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El Círculo Erasmo estaba alcanzando la meta. Según las últimas palabras de Mathieu: "A las potencias nucleares les hemos presentado algo demasiado grande para la grandeza, demasiado supremo para la supremacía, demasiado temible para la valentía, demasiado destructivo para la destrucción. La ciencia está demostrando que es muy poderosa para el poder y muy grandiosa para el fanatismo ideológico". Los Estados Unidos de América estaban llegando a un nuevo acuerdo con China; reinaba una paz "fría" entre Moscú y Pekín; los norteamericanos habían abandonado Vietnam. Valenti, cuyos rizos obscuros estaban encaneciendo y cuyo aspecto era más que nunca el de un gato gordo, bien cuidado y reluciente, ronroneaba de alegría y de optimismo mientras describía al "nuevo humanismo", una era en la que la fraternidad no continuaría siendo un estribillo ideológico o religioso totalmente vacío de realidad, sino una necesidad científica, un requisito previo para la supervivencia espiritual y física del hombre. A menudo levantaba los suaves, acuosos, y amorosos ojos, hacia el letrero que estaba pegado sobre la pared del laboratorio:

TERMINEMOS CON EL CRECIMIENTO ILIMITADO
DESCENDAMOS DE LOS ESTADOS NACIONALES A

LAS ENTIDADES DE INTERDEPENDENCIA CULTURAL

ADELANTE HACIA LA MULTIPLICIDAD,

HACIA LAS INFRASOCIEDADES Y LOS GRUPOS MINORITARIOS

Esta inscripción había aparecido, mucho tiempo atrás, durante la gran revuelta estudiantil de mayo de 1968. Sobre las paredes de París.

Chávez, que seguía siendo marxista leninista convencido, se mostraba un tanto influido por la nueva teoría social de la "solución matemática", propuesta por un grupo que trabajaba en la Universidad de Nanterre con el profesor Andony.

Sin embargo Mathieu no se sentía contento. Tenía pocas razones para considerarse satisfecho. La gran mayoría de la población del mundo se moría de hambre. El nivel de vida de los países subdesarrollados era miserable y la mortandad aun peor. Se estaba desperdiciando la exhalación del pueblo. El recobro y "reciclaje" de los recursos de producción póstuma eran esenciales para el bienestar y para la solución del espejismo que el mundo encaraba respecto de la crisis de combustible. Cada día era más patente que la civilización no podía seguir dependiendo de los combustibles de fósiles. En los Estados Unidos de Norteamérica, ciento veinte millones de autos, doce millones de fábricas y setenta millones de hogares clamaban por una energía nueva- y más limpia. En este momento de la historia en el que solamente en la última década se habían consumido doscientos treinta billones de barriles de petróleo, las plantas generadoras de energía exha constituían la única alternativa posible. Es verdad, siempre existirían considerables problemas de efectos secundarios, pero desde el punto de vista ecológico esta forma de contaminación era una alternativa de salvación para la tierra, y si el escape de exha tenía características peligrosas de alucinaciones culturales, se debía, en gran parte, a la falta de una adecuada investigación científica. Evidentemente, todavía era imposible construir las plantas generadoras, excepto en una escala experimental, hasta que se consiguiera el control absoluto de la energía. Y todavía desconcertaba a los expertos la descomposición de la exhalación, la escisión, la fragmentación y la desintegración. En todos los principales países tecnológicos, los cerebros más brillantes estaban tratando de vencer al problema, aunque golpeaban contra una fuerza básica que era indestructible. Mathieu se sentía sobrepasado.

Había tanto para dar y tanto para salvar, y ninguna apertura para la victoria. Y. tenía que admitir que lo atormentaba el hecho de que alguien llegase a descubrirlo antes que él. Egolatría. Uno debe vigilar constantemente el bastardo culto del ego.

May había vuelto a recuperar la personalidad alegre y despreocupada. Habían continuado con la investigación teórica y habían abandonado las exhalaciones experimentales de minimecanismos que tanto la perturbaban.

El once de enero, Mathieu se encontraba sentado detrás del pequeño escritorio del laboratorio. Las cuatro paredes estaban cubiertas por pizarrones y sobre la puerta había dos reproducciones de Klee. Amaba la inocencia y la alegría de Klee. Era un artista que aumentaba la belleza de la vida.

Pasó el día trabajando, cenó un pan con salchicha y bastante ajo, acompañado con un vaso de vino, y prosiguió la tarea hasta las últimas horas de la noche. A las dos de la madrugada miró el reloj y nuevamente se distrajo. Los cuatro pizarrones seguían cubiertos de tiza.

No obtenía ningún resultado. Sólo garabatos. Miró las reproducciones de Klee para descansar los ojos y el cerebro.

Tres de la madrugada. Otra vez junto al pizarrón, a millones y millones de kilómetros de distancia, un cigarrillo colgándole de los labios y un ojo cerrado por el humo.

Media hora después, May llamó preocupada. Le respondió que estaba bien, pero que continuaría trabajando. Había encontrado una nueva perspectiva.

A las ocho de la mañana entró Chávez, se sentó en el borde de la mesa y se dedicó a observarlo. "Maldito vidente", -pensó Mathieu-. "Está seco y recibe emociones al contemplar el trabajo ajeno". En la mano, la tiza se movía cada vez más rápido, cada vez más cerca de algo inalcanzable, hacia algo que probablemente no existía. El viejo nombre tahitiano que le habían puesto cuando estuvo en Polinesia, Ganef, es decir, el ladrón, le atravesó la mente. Sonrió, se enjugó el sudor de la frente con la tiza. Luego continuó robando.

La concentración absoluta lleva consigo un sentimiento de poder hecho de alborozo puro; la fatiga no existe, el cuerpo desaparece. La mente abandona su caparazón y se ensaña con la presa. La belleza del rastreo y la excitación de la caza son casi tan importantes como el mismo botín. La presa lo eludía, corriendo más ligero que el cazador, y él buscaba un atajo. Aunque seguía con las manos vacías, debía haber progresado notablemente y estaba a punto de obtener el resultado, pues al dirigirse al escritorio para dejar la colilla fría en el cenicero, se dio cuenta de que Chávez aún continuaba allí, con la cara petrificada por la fuerza de la concentración, mientras seguía con la mirada los símbolos sobre el pizarrón. Estaba tomando nota.

Era completamente de día.

La presencia de Chávez le hizo sentir cansancio y hambre, pues implicaba la realidad en todo sentido. Decidió continuar una hora más porque no estaba agotado aunque se sentía fatigado. Se alejó del pizarrón para mirar los símbolos, apretándose el pelo que le caía sobre la cara. Y dio con la fórmula. Estaba infinitamente más lejos del último signo que había escrito, pero allí estaba clara, e inequívoca.

La boca y la garganta se le secaron; el corazón empezó a latirle como si tratara de liberarse -igual que la pelota blanca perlada.

Se quedó quieto, con el pedacito de tiza en la mano. Era el pedazo más pequeño de tiza, y probablemente el más importante de toda la historia de la tiza. Levantó la mano para escribir.

Luego recordó a Chávez. Sonrió, bajó los ojos y se limpió la tiza de los dedos. En su mente la música tenía un sonido claro que alcanzaba la nota final. No quería ejecutarla para un intruso. Era hermosa, si bien había sido compuesta con peligro. Miró hacia el pizarrón y, mentalmente, repasó toda la sinfonía donde había creído que estaba la nota final. Y entonces…

De repente no había ninguna nota más. Parecía haber surgido de la nada.

Su rostro se transformó en el de un anciano. Trató de silenciar a la nueva y terrorífica nota; pero ésta seguía resonándole en la cabeza.