— Pero, ¿qué es lo que quiere saber? ¿Si será necesario un biólogo en la Luna? Pues…, la Luna es un planeta completamente muerto. En él no existe en absoluto la atmósfera, y por esto, no puede haber vida orgánica. Así está admitido pensar. Pero yo me permito pensar de diferente manera. Mi telescopio… Sí, venga, dé una mirada a la Luna. Afírmese a estos cordones. ¡Con cuidado! ¡No tropiece con los libros! ¡Así! Bueno, dele un vistazo…
Yo miré al objetivo y quedé admirado. La superficie de la Luna se veía muy cerca, se distinguían hasta algunos bloques de piedra y grietas. El borde de uno de los bloques relucía con fulgores de diferentes colores. Seguramente eran originados por el brillo de rocas cristalinas.
— Bueno. ¿Qué dice usted? — dijo el profesor, satisfecho.
— Me parece que veo la Luna más cerca que la Tierra desde la Estrella Ketz.
— Sí, pero si mirara a la Tierra desde mi telescopio podría admirar su Leningrado… Pues bien: yo creo, basándome en mis observaciones, que en la Luna existen gases, por lo menos en cantidades insignificantes, y, por lo tanto, pueden haber también algunos vegetales… Mañana vamos a volar para comprobarlo. Yo, en suma, no soy amigo de los viajes. Desde aquí lo veo todo. Pero nuestro director insiste en hacer esta expedición. La disciplina ante todo… Ahora volvamos a nuestra conversación sobre la filosofía del movimiento.
«El movimiento rectilíneo infinito de puntos en el espacio es un absurdo. Tal movimiento no se diferencia de la inmovilidad. El infinito delante, el infinito detrás…, no hay proporción. Cualquier parte del camino recorrido, en comparación con el infinito es igual a cero.
«Pero, ¿qué hacer con el movimiento en todo el cosmos? El cosmos es eterno. El movimiento en él no cesa. ¿Será posible que el movimiento del cosmos sea también un absurdo?
«Durante algunos años razoné sobre la naturaleza del movimiento, hasta que encontré, por fin, dónde estaba lo esencial de la cuestión.
«El asunto resultó ser completamente fácil. El hecho es que en la naturaleza no existe en absoluto el movimiento infinito ininterrumpido, ni rectilíneo, ni curvo. Todo movimiento es intermitente, he aquí el secreto. Mendeleiev ya demostró la regularidad de intermitencia de las dimensiones (¡incluso las dimensiones!), en este caso concreto, los átomos. La doctrina de la evolución se cambia, o mejor, se profundiza en la genética, dando más importancia al desarrollo de los organismos en impulsos, en mutaciones. La intermitencia de las magnitudes magnéticas fue demostrada por Weiss; la intermitencia de las radiaciones por Blanck; la intermitencia de las características térmicas por Konovalov. El cosmos es eterno, infinito, pero todos los movimientos en el cosmos son intermitentes. Los sistemas solares nacen, se desarrollan, envejecen y mueren. Se originan nuevos sistemas diferentes. Tienen fin y principio y, por lo tanto, tienen proporción de medida. Lo mismo sucede en el mundo orgánico… ¿Usted me comprende? ¿Sigue usted el hilo de mis ideas…?
Por fortuna, asomó de nuevo en el agujero la cabeza del negro con la mona.
— Camarada Artiomov. Kramer le espera en la cámara atmosférica — dijo el negro.
Apresuré mi despedida con el profesor y salí de aquel rincón de arañas.
Tengo que confesar que Tiurin me obligó a pensar en su filosofía. «La felicidad en el movimiento»… ¡Pero qué cuadro tan desalentador ofrece a simple vista el creador de la filosofía del movimiento! Perdido en el oscuro espacio del cielo, rodeado de telarañas, inmóvil, colgando meses, años… Pero él es feliz, esto es indudable. La falta de movimiento del cuerpo lo compensa con el intensivo movimiento de ideas, de células cerebrales.
XII — Tiurin se entrena
Kramer me esperaba sin quitarse la escafandra; por lo visto tenía prisa. Rápidamente me puse la mía. Mi acompañante disminuyó la presión atmosférica y abrió la puerta al exterior. Sujetándome fuerte ante sí, se separó de la pared del observatorio con precaución, y con un movimiento de lado ayudándose con suaves disparos, giró hacia la Estrella Ketz. Luego hizo algunos disparos más fuertes y salimos lanzados a gran velocidad. Ahora Kramer habría podido dejarme suelto pero, por lo visto, no tenía confianza en mi «arte de vuelo» y me sostenía desde atrás por el codo.
Mirando cómo se acercaba la Estrella Ketz, observé que ésta giraba a bastante velocidad sobre su eje. Evidentemente, la reparación del invernadero había terminado y ahora se creaba artificialmente una mayor fuerza de gravedad.
No es tarea fácil agarrarse a las palas de un molino de viento en marcha. Pero Kramer se las arregló de maravilla. Empezó a dar vueltas alrededor del cilindro en dirección a su giro. Igualando de este modo nuestra velocidad con la del cilindro se asió de la agarradera.
No había terminado de desvestirme, cuando Meller me llamó a su despacho.
No sé en cuanto se había aumentado la gravedad en la Estrella. Seguramente que no había ni una décima de la terrestre. Pero yo noté en seguida la conocida sensación de tensión de los músculos. Era grato «pisar» con los pies «el suelo», hallar de nuevo que existe suelo y techo.
Entré animado en el despacho de Meller.
— Buenos días — me saludó ella—. He llamado a Tiurin. Va a llegar de un momento a otro. ¿Cómo lo ha encontrado usted?
— Es una persona original — respondí—, sin embargo, yo esperaba encontrar…
— No quería decir esto — me interrumpió Meller—. ¿Qué aspecto tiene? Yo pregunto como médico.
— Muy pálido. Con la cara un poco hinchada…
— Se comprende. Lleva un régimen de vida imposible. Hay en el observatorio un pequeño jardín, una sala para gimnasia con aparatos para el entrenamiento de los músculos; pero él menosprecia por completo su salud. Le confieso que he sido yo quien ha persuadido al director de mandar a Tiurin a la Luna. Y en adelante exigiré que cambie por completo de régimen, pues de otro modo muy pronto perderíamos a este hombre excepcional.
Se presentó Tiurin. Bajo la viva luz del ambulatorio aparecía aún más enfermizo. Además los músculos de las piernas habían perdido por completo el hábito del movimiento y es posible que en parte se hubieran atrofiado. Le era difícil estar de pie. Sus rodillas se plegaban, las piernas le temblaban, e impotente, agitaba los brazos. Si se le hubiera devuelto a la Tierra en este estado, seguramente se habría sentido como una ballena arrojada a la playa por las olas.
— ¡Mire hasta qué punto ha llegado! — empezó Meller en tono de reproche—. Parece hecho de jalea.
La pequeña y enérgica mujer reñía al viejo científico como a un chico travieso. Finalmente lo envió al masajista, ordenando que después del masaje se presentara de nuevo a reconocimiento.
Cuando Tiurin salió. Meller se dirigió a mí:
— Usted es biólogo y me comprenderá. Tiurin es una excepción. Todos nos sentimos muy bien. Sin embargo, esta ligereza de la «vida celeste» me preocupa en sumo grado. Usted no siente o casi no siente su cuerpo. Pero, ¿cuáles serán las consecuencias? Ketz es una estrella joven. Sus más viejos habitantes llevan no más de tres años en condiciones de imponderabilidad, ¿qué pasará dentro de diez años? ¿Cómo repercutirá tal adaptación al ambiente en las condiciones generales del organismo? Finalmente… ¿Cómo se desarrollarán nuestros recién nacidos? ¿Y los hijos de nuestros hijos? Es muy posible que los huesos de nuestros descendientes sean más cartilaginosos, más gelatinosos. Los músculos se atrofiarán, indudablemente. Esto es lo primero que más me preocupa como persona responsable de la salud de nuestra colonia celeste. Lo segundo, son los rayos cósmicos. A pesar de la envoltura que, en parte, detiene estos rayos, de todas maneras nosotros recibimos aquí muchos más que en la Tierra. Hasta ahora yo no veo consecuencias nocivas. Pero es que tenemos aún muy poco material para las observaciones. En las moscas drosófilas aquí se observa una acentuada mutación, además muchas nacen con genes volátiles y no tienen descendencia. ¿Qué sucederá si los rayos producen este mismo efecto en las personas que viven en la Estrella Ketz? ¿Y si les nacen hijos monstruos o muertos…? Al fin y al cabo todo está en nuestras manos. Podemos eliminar todas las consecuencias perjudiciales. Podemos originar artificialmente cualquier fuerza de gravedad, si hace falta, mayor incluso que en la Tierra. Podemos también aislarnos de los rayos cósmicos. Pero debemos hacer infinidad de experimentos para poder fijar las condiciones óptimas… Ya ve cuánto trabajo tenemos para los biólogos.