– Lo siento, profesor, pero no tuve tiempo para delicadezas.
– ¿Adonde vamos?
– Es exactamente lo que nosotros queremos que usted nos diga.
Abrió el portafolio y tiró sobre las rodillas de Mathieu un fajo de fotografías.
– Mírelas bien. Son las últimas fotografías (datan de hace tres días) que nuestro satélite cosechó en China. En la provincia de Sinkiang. Debo también confesarle que el gobierno de los Estados Unidos está… bueno… "aterrorizado" sería una palabra indigna. Por lo tanto digamos… un poco preocupado.
Veía solamente el perfil de Starr, lo que no era mucho, de rasgos pequeños y hundidos. Pero en la misma falta de expresión había algo mortal.
– Allez vous faire foutre. Váyase a la mierda.
– Usted debe saber, señor Mathieu, que tiene mucha suerte. Tiene suerte de que yo no sea un idealista. Si lo fuera, hace tiempo que le hubiera metido una bala en su admirable cerebro. Por supuesto usted puede negarse a darnos su opinión, sin embargo es mejor que le advierta… Por primera vez en mi carrera, se me ha dado carta blanca.
Mathieu miró las fotografías. Mostraban miles de colmenas. Eran los exhaladores. Pero lo que atrajo su atención inmediatamente fue que estaban interconectados y que en el centro había una construcción escondida, no muy diferente del reactor "urraca" de Courcelles, actualmente en desuso. El automóvil se deslizaba bajo la lluvia torrencial, Mathieu continuó mirando durante un rato la construcción escondida, y sintió nauseas. Una sensación de "por supuesto, ¿qué es lo que esperabas?".
"Codiciosos idiotas", pensó. Era más que una locura de mega-energía: era un ciego salto de rana a lo desconocido. No había manera de manejar la acumulación de energía. Los chinos estaban ensayando la concentración y la manipulación de la energía, más allá de todo cálculo o control.
– ¿Qué es exactamente lo que quiere saber, coronel?
– Realmente, no mucho más. Su cara ha sido bastante expresiva.
Mathieu siguió mirando las fotos.
– Muy bien orientados -comentó-. Completamente hacia el Oeste, si no me equivoco.
– ¿Entonces? -preguntó Starr cortante.
– No lo sé.
– ¿Embrutecimiento?
– Ya le dije, no lo sé. Los chinos mismos no lo pueden saber. Pero, no tema, lo descubrirán, y nosotros también. Ninguna duda al respecto… ¿Cuándo pondrán la planta en funcionamiento?
– Es lo que todavía estamos tratando de averiguar. Puede tardar semanas o meses. O más. Carecemos de datos. Y los rusos también. Todo lo que sabemos es que los militares llevan el asunto y parece que en Pekín hay una lucha entre el poder del ejército y el del partido, es decir, el mariscal Lin Piao contra Mao. Existen algunos indicios de que Mao se opone a todo el proyecto. Pero, si la prueba tiene éxito, fortalecerá al ejército de tal manera que el pobre viejo tendrá que despedirse o contentarse con un papel puramente simbólico, o llegará a una crisis con Rusia y con los Estados Unidos. Si piensa así, está abominablemente en lo cierto. No podemos correr el riesgo. Es imposible. Por lo tanto…
Mathieu rió.
Starr estaba tratando de dominarse. Era la primera vez en su vida que tenía que tratar de hacerlo. El autodominio era natural en él. Tomó las fotografías y las guardó en el portafolio. Lo tenía colgado de la muñeca, atado con una cadena.
El automóvil avanzaba delante del Louvre. Cinco milenios de tesoros artísticos, pensó Mathieu. Una civilización muy vieja. Bueno, habría mejor suerte la próxima vez.
A lo largo de la calle St. Denis se veían prostitutas en las puertas.
– Sabe coronel, que algunas de esas prostitutas eran vírgenes hace muy poco tiempo -comentó Mathieu-. Los rufianes colocan a las principiantas en los barrios más pobres, para que puedan beneficiarse con una enseñanza rápida.
– Escuche, Mathieu, ¿realmente a usted no le importa un comino?
– Einstein no construyó la bomba, mon colonel.
– Usted sabe mejor que nadie lo que esto puede significar. Este experimento chino tiene un captador de acción ilimitada, que implica un alcance ilimitado.
Mathieu asintió.
– Los niños serán siempre niños -dijo-. Niñitos de veinte mil años de edad. Partiendo sólo desde los frescos de Lascaux.
– Todo está orientado hacia el Oeste. Si el arrastre colectivo es como pensamos (ilimitado) en vez de recolectar la desintegración que los exhaladores reciben (cincuenta metros de alcance) literalmente arrancará y chupará la exhalación de todos los seres humanos que se encuentren dentro del blanco de acción. En su camino nos arrancará todas las características humanas.
– ¿Qué tal un golpecito de prioridad, coronel? -preguntó Mathieu, con una sonrisa embaucadora.
Starr ignoró el sarcasmo.
– Resumiendo, si se encuentra en el lugar donde el Pentágono cree…
– El Pentágono, ¿eh? ¿Siempre volviendo a papá?
– …todo el mundo occidental se verá reducido a un estado de bestialidad execrable. Simplemente dejaremos de funcionar como una civilización.
– Coronel -dijo Mathieu, y esta vez no tenía ningún indicio de ironía o de odio en la cara-. Usted puede liberar a una civilización de muchas cosas, pero no puede liberarla de sí misma.
Starr no lo escuchaba. Estaba pensando en alta voz.
– El arrastre normal de un exhalador capta solamente la exhalación en el momento de la muerte natural. Empero lo que aquí enfrentamos es la posibilidad (la probabilidad) de un super arrastre… Se vaciará a los vivos de su… digamos… energía… Deshumanización instantánea.
– Deshumanización -musitó Mathieu-. Es gracioso que el Pentágono comience a preocuparse por eso.
– Mientras los chinos o cualquier otro país totalitario (que para el caso es lo mismo) alienten el apresador con la exhalación de su propio pueblo… bueno, no es cosa nuestra lo que los chinos les hacen a los chinos, o los checoslovacos a los checoslovacos. Pero esta cosa está dirigida hacia todos nosotros y ni nosotros ni los rusos podemos arriesgarnos a "esperar y luego ver".
Mathieu cerró los ojos. Después de todo, el Círculo Erasmo había triunfado. Actualmente I'affaire de l'homme estaba alcanzando un punto crítico o un punto de no retorno. La humanidad debía afrontar su propia naturaleza y tomar una última decisión: la elección de última hora. La última crisis. Nunca antes, quizá desde el advenimiento de Cristo, la elección había estado tan claramente entre las propias manos del hombre. Civilización o materialismo, cultura, espíritu o mierda, renacimiento o bestialidad. En realidad el Círculo Erasmo estaba presentando a las potencias gobernantes un ultimátum: se trataba del fin o del comienzo.
El auto seguía corriendo a lo largo del Sena. La lluvia salpicaba el parabrisas y los neumáticos seguían chorreando. Starr tenía las manos hundidas en los bolsillos del impermeable, tratando de sujetar los puños.
– Tratarán de arrancar la exhalación de todo el mundo libre, teniendo como objetivo 360 grados, en redondo -aseguró-. Incluyen a Rusia, a Europa y a nosotros.
– ¿Y bien? -preguntó Mathieu-. Después de todo sólo se trata de lo que la NASA denomina un primer paso tecnológico.
Starr lo miró y Mathieu se rió.
– Por favor, mon colonel, trate de que no se le reviente una vena. Sería muy fastidioso.
Starr realizó uno de los más admirables triunfos secundarios de la vida: sonrió.
– No permita que esto lo preocupe demasiado -prosiguió Mathieu-. No existe simplemente una manera de decir cuan efectivo…
– Una linda palabra -gruñó Starr.
– …sí, qué éxito llegará a tener el pequeño experimento chino. Será sin precedentes.