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– Hubo un precedente -aclaró Starr.

Luego vaciló. Estaban completamente separados de París por el diluvio. Alrededor de ellos todo era líquido.

– No debería contarle esto, señor Mathieu, pero creo que el juego está demasiado avanzado para las delicadezas. ¿Alguna vez ha oído hablar de la "implosión" de Merchantown?

– No.

– Ocurrió en la planta de la Compañía de Herramientas Ungarn. Habían estado efectuando para nosotros ciertos experimentos.

– ¿Para nosotros?

– Para el gobierno de los Estados Unidos. Digamos que para la Comisión de Energía Atómica. Una labor sumamente delicada, la de medir la exhalación, el tiraje mínimo y máximo y los límites de seguridad. Los científicos que estaban a cargo eran dos hombres que usted conoce, los profesores Nitri y Politz. Ambos, desertores del Círculo Erasmo, creo…

Mathieu asintió.

– Sí. Pensaban que no debíamos informar ni a los rusos ni a los chinos.

– La prueba de la "exhalación múltiple" se llevó a cabo en mayo del año pasado, y bajo el máximo de precauciones de seguridad. La "implosión" ocurrió en cuanto se hizo funcionar el acumulador aunque no era del tamaño del chino. No hubo pérdidas humanas; las instalaciones quedaron intactas. En realidad no se rompió ni un vidrio de las ventanas. Es más, ninguna de las víctimas presentaba ningún rastro de lesiones físicas; sin embargo las características humanas les habían sido arrancadas. Encontraron a los once técnicos, a los científicos Nitri y Politz, y al vicepresidente de la Compañía, Lloyd T. Ungarn, en cuatro patas sobre el piso, comiéndose los excrementos.

La lluvia empezaba a amainar. En la niebla apareció Notre-Dame proyectando su estructura arquitectónica de mellizos siameses.

– Creo recordar que les habíamos prevenido el peligro de los multiacumuladores a los gobiernos involucrados -comentó Mathieu-. Sin embargo, personalmente, no creo que el captador chino funcione al máximo, porque de lo contrario terminarían diciéndole adiós a su propio trasero… Seguramente han de haber pensado en ello. No obstante si el pentágono está preocupado… ¿Porqué simplemente no borra a China del mapa? Creo que se lo denomina derecho de prioridad… Cualquier cosa antes de permitir que deshumanicen a un presidente norteamericano. Están preocupados porque no saben qué puede suceder. Bombardeen China, entonces sabrán.

El chofer apretó bruscamente los frenos; Mathieu fue impulsado hacia adelante. El conductor giró en el asiento y lo miró.

– Coronel, ¿por qué no termina con él? -preguntó-. ¿Porqué no termina con el zorrino?

La nariz de Mathieu sangraba.

– Disciplina -respondió Starr-. Es lo único razonable. La disciplina.

– Mate al bastardo -respondió el hombre.

– No pertenecemos al cuerpo de asesinos, Pete, -afirmó Starr-. Es otra rama.

– Bueno, pediré que me transfieran -sostuvo el hombre-. Entonces regresaré aquí y le volaré los asquerosos sesos. ¿Hasta cuándo puede aguantar?

– Estás entorpeciendo el tráfico -le dijo Starr.

El automóvil arrancó.

– Déjeme en el laboratorio -le indicó Mathieu-. Todavía tengo mucho trabajo.

– ¿Alguna cosa interesante? -le preguntó Starr amablemente.

– Promisoria.

Los ojitos celestes de Johnny Starr se fijaron en él.

– Una sola pregunta más, señor Mathieu, una por el paseo… Una curiosidad personal, estrictamente no oficial. ¿Por qué usted y todos sus amigos del Círculo Erasmo han presentado los detalles de su magnífica labor entre las grandes potencias nucleares que tanto odian, y lo han hecho tan espontáneamente, realmente con tanto ahínco?

– Porque los bastardos lo estaban reclamando -respondió Mathieu.

18

En ese momento en París eran las 11.30, en Moscú las 13.30, en Pekín las 18.30 y en Washington las 6.30. El Presidente de los Estados Unidos, que tenía los párpados muy hinchados y sentía la cara de un tamaño doble del habitual, como le sucedía siempre por las mañanas, la nariz y las mejillas que le colgaban, lo que en sus propias palabras se traducía "más arriba y más allá del punto de gravedad", se estaba poniendo los pantalones.

– Me pregunto qué diría el pueblo norteamericano si supiera que, en este momento de la historia ("la hora decisiva", como creo que le llaman), toda la energía de su Presidente está dirigida a una sola finalidad: a no encender un cigarrillo porque el médico le ha prohibido fumar.

Russel Elcott, asistente personal del Presidente, y el general Franker -este último más conocido como el "Pentágono portátil"- sonrieron; Elcott más o menos espontáneamente, y el general Franker pensando que, dadas las circunstancias, la sonrisa era la única contribución que el ejército de Estados Unidos podía brindar a la historia.

El Presidente se subió el cierre relámpago.

Acababa de hacerse cargo de la presidencia, y su problema esencial consistía en poder conservar su verdadera personalidad. Después de muchas décadas -desde el milagro de Harry Trumán- la filosofía imperante era que "el cargo hace al hombre" Dado el escaso tiempo que llevaba en el poder, empezaba a ver las cosas en forma diferente.

Era cierto que el cargo hace al Presidente, pero durante el proceso, el hombre muchas veces se pierde. Y el resultado era el peligro que significa para el pueblo el hecho de tener un presidente que, gradualmente, se iba transformando en alguien diferente de la persona que se ha votado.

– Continúe, Ken, estoy escuchando.

El profesor Skarbinski le había resumido en siete minutos el debate de último momento que había durado cinco horas, y la conclusión unánime a la que había llegado la comisión consultiva científica. Incluso así, sabía que necesitaba más tiempo. El profesor Kaplan, su colega del MIT, lo observaba nerviosamente como expresando un "por el amor de Cristo, apúrese", y se sentía poco respetuoso, por estar reprendiendo mentalmente al Presidente de los Estados Unidos. La cama en desorden, el pijama las medias, la falta de decoro no contribuían a ayudar en nada. El hombre más poderoso del mundo había sido una opción de último momento de la transacción que la convención había efectuado. Durante casi todo el transcurso de la campaña fue el segundo candidato. La elección de este granjero de Nebraska se debió, como lo dijera un editorial, a su falta de carisma y de lo que se llama grandeza. Era como si la gente se hubiese votado a sí misma. El único rasgo sobresaliente de la desdibujada y muy vivida cara del hombre era una expresión atenta de "yo a usted lo conozco", que contenía un humorismo mayor que el que correspondía a una persona que cargaba tan enorme peso de responsabilidad sobre los hombros. Tenía un tipo de norteamericano que se remontaba hasta los días de Will Rogers.

El profesor Skarbinski era un hombre bajo, canoso, y tenía una cara que, por el brillo intenso de la expresión, llamaba de inmediato la atención como la más notable en cualquier grupo donde se encontrara, aunque los rasgos en sí mismos eran de una indiferencia que rayaba en lo banal.

De súbito se dio cuenta de que había dejado de hablar.

La lluvia continuaba cayendo afuera.

El dormitorio estaba alfombrado y reinaba el apacible sosiego de una casa de campo moderadamente próspera. El pijama estaba en el suelo, junto a las chinelas. El Presidente, todavía sin zapatos, se prendía los tiradores. "Democracia norteamericana", estaba pensando Skarbinski, que era europeo de nacimiento.

– No tenemos mucha libertad de opción, ¿o sí? -preguntó el Presidente.

Skarbinski abrió la boca para decir "No señor", pero se detuvo justo a tiempo. El Presidente se había hecho la pregunta a sí mismo. Y ninguno de los presentes en el dormitorio tenía la suficiente autoridad como para aconsejar sobre un tema que tenía consecuencias de gran magnitud.