión. Oleg colgaba pataleando ante su cara, con la cabeza como arraigada en la mano de Waaler. Pero el ascensor se había detenido. Enseguida vio por qué. La corredera estaba fuera de la guía. Harry vio a Sven sentado en el suelo, a su lado, con la mirada helada.
– ¡Harry! -Era la voz de Waaler desde fuera-. Lleva el ascensor arriba o le pego un tiro al niño.
Harry se levantó un segundo, pero se agachó de nuevo en el acto: había visto lo que necesitaba ver. La puerta del cuarto piso se encontraba medio metro más alta que el ascensor.
– Si disparas desde allí, Tangen grabará el asesinato -le advirtió Harry.
Escuchó la silenciosa risa de Waaler.
– Dime Harry, ¿si esa caballería tuya de verdad existe, no debería haber entrado cabalgando ya hace rato?
– Papá -suspiró Oleg.
Harry cerró los ojos.
– Escucha, Tom. El ascensor no se pondrá en marcha mientras la corredera no esté bien cerrada. Tienes el brazo entre los barrotes, así que tienes que soltar a Oleg para que podamos ponerlo en su sitio.
Waaler volvió a reírse.
– ¿Crees que soy tonto, Harry? Sólo tenéis que mover esa cancela unos centímetros. Lo podéis hacer sin que yo suelte al pequeño.
Harry miró a Sven, pero éste sólo le devolvió una mirada desenfocada y lejana.
– De acuerdo -dijo Harry-. Pero estamos esposados, necesito que Sven me ayude. Y en estos momentos está como ausente.
– ¡Sven! -gritó Waaler-. ¿Me oyes?
Sven levantó un poco la cabeza.
– ¿Te acuerdas de Lodin, Sven? ¿Tu predecesor en Praga?
El eco rodaba escaleras abajo. Sven tragó saliva.
– La cabeza en el torno, Sven. ¿Te apetece probarlo?
Sven se levantó tambaleándose. Harry lo cogió del cuello de la chaqueta y se lo acercó de un tirón.