– Este año nuestro crecimiento económico ha sido doblemente más rápido que el del resto del mundo y casi tres veces mayor que el de los países desarrollados capitalistas.
– Estoy tan contenta -comentó.
– Nuestros camaradas de la industria textil han incrementado la producción en más de un setenta y cinco por ciento.
Ahora podían mostrar deleite, aunque no les estaba permitido tomarse de las manos ni besarse, y todos sabían que en la forma de sonreírse no había nada de personal o de egoísmo, que la luz de los ojos y la ternura de las sonrisas se debían al incremento de la tasa de producción de los obreros textiles y el crecimiento general económico del país. En China no existían los pequeños mundos privados.
Siguió contándole todas las buenas noticias, puesto que estar allí sentado, en silencio, hubiese sido embarazoso. Había muchas otras cosas que deseaba contar, si bien lo que quería era tenerla en los brazos. La deseaba sobre todas las otras cosas de la vida, casi tanto como ansiaba la prosperidad y la libertad del pueblo chino. Ya era la hora de partir, empero no conseguía arrancar de allí y seguía sentado un tanto rígido, la gorra que tenía la estrella roja sobre las piernas y la cabeza calva al descubierto, mientras trataba de pensar en alguna otra cosa que decir, de las que le gustan a las muchachas.
– Los números muestran que hemos elevado nuestra producción agrícola e industrial en un diez por ciento anual.
Era una buena excusa, y Lan le tomó la mano apretándola con amor.
Los médicos sonreían, las enfermeras sonreían y los enfermos sonreían, compartiendo su felicidad. Era el general más joven del Ejército del Pueblo y aunque hubiese venido a visitar a su novia, se dirigía a todos y compartía su presencia.
Guardó la mano de él el mayor tiempo posible sin que pareciese algo personal y, entonces, Pei advirtió lágrimas en los ojos; mas no importaba, nadie podía verlas.
Se puso de pie, sonrió y pasó por delante de los otros enfermos, intercambiando algunas palabras, diciéndoles que pronto mejorarían y volverían a trabajar diez horas diarias como todos los trabajadores, que la atención médica era la mejor, y que pronto volverían a ser útiles.
Luego se dirigió al consultorio de los médicos; habló con ellos durante unos minutos. El especialista en enfermedades pulmonares le dijo que Lan tenía menos de un pulmón y que casi constantemente estaba en la carpa de oxígeno. Poseían el mejor equipo técnico checoslovaco y, de ser posible, desearían conseguir más carpas. Le dieron todos los detalles y las últimas estadísticas sobre el hospital. Pei los escuchó atentamente, pues los temas eran de interés general, verdaderamente importantes, los únicos importantes.
Pei pasó las horas que siguieron visitando la nueva planta de energía y los montajes que almacenaban los primeros equipos de calefacción, último adelanto de los nuevos hogares para obreros. Era una planta en pequeña escala, y el estado mental de los obreros allí empleados era de un equilibrio total, probablemente debido a la cuidadosa supervisión del ingeniero jefe de la estación experimental, el doctor Han Tse, un activo y enérgico hombrecito, de anteojos brillantes. El doctor Han Tse aclaró que los obreros tenían privilegios especiales, excelentes raciones alimenticias y vestimentas extraordinarias.
– El único efecto negativo con el que hemos tropezado es el apego casi excesivo relacionado con el envase. La gente tiene tendencia a considerarlo casi como una mascota. Ya hemos podido abastecer a algunas familias de calentadores portátiles y si usted quiere puede observar personalmente cómo la gente se adapta…
Era un pequeño departamento, limpio y agradable, en la nueva manzana, el primero del pueblo de esa naturaleza e importancia. La familia se componía de un obrero, su esposa, tres hijos y el abuelo de setenta años. El anciano estaba achacoso, yacía en cama, la cara arrugada de campesino y la tradicional barbita de los mayores. No tenía ninguna enfermedad fuera de vejez y cansancio. El departamento tenía calefacción; y era alegre; en los lugares apropiados se veían los retratos de Mao Tse-tung y de Lenín. El padre estaba en la planta de energía; los niños habían regresado de la escuela. Corrían alegremente por allí; la mujer recibió a los visitantes con una sonrisa feliz. Trabajaba en el montaje, pero era su día de descanso. El anciano consiguió esbozar una especie de sonrisa, en sus casi invisibles labios blancos, aunque en sus ojos había una expresión de asombro, y era difícil decir si aún quedaba algo en su mente, excepto una especie de perpleja sorpresa. En la pared, colgado sobre la cama, había un pergamino que tenía una leyenda hermosamente escrita: Estoy feliz de dar lo mejor para el bienestar de mi pueblo.
El pequeño tanque blanco que estaba sobre el piso se conectaba con el calentador, cerca de la ventana, con las lámparas y con los aparatos que se utilizan en la cocina.
Sobre el tanque había un ramo de flores.
De tanto en tanto el anciano dirigía la mirada hacia el calentador; entonces la expresión de asombro de sus ojos parecía aun mayor. Su nieta reía alegremente y los otros niños jugaban en un rincón.
– Como usted puede ver -dijo el doctor Han Tse-, las condiciones psicológicas son excelentes. Excepto, tal vez, lo del ramito de flores. Por supuesto, ésta no es una situación típica. Las circunstancias son particularmente favorables. Aquí existe una relación de familia. Estamos pasando un invierno muy frío y es obvio que el anciano se deleita con la idea de que pronto podrá contribuir al bienestar físico de sus nietos. Los lazos familiares crean aquí, por supuesto, las condiciones ideales.
El anciano de pronto se rió y vio que su nieta y los niños empezaban a reír sin parar. Fue entonces cuando Pei llegó a la conclusión de que el doctor Han Tse estaba completamente equivocado.
La familia entera, el abuelo, la mujer y los niños estaban en un estado que rayaba con la idiotez. La mujer no podía dejar de reírse, y los tres niños estaban al borde de la histeria. En cuanto al anciano, juzgando por la expresión de los ojos, era bastante evidente que tenía la sensación de que el tanque lo miraba.
– Aquí tenemos un excelente caso de la vieja generación adaptándose muy bien -dijo el doctor Han Tse.
Y, entonces, sucedió. Proviniendo de un hombre de su edad y en ese estado de postración, fue casi increíble; pero la velocidad de relámpago con que el campesino moribundo saltó de la cama fue fenomenal. Con un sonoro y corto grito, el venerable anciano saltó por encima del tanque y del calentador, atravesó la puerta y, pocos segundos después Pei lo vio atravesar la calle a la disparada y luego los campos, echando de vez en cuando una mirada hacia atrás como para asegurarse de que el tanque no lo seguía de cerca. Luego la mujer se tiró sobre la cama boca abajo, y se puso a dar gritos espasmódicos, histéricos y de terror.
– No creo que podamos sacar ninguna conclusión positiva de aquí -dijo el doctor Han Tse cuando salían-. La relación de familia es anticuada…