Выбрать главу

– Podrás -auguró Harry.

– No voy a poder… sin ti.

– No es verdad -objetó Harry abrazándola otra vez-. Te arreglas perfectamente sin mí. La cuestión es si te arreglarías conmigo.

– ¿Es ésa la cuestión? -murmuró ella.

– Sé que tienes que pensártelo.

– No sabes nada.

– Piénsatelo primero, Rakel.

Ella se retiró hacia atrás y él notó el arqueo de su espalda. Rakel observó su cara. Buscando algún cambio, pensó Harry.

– No te vayas, Harry.

– Tengo una cita. Si quieres, puedo venir mañana por la mañana. Podríamos…

– ¿Sí?

– No lo sé. No tengo planes. Ni ideas. ¿Te suena bien?

Ella sonrió.

– Me suena perfecto.

Él miró sus labios. Dudó. Luego los besó y se fue.

– ¿Aquí? -preguntó mirando al retrovisor el agente de policía que iba al volante-. ¿No está cerrado?

– Abierto de doce a tres de la mañana en días laborables -aclaró Harry.

El conductor giró hasta el borde de la acera de enfrente del Boxer.

– ¿Te vienes, jefe?

Møller negó con la cabeza.

– Quiere hablar contigo a solas.

Hacía un rato que ya no servían bebidas y los últimos parroquianos empezaban a abandonar el local.

El comisario jefe de la Policía Judicial se encontraba en la misma mesa que la vez anterior. Las cuencas profundas de sus ojos quedaban en la penumbra. Tenía delante un vaso de cerveza casi vacío. En su cara se abrió de pronto una grieta.

– Enhorabuena, Harry.

Harry se metió entre el banco y la mesa y se sentó.

– Realmente, muy buen trabajo -continuó el comisario jefe-. Pero tienes que contarme cómo llegaste a la conclusión de que Sven Sivertsen no era el mensajero asesino.

– Vi una foto de Sivertsen en Praga y recordé que había visto una foto de Willy y Lisbeth tomada en el mismo lugar. Además, los de la Científica analizaron los restos de excrementos hallados bajo la uña de…

El comisario jefe se inclinó sobre la mesa y puso una mano en el brazo de Harry. Le olía el aliento a cerveza y a tabaco.

– No me refiero a las pruebas, Harry. Hablo de la idea. La sospecha. Lo que hizo que relacionaras las pruebas con el hombre adecuado. Cuál fue el momento de inspiración, lo que te hizo pensar por esos cauces.

Harry se encogió de hombros.

– Uno discurre toda clase de pensamientos todo el tiempo, pero…

– ¿Sí?

– Todo encajaba demasiado bien.

– ¿A qué te refieres?

Harry se rascó la barbilla.

– ¿Sabías que Duke Ellington solía pedir a los afinadores que no le afinasen el piano del todo?

– No.

– Cuando la afinación de un piano es clínicamente perfecta, no suena bien. No se producen desajustes, pero pierde parte del calor, la sensación de autenticidad.

Harry hablaba mientras hurgaba en un trozo de laca que se había soltado de la mesa.

– El mensajero asesino nos dio un código perfecto que nos indicaba exactamente dónde y cuándo. Pero no por qué. De este modo, nos indujo a centrarnos en el hecho, en lugar de en el móvil. Y cualquier cazador sabe que, si quieres ver la presa en la oscuridad, no debes enfocarla directamente, sino que hay que iluminar la zona adyacente. Y hasta que no dejé de mirar directamente a los hechos, no lo oí.

– ¿Lo oíste?

– Sí. Oí que aquellos supuestos asesinatos en serie eran demasiado perfectos. Sonaban muy bien, pero no auténticos. Los asesinatos seguían una pauta rigurosa, nos procuraban una explicación tan plausible como una mentira, pero rara vez la verdad.

– ¿Y entonces lo comprendiste?

– No. Pero dejé de focalizar. Y recuperé la visión global.

El comisario jefe asintió con la cabeza mientras observaba el vaso de cerveza que estaba haciendo girar sobre la mesa. Sonaba como una piedra de molino en el local silencioso y casi vacío.

Carraspeó.

– Juzgué mal a Tom Waaler, Harry. Lo siento.

Harry no contestó.

– Lo que quería decirte es que no voy a firmar los documentos de tu despido. Quiero que sigas en tu puesto. Quiero que sepas que tienes mi completa confianza. Absolutamente, toda mi confianza.

Y espero, Harry… -Levantó la cara y una abertura, una especie de sonrisa, se dibujó en la parte inferior-…Que yo tendré la tuya.

– Tengo que pensarlo -dijo Harry.

La abertura desapareció.

– Lo del trabajo -añadió.

El comisario jefe volvió a sonreír. En esta ocasión, la sonrisa se reflejó también en los ojos.

– Por supuesto. Deja que te invite a una cerveza, Harry. Han cerrado, pero si lo pido yo…

– Soy alcohólico.

El comisario se quedó perplejo un instante. Luego rió algo apurado.

– Lo siento. Una falta de consideración por mi parte. Pero, hablemos de algo completamente diferente, Harry. ¿Has…?

Harry esperó mientras el vaso de cerveza terminaba de hacer otra vuelta.

– ¿… has pensado en cómo vas a presentar este asunto?

– ¿A presentarlo?

– Sí. En el informe. Y ante la prensa. Querrán hablar contigo.

Y pondrán a todo el Cuerpo bajo el microscopio si lo del tráfico de armas de Waaler llega a saberse. Por eso es importante que no digas…

Harry buscaba el paquete de tabaco mientras el comisario jefe buscaba las palabras.

– Bueno, que no les des una versión que induzca a interpretaciones erróneas.

Harry sonrió mirando el último cigarrillo.

El comisario jefe pareció tomar una decisión, apuró resuelto su cerveza y se limpió la boca con el dorso de la mano.

– ¿Dijo algo?

Harry enarcó una ceja.

– ¿Te refieres a Waaler?

– Sí. ¿Dijo algo antes de morir? ¿Algo de quiénes eran sus colaboradores? ¿Quién más estaba involucrado?

Harry decidió guardarse el último cigarrillo.

– No. No dijo nada. Absolutamente nada.

– Qué lástima. -El comisario jefe lo miraba inexpresivo-. ¿Y qué hay de las cintas que grabaron? ¿Revelan algo en ese sentido?

Harry se encontró con la mirada azul del comisario jefe. Por lo que Harry sabía, el comisario jefe llevaba toda su vida laboral en la Policía. Tenía la nariz afilada como la hoja de un hacha, la boca recta y huraña y las manos grandes y gruesas. Constituía una parte de los sólidos cimientos del Cuerpo, el granito duro pero seguro.

– ¿Quién sabe? -contestó Harry-. En cualquier caso, no hay que preocuparse demasiado, ya que la versión de la grabación no daría lugar a… -Harry acababa de conseguir arrancar el trozo seco de laca-…interpretaciones erróneas.

Ya titilaban las luces del local.

Harry se levantó.

Se miraron el uno al otro.

– ¿Necesitas transporte? -preguntó el comisario jefe.

Harry negó con la cabeza.

– Iré andando.

El comisario le estrechó la mano con firmeza y durante un rato, al cabo del cual Harry se encaminó a la puerta. Pero, antes de llegar, se detuvo y se volvió.

– Me acuerdo de una cosa que dijo Waaler.

Las cejas blancas del comisario jefe descendieron ceñudas.

– ¿Ah, sí? -preguntó suavemente.

– Sí. Suplicó clemencia.

Atajó por el cementerio de Vår Frelser. Caían gotas de los árboles. Descendían de las hojas como pequeños suspiros, antes de llegar a la tierra que las absorbía sedienta. Anduvo por el sendero que discurría entre las tumbas oyendo cómo los muertos se hablaban entre murmullos. Se detuvo y prestó atención. La casa pastoral de Gamle Aker dormía a oscuras ante él. Los muertos susurraban y chasqueaban con sus lenguas y sus mejillas húmedas. Giró a la izquierda y salió por la verja que daba a la pendiente de Telthusbakken.

Cuando entró en el apartamento, se quitó la ropa, se metió en la ducha y abrió el grifo del agua caliente. El vaho se extendió en el acto por las paredes y él permaneció allí hasta que se sintió la piel roja y dolorida. Se fue al dormitorio. El agua iba evaporándose y Harry se tumbó en la cama sin secarse. Cerró los ojos y esperó. Al sueño. O a las imágenes. Lo que llegara primero.