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El senador Dimek, de Michigan, enfrentado a un acontecimiento que salvo la crucifícación no tenía otro precedente, sintió la urgencia irresistible de llamar a su esposa.

Siempre había sido conocido por su tacto humanitario y estaba feliz de no haberlo perdido. Podía ver a Margaret atándose el delantal y abriendo el horno de la cocina para saber cómo andaba el pastel de limón, y se vio a sí mismo empujando la cortadora de césped. Estaba seguro de que los chinos no podrían jamás aniquilar los valores morales, aunque los tratasen con toda violencia. Esperaba que se pudiese evitar el holocausto nuclear, y si los chinos rechazaban el ultimátum, y cientos de millones tenían que morir durante el golpe preventivo, entonces el holocausto ciertamente se evitaría, porque dejaría a China desorganizada e imposibilitada de contraatacar. Cien millones de chinos muertos era una cifra grande, pero si se pudiera prevenir el holocausto nuclear, sería una solución salvadora.

El congresista De Cole, de Florida, estaba pensando que el aspecto más horrible del conflicto era el moral. No podía concebir la reacción del pueblo norteamericano cuando de pronto se viera arrastrado a una guerra nuclear junto a los rusos. Personalmente sintió que se traicionaba a todo lo que el mundo libre sostenía. Para los principios no había sustitutos.

Los senadores Fullbright y Mansfield estaban callados. Hacía tiempo que esperaban algo así.

El senador Bolland se puso nuevamente de pie.

– Señor Presidente, aparte de la destrucción, ¿existe alguna otra salida para esta pesadilla?

– Senador, el captador original, es decir, el aparato que acumula y conserva la energía, alcanza a arrastrar unos cincuenta metros. Lo hemos experimentado. Todos los hechos son conocidos por el Comité Consultivo Científico y de la Comisión de Energía Atómica. Hace algunos meses, los chinos no estaban más adelantados que nosotros. Solamente alimentaban las industrias con la energía generada por el propio pueblo.

"Por supuesto, en esa etapa no nos incumbía juzgar lo que los chinos hacían a los chinos, o lo que los checoslovacos a los checoslovacos.

No obstante, desde entonces, han construido un apresador de alcance ilimitado, es decir, de arrastre ilimitado, que está enteramente orientado hacia el Oeste. El aparato es manejable: es cuestión de "apretar un botón".

Nadie puede prever las consecuencias; ni los mismos chinos. En la carrera por la gran energía industrial están corriendo riesgos tremendos. Todos nuestros científicos que están al tanto del problema concuerdan en un punto.

Existe una gran probabilidad de que se produzca lo que llaman "arrastre incontenible". Lo que significa que la energía de todos los seres humanos que se encuentren en el camino, y esto incluye al pueblo norteamericano, será literalmente arrancada y alimentará al sistema energético de China. ¿Es suficientemente claro, senador?

– Este nuevo descubrimiento técnico -dijo en tono amenazador el senador Bolland-, ¿es quizás un castigo que Dios nos ha enviado por nuestro culto ciegamente pagano por la energía?

– Senador, francamente en este momento no estoy preparado para llegar a una conclusión final sobre las intenciones de nuestro Hacedor.

– Señor Presidente…

Russel Elcott, asistente personal del Presidente y el general Franker, entraron en el salón.

El general Franker había dejado la puerta abierta y esperaba captar la mirada del Presidente.

– Están en la pantalla, aclaró Russel Elcott.

19

La nueva Sala de Operaciones subterránea había sido reconstruida, seis meses antes, según el nuevo acuerdo concertado con los rusos. Probablemente, a causa del brillo azul plata de la pantalla de televisión que rodeaba las cabezas de los rusos, éstos parecían iconos ortodoxos comunistas. Condenados retratos de familia, pensó el Presidente. Los rostros carecían de expresión. Todos brillaban entre sí y tenían reflejos azules.

El Presidente tuvo que hacer un esfuerzo para recordar que los rusos también lo veían a él y a sus acompañantes, los jefes del Estado Mayor, generales Lister y Franker, Russel Elcott, los consejeros científicos, el profesor Skarbinski y el doctor Kaplan, el secretario de Estado y el secretario de Defensa. El Vicepresidente había permanecido con los miembros del Congreso, en loco parentis, y como el Presidente lo conocía bastante, sabía que en este momento debía estar más preocupado por haber sido excluido de la sala de control, que por el problema chino.

Cerca del Presidente había más de ciento veinte personas a cargo de las líneas de comunicación, de la traducción, de la grabación y de seguridad. Un personal técnico especializado controlaba el circuito interno para que, en cualquier momento, el Presidente pudiese hablar con el comando militar norteamericano sin ser oído por los rusos.

Al Presidente le disgustaba el lugar. Demasiados diales, luces enceguecedoras, controles, mecanismos técnicos. Se sentía como un simple pasajero.

Dos mundos que se enfrentaban uno a otro por intermedio de la luz electrónica de las pantallas de televisión.

De pronto el Presidente tuvo curiosidad por saber quién hablaría, Brezhnev o Kosygin.

Lo hizo Brezhnev.

"La voz les hablaba en ruso, pero al llegar al fondo de la habitación el intérprete se hacia cargo y llenaba la sala.

– Señor Presidente, hemos llamado a nuestra Fuerza Aérea para que regrese. Ha ocurrido un hecho nuevo y sorprendente.

Al instante el Presidente sintió aprensión, lo que siempre le daba aspecto de enojado. En ese momento el semblante tenía la misma expresión de algunos años atrás, cuando la organización del partido le había negado el apoyo para ser reelecto dentro de su propio Estado.

Esperó. No pensaba formular ninguna pregunta que denotara preocupación. No confiaba para nada en los rusos, pero dentro del mundo de las represalias instantáneas, no había lugar para un acto de mala fe de último momento. Con la cabeza un tanto agachada y las manos dentro de los bolsillos escondiendo los puños, siguió contemplando en silencio a los iconos rusos de color azul plata.

– …Ha sucedido un hecho sorprendente. Los chinos están bombardeando sus propias instalaciones.

– ¿Quisiera repetir eso, señor Brezhnev? -pidió el Presidente con calma.

– Acabamos de recibir un último informe de reconocimiento de la zona del objetivo. La Fuerza Aérea china está atacando las instalaciones de Ouan Sien. Señor Presidente, están efectuando bombardeos desde gran altura sobre la planta energética de alcance ilimitado. Según nuestra información, la están destruyendo por completo.

– Un momento, señor Brezhnev -dijo el Presidente en forma lacónica.

Apagó el circuito dejando a los rusos fuera del mismo. No lo podían escuchar, aunque lo podían ver y trató únicamente de no parecer demasiado asombrado. El juego entablado entre las superpotencias exigía no confiar en nadie, y en cuanto a lo que íntimamente pensaba, los rusos aún encabezaban la lista de los zorros y compañía. La posibilidad de un acuerdo de último momento entre los soviéticos y los chinos continuaba en su mente, lo mismo que la sospecha de algún tejemaneje en la situación energética que hiciera dirigir toda la fuerza del nuevo mecanismo contra los Estados Unidos de América. En lo que a él le concernía, el Presidente de los Estados Unidos debía desconfiar siempre.

Sobre la pantalla, los iconos rusos miraban los labios del Presidente norteamericano mientras él hablaba con el general Lister.

– ¿Cómo es posible que no sepamos sobre esta novedad? ¿Es decir, siempre que sea cierta?

– Por la posición del satélite nos llevan una ventaja de tres minutos. Probablemente en este mismo momento nuestro Servicio de Inteligencia está interpretando la información…

Sobre la pared de las comunicaciones empezó a parpadear una luz blanca y el general Lister levantó el tubo del teléfono, luchando contra el impulso de decirle al Servicio de Inteligencia lo que pensaba. Aun teniendo en cuenta la diferencia de órbita y de latitud entre los satélites espías norteamericanos y los rusos que transmitían la información, seguía habiendo una demora de cinco minutos que resultaba inexplicable. En los anales de una nación cinco minutos no significaban mucho, pero podían ser suficientes para ponerle fin a la historia. Tendría que ocuparse de eso más tarde. Por el momento se concentró en las noticias que estaba recibiendo.