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Su cara era larga y angosta y tenía una mandíbula prominente; la nariz quebrada sobre los labios finos y sonrientes, y ojos obscuros, ardientes, perturbadoramente insistentes. Escuchó la pregunta de Starr, luego la sonrisa fue aun más delgada.

– Sí, coronel, desciendo de una antigua y profundamente católica familia de Polonia. Y soy un católico ferviente.

– Pero, entonces… -murmuró Starr.

– Pero, entonces, sí…

El polaco levantó una mano aristocrática.

– Pero entonces, como usted recordará. Norteamérica, Inglaterra y el resto de ustedes, caballeros occidentales, traicionaron a Polonia en Yalta. Entonces yo tenía diecisiete años y desde esa época he sido un fervoroso agente comunista. He trabajado con total devoción por la victoria comunista en Occidente. El partido lo sabe. Les he dado… ¡oh! muchas pruebas de mi celo, si no, no estaría aquí, como puede imaginarse. Ustedes vendieron a la católica Polonia de la misma manera que Judas vendió a Jesús. He consagrado mi vida a esta inminente destrucción. Espero que la explicación lo haya satisfecho por completo. ¿Un cigarrillo?

Abrió y extendió una cigarrera de plata.

– Gracias -dijo Starr, y salió de la habitación sintiéndose un poco revuelto.

El séptimo miembro del grupo era Lavro, un hombre ya en el final de la cincuentena, dominante, calvo y de barba, una larga, espesa y grisácea barba que tenía manchas de un brillo naranja como el tabaco. Una figura enigmática, silenciosa, obscura y de cejas espesas que parecía un monje ortodoxo griego del monte Athos. Había sido uno de los secuaces de mayor confianza de Stalin en Macedonia y había estado al frente de los guerrilleros que pelearon contra los alemanes y los Ustasi bajo el nombre legendario de Vladika. Había sido amigo de Tito y también había perdido esta amistad cuando éste rompió lanzas con Stalin. Conocía mejor que nadie las montañas, desde Albania hasta Bosnia, desde Salonia hasta Zagreb. Starr encontraba que la presencia de esta figura, severa y monástica, era muy apropiada para la naturaleza del cometido que tenían entre manos. Agregaba a la misión un toque físico de cristianismo ortodoxo griego arcaico y feroz. Le era fácil representárselo como a un futuro icono.

Era posible que después de haber sido salvada la desintegración del "alma" del hombre por un puñado de asesinos profesionales, probablemente, entonces, se convertirían en futuros santos y apóstoles.

El 17 de agosto los habían llevado a Inglaterra por avión, instalándolos en un campamento en Gales. Allí tenían todas las montañas que necesitaban; pero durante varios días no recibieron ni entrenamiento ni órdenes, lo que les hizo adivinar fácilmente la confusión y las divergencias que se estarían suscitando en el más alto nivel. El sexto día, llegó a buscarlos en una camioneta el comandante, un capitán de grupo muy estirado y descontento, que era obvio que ignoraba en qué consistía la misión y que, fuera como fuese, la misma no lo entusiasmaba en absoluto. Los condujo hasta una pequeña construcción vigilada por una patrulla de la RAF. Antes de entrar fueron concienzudamente identificados. Luego, fueron recibidos por un civil inglés que tenía un aspecto indescriptible, dos coroneles norteamericanos y tres rusos. Los llevaron a una salita y se los invitó a sentarse. El inglés indescriptible se dirigió al pizarrón y de pronto empezó a parecer cada vez menos indescriptible. Tenía pelo rojizo, un bigote corto y espeso de color jengibre y ojos intensamente azules cuya principal característica parecía consistir en que una vez que se fijaban en uno, no se desprendían más. La piel de su cara tenía manchas rosas y blancas producidas por quemaduras y las orejas parecían talladas. No había manera de describir al trabajo de encaje exquisitamente artístico de los lóbulos almenados. Ante la vista tenían al famoso mayor Little, el que durante los últimos veinticinco años, después de haberse escapado de los japoneses, había estado llenando el vacío nostálgico dejado por Lawrence de Arabia en Chipre, en Malaya y en el Estado de Dhofar.

De pie delante de los mapas de Yugoslavia y de Albania los observó un rato; luego se aclaró la garganta:

– Perdonen, caballeros, que los haya estado mirando así. No ha habido ninguna intención de dramatizar; empero como seré parte de la expedición… en realidad, estoy a cargo… la confirmación de las órdenes por escrito está aquí, dentro de este sobre, firmada por sus respectivos superiores… trataba de ponerme un poco al tanto, de estudiar la situación…

El tono era ligeramente de disculpas, casi de prescindencia, entrecortado por muchos murmullos y clarificación de garganta, mas Starr conocía demasiado bien a los ingleses como para caer en la trampa. En los círculos "profesionales" Little era conocido como uno de los oficiales en actividad más importante, más desconsiderado y más duro. Durante los tres días que siguieron, Starr bombardeó los cuarteles generales con cables de prioridad que podían considerarse pálidos al lado de las quejas enfurecidas por haber sido relegado al segundo lugar en el comando del grupo. La razón por la que la elección había caído sobre un inglés explicaba, también, las demoras y la ausencia de órdenes en Latvia. Tanto los rusos como los franceses insistían en poner al frente a su propio hombre, y los polacos proponían a los rusos.

El mayor Little miró y se disculpó del error.

– Parece haber habido algunas discusiones en los altos mandos respecto a quién debe ejercer la comandancia. La respuesta es que soy yo. Lo siento. Parece que me han elegido por una especie de acuerdo. No exactamente por lo que yo llamaría el haber elegido el mejor, ¿eh?

Toda esta autoparodia, los murmullos y los carraspeos eran una provocación pura, pensó Starr mientras miraba los ojos firmes, fríos, desdeñosos y de color aguamarina de Little.

– Ahora, respecto de lo que tenemos en las manos… Como ya probablemente lo sabrán, estamos frente a una nueva fisura nuclear, la fisura de un subelemento que hasta ahora había pasado inadvertido, y que había sido completamente desdeñado y malgastado. El nuevo mecanismo explosivo ha sido logrado, no por la desintegración del átomo como un todo, sino por lo que se ha llamado la partícula raíz, el elemento básico fundamental que, desde la primera bomba, todos han estado buscando. La producción de energía es fantástica, sus efectos devastadores y su alcance no se puede predecir. Por lo tanto, tenemos que destruir esta nueva arma absoluta -las cosas cada día se están volviendo más absolutas- antes de que se la haga funcionar. Se preguntarán qué es lo que se ganará con este operativo. Bueno, ganaremos tiempo, señores. O nos dará la tregua para restablecer el equilibrio del poder construyendo nuestro propio "Cerdo", o un arma de defensa, un "Cerdo" anti "Cerdo". Aún no es imposible determinar la extensión del peligro, el alcance del mecanismo, la amenaza exacta. El hombre que fue a trabajar para nuestros amigos, el señor Mathieu, parece que puede controlar el estallido y haber conseguido un destello de explosión controlado; pero nuestros científicos no están seguros… Estamos fabricando una computadora especial para calcular el alcance del "Cerdo" y el poder destructivo, lo que nos permitirá valorar lo que estamos enfrentando, y Riego, si fuere necesario, actuar… radical y permanentemente. En el momento actual, quisiéramos evitar un ataque abierto costra Albania, y no deseamos minar aun más la fibra moral del mundo revelando la noticia y desencadenando amenazas de destrucción sobre los pueblos. Las cosas, por el solo hecho de existir, tienen un efecto devastador. Una especie de asesinato moral y psicológico. De acuerdo con las informaciones que obran en nuestro poder, los albaneses necesitan tres meses más para tener al "Cerdo". Para llevar a cabo la desintegración necesitan todo el rendimiento de energía nacional que consigan obtener, un equivalente a algo como ciento veinte mil exha lo que resulta bastante extraño…