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El Servicio de Inteligencia informaba que la Fuerza Aérea china acababa de efectuar un bombardeo sobre la planta de energía experimental de Ouan Sien.

El general Lister pudo explicarse la demora: el Servicio de Inteligencia no podía convencerse de ello y había querido verificarlo una segunda vez.

El Presidente lo estaba mirando.

– Confirmado, señor. Los chinos están bombardeando sus instalaciones.

– ¡Qué diablos! -exclamó el Presidente.

Volvió a establecer la conexión con los rusos.

– Señor Brezhnev, ¿tiene usted alguna explicación para el comportamiento de los chinos?

Por un momento el icono dudó. -En la opinión de nuestros científicos de acuerdo con el primer cálculo aproximado se desconectó uno de los elementos del apresador gigante presentándose enseguida una situación de peligro. Probablemente era imposible acercarse al mecanismo sin ser triturado. No había otro modo de manejar la situación salvo destruir todo el sistema por completo. Estamos tratando de averiguar qué es lo que anduvo mal.

– ¿Quiere decir que están matando en esa zona a parte de su propio pueblo?

– Posiblemente ya estén muertos. Además, señor Presidente, cuando uno permite que una situación se descontrole, es fácil que suceda esto. Sólo podemos presumir que no había ninguna otra forma de hacerlo.

A las 21.30, en el preciso instante en que los apresadores de alcance medio quedaron fuera de control, murió la población de Ouan Sien. Instantáneamente perecieron todos los técnicos, científicos y obreros que estaban dentro de un radio de tres kilómetros, así como también los tres equipos de rescate que habían sido enviados sucesivamente a la zona. A pesar de todo, no hubo ninguna clase de daños materiales. No habían sido dañados ni los edificios ni el ganado ni la vegetación y en toda la comuna ni siquiera se había roto un vidrio. No había modo de desconectar la planta puesto que todos los controles electrónicos estaban dentro del área afectada, salvo bombardeándola desde gran altura.

Las consecuencias del arrastre repentino del apresador se sintieron también lejos de Ouan Sien. Dentro de un radio de quinientos kilómetros, los habitantes se volvieron idiotas. Sin embargo, no era posible generalizar. Algunos se dedicaban a marchar en estrechas filas cantando estribillos patrióticos, y otros, en cambio, estaban en un estado de bienaventurada euforia, como si los hubiesen liberado de las características humanas y no sintiesen más el peso de los problemas por el hecho de pensar, elegir, tomar decisiones y por el sentimiento de ser libres. Aún podían trabajar, y por cierto algunos trabajaban mejor que antes, pero siempre que alguien les diera órdenes. No constituyeron una pérdida completa para la sociedad.

El anciano, a través de la ventana, miraba los árboles que estaban fuera del palacio. Los pájaros, que diez años atrás habían desaparecido, habían regresado y cantaban, pues la naturaleza tiene su modo de vencer la voluntad del hombre. Sobre las rodillas el gato arqueaba el lomo y alzaba la cola, y la mano de Mao le rascaba suavemente la oreja.

Sentado en el sofá de enfrente, tapizado de felpa, y mirando un papel que sostenía en la mano, estaba el último ministro de Relaciones Exteriores, que había sido nombrado Primer Ministro contra la voluntad del ejército. Lo que leía era un breve y sucinto informe, sólo unas pocas palabras que ya sabía de memoria. Pero no terminaba de levantar los ojos del papel. La noche anterior se había estrellado en Mongolia el avión Convair donde viajaba Lin Piao, que trató de escaparse a Albania después del desastre de Ouan Sien y que había jugado la última partida para conseguir para sí y para el ejército el poder absoluto. Había sido el único responsable de la decisión tan riesgosa, mientras que Mao se oponía inflexiblemente. Lo había responsabilizado por el trágico fracaso y por el hecho, ultrajante y humillante, de que la República Popular se había visto obligada a dar órdenes a la Fuerza Aérea para que bombardeara el lugar donde se llevaban a cabo las pruebas. Una vez más, y en el término de pocas horas, el Partido había estrechado filas junto a Mao y el Ejército se volvió airado contra el culpable. Empero había algo que nadie sabía, que nadie sospechaba, una trama urdida con genio y osadía, la que se esfumaría para siempre en la noche de la historia, puesto que el joven general, a quien le había sido confiada, perdió la vida mientras la llevaba a cabo, y los hombres que estaban al corriente eran un viejo maestro y Chou En-lai, su compañero más devoto y de confianza.

El Primer Ministro dobló el pliego cuidadosamente y lo guardó otra vez en el portafolio.

– Qué horrible final… -murmuró con desagrado-. De todos modos, no veo cómo podría haber llegado a Albania. En el camino tenía que cargar combustible, probablemente en Rusia y… -Se encogió de hombros.

– Los rusos lo hubiesen recibido con los brazos abiertos, -aseguró Mao-. Y Lin, entonces, le hubiese anunciado al mundo que el proyecto había sido iniciado por mí y nada más que por mí, otra prueba de mi inextinguible sed de poder…

Miraba al gato con ojos de amor. El Primer Ministro tenía la sensación de que ambos intercambiaban sonrisas.

– Sí, muy triste -continuó Mao-. Lin Piao fue un buen hombre en una época. Hizo grandes cosas durante los "Largos días de Marzo". Mas qué extraño que siendo un hijo de campesinos como yo, haya perdido la paciencia y procedido con tanta premura…

Rascó el vientre gris y peludo del gato más importante de China, que devolvió la caricia con un ronroneo glorioso.

Mao se rió.

– Hay un viejo dicho entre los gatos: "Apúrate lentamente"… La tentación más vieja del hombre: el poder…

Con tacto el Primer Ministro bajó los ojos.

– Fue una idea muy ingeniosa -dijo suavemente.

La sonrisa de Mao se desvaneció. Se quedó en silencio por un momento. Cuando volvió a hablar, su voz era fría.

– Había que hacerlo. China no podía sufrir ese riesgo. Y nosotros no deseamos convertirnos de la noche a la mañana en una gigantesca "superpotencia"… Los gigantes deben crecer naturalmente, despacio, al igual que todas las cosas que perduran… El mecanismo era un desafío demasiado grande para Rusia y para Norteamérica. Nos lo habían advertido en repetidas ocasiones, y los comprendo. No podían aceptar una amenaza tan mortífera. Creo que el mismo Lin Piao se hubiera retirado, aunque tuvimos que forzarlo un poco… Usted sabe lo que sucedió… Aparentemente, algunas partes esenciales del aparato habían quedado fuera de control y tenían consecuencias desastrosas y… Ahora el Ejército y el Partido pueden ver claramente la irresponsabilidad de Lin Piao… El precio era alto pero había que pagarlo. El general Pei era un hombre muy bueno, muy inteligente y muy puro. Lo quise mucho. No le ordené hacerlo. Podíamos haber buscado a alguien de menos valores.

– Se ofreció como voluntario -agregó Chou amablemente.

– Más que eso. Rogó que se le adjudicara la misión. Siguió pidiéndola como un favor. Pei odiaba profundamente a la nueva máquina energética. Era algo… algo personal. Además, por supuesto, estaba muy enamorado de esa muchacha… Lan estaba en el hospital de Fukien muñéndose de tuberculosis…

Ambos hombres se miraron.

– No -afirmó Mao-. Antes de salir para la misión la había sacado del hospital y la había llevado a la casa de sus padres… Murió allí… placenteramente. Esos mecanismos de Fukien tienen un blanco de alimentación muy limitado, usted lo sabe. Seguramente la ciencia pronto nos presentará algo más… perfecto.