Antes de haberse conocido la decisión del mariscal Hoxha para proseguir con la prueba, Mathieu tuvo una sesión particularmente agotadora con dos científicos chinos que habían sido enviados a Albania por avión para mantener una discusión final. Eran los famosos hermanos Mung, ex ciudadanos de los Estados Unidos que habían retornado a China en 1962. Los hermanos Mung eran mellizos y, por alguna razón, Mathieu pensaba que esto los hacía aparecer como especialmente comunistas. Era imposible distinguir a uno del otro.
El escuchar a los mellizos chinos y comunistas hablar con un marcado acento norteamericano resultaba realmente indecente. Repugnante.
– No podemos seguir con usted, señor Mathieu. Es evidente que hay un elemento desconocido. Sin una computadora, llevaría cien años. Antes de que sigamos con la prueba, debemos verificar todo su "efecto limitado" y la teoría del control. Desde luego, toda la teoría de la "implosión". Según nuestro punto de vista, una inversión de la dirección es aquí una posibilidad evidente, y puede significar toda la diferencia entre la "implosión" controlada y otra totalmente imprevisible en sus efectos explosivos. No existe ni el matemático ni el físico que puedan decir con entera convicción, de acuerdo a sus cálculos, cuál es el volumen crítico. ¿Cuál es aquí el límite de la concentración de la energía? ¿Qué sucede con la posibilidad de la reacción en cadena? Antes de darle la luz verde necesitamos más información.
– Bueno, ¿y por qué no le piden la información al Partido? Tiene todas las respuestas.
Sonrisas en forma de muecas, hastiadas, pacientes. Parecían dos viejas manzanas doradas llenas de arrugas.
– Señor Mathieu, por favor.
– Bueno, entonces no lo hagan. Consientan que los imperialistas occidentales estén delante de ustedes. Sigan y quédense detrás de ellos. Será el funeral. Pero le aclararé al mariscal Hoxha, que a su vez le aclarará al presidente Mao, que ustedes se asustaron como gallinas. Torcidas sonrisas de pesar, de dolor de muelas.
– Usted recordará, señor Mathieu, que en China tuvimos un error previo de consecuencia desastrosa. No queremos que vuelva a suceder. Todo lo que queremos saber es cómo ha llegado usted a la conclusión del "efecto limitado". En las fórmulas no es evidente. Por supuesto, la última fórmula es muy satisfactoria -señala un rayo director vertical- pero, ¿cómo llegó a ella? Aquí usted debe de tener algún atajo.
– Y luego, ¿qué me sucede si se lo digo? No me necesitarán más.
– Tenemos que saberlo.
Mathieu golpeó la mesa con el puño.
– Escuchen, bastardos verdes…
Las dos manzanas arrugadas se convirtieron en dos limones agrios.
– Señor Mathieu, por favor, ninguna conversación racista.
– No he dicho bastardos amarillos; he dicho verdes.
– El color de la piel de una persona no tiene nada que ver con…
– Me retracto de la palabra "verde". Si ustedes, bastardos, no confían en mí, ¿por qué no me reemplazan? Sin embargo, veré lo que puedo hacer por ustedes…
Tomó la tiza y se volvió hacia el pizarrón. Luego les demostró. Les demostró que la ciencia estaba llegando a un punto culminante y que se hacía necesario el genio para controlar a otro genio. Era el final de la democracia.
Luego los llevó con él a volar mucho más alto, sobre cimas que ningún otro hombre había podido jamás escalar, y duró siete horas, e insistió para que estuviera presente el ideólogo más representativo del partido.
Los mellizos y otros once expertos estaban allí sentados bajo la mirada del partido y, entonces, hicieron lo que siempre habían hecho cuando el partido los vigilaba: presentaron un informe optimista.
Cuando Mathieu dejó la tiza y los miró, ambos asintieron.
¿Qué diablos podía significar la democracia, si solamente el genio podía controlar al genio?
Cuando hubo terminado y borró todos los números, tomaron una decisión ideológica, no una científica. Le dijeron que continuara.
Dentro de la casa hubo una irrupción de luz rosada que luego se puso azul, roja, y, antes de desvanecerse, brilló blanca.
– No lo hagas -gritó Marc.
Saltó de la silla y corrió hacia el interior. May estaba otra vez en lo mismo. De pie en la sala. Tenía el aspecto de estar muy orgullosa de sí misma. Sobre la mesa, uno de los tres envases que Marc había traído para el consumo de la casa brillaba con un hermoso color rosado, más suave que la tez de la Madonna de Rafael.
– No puedes hacerlo aquí. La luz puede verse desde una distancia de una milla. ¿Qué pasa si la policía se entera? ¿Te das cuenta de lo que significa dejar a la exhalación suelta? Sabotaje. Dan tres años de trabajos forzados. Es malgastar deliberadamente los "recursos naturales" del país; daño voluntario al patrimonio del gobierno. Es actuar en contra de los intereses del Estado, y Dios sabe cuántas cosas más. Estás destruyendo lo que es propiedad de todos.
– Sólo la estoy dejando en libertad -respondió May. Desde que Mathieu había ideado un modo fácil y simple para liberar la exhalación- cuando se la bombeaba y se la dejaba en libertad se producía un máximo de combustión, un empuje de energía, un impulso hacia adelante, una liberación, creando así las condiciones ideales para la desintegración, desde entonces, May había estado jugando a la Pimpinela Escarlata; soltaba la exhalación de todos los apresadores que le caían en las manos.
– ¿Por qué lo haces?
– Me gustan los colores. ¡Son tan bonitos cuando se escapan! Hay algo muy artístico, ¿no es así? ¿Te imaginas lo que hubiese hecho con esto el hombre que vimos en España?
– ¿Goya? Ya lo había hecho. May, quédate quieta. Es un derroche tremendo. Si la policía te ve haciéndolo…
Pero era inútil. Allí estaba, de pie, sonriente, convencida de haber liberado a un alma humana la que, ahora, volaba feliz hacia el cielo. Marc tenía que vérselas con algo que ni siquiera sabía que existía: una norteamericana primitiva. Una especie de Douanier Rousseau de la fe cristiana.
– En un país comunista no puedes hacerlo. Está contra la ley. Con lo que acabas de dejar escapar se puede hacer marchar para siempre una aplanadora. La gente está tratando de construir algo. Necesitan toda la energía que les es posible obtener. -Mándalos a la mierda, querido.
– Muy bien, si te sientes tan malditamente puritana, dime: ¿no sabes que el individuo que estaba ahí adentro lo único que deseaba era dar lo mejor de sí mismo para la implantación del socialismo? Acabas de destruirlo. Tal vez el sueño de toda una vida. Se supone que se siente complacido y orgulloso de estar dentro del exhalador, orgulloso y encantado de trabajar y sudar para siempre a fin de conseguir una sociedad sin distinción de clases. Y lo dejas volar. ¿Cómo crees que se siente? Como un pedo asqueroso; así es como se siente.
– No me importa cómo se siente, querido. Sé lo que le conviene.
– ¿No es algo cruel hacérselo a un obrero?
– Le ha de haber encantado poder salir y sentirse libre, si no no hubiese producido un color tan bonito. ¿Viste el color que produjo cuando salió? Rosa, naranja, azul, blanco… precioso. Casi se lo oía decir gracias.
– Es un fenómeno totalmente natural, como el arco iris.
– Claro, claro que sí. También hice algo natural. La libertad es un fenómeno natural.
– Bueno, no lo vuelvas a hacer. Te arrastrarán hasta la corte del pueblo. Sabes que es una conducta antisocial. Te darán diez años.
– No me importa lo que aquí me den, querido. Más adelante recibiré bendiciones.