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Los iconos rusos tenían el aspecto de haber estado tratando de hablar con un visitante de otro planeta. Ahora el Presidente tenía la sensación satisfactoria de haber borrado a los rusos del mapa. Era una satisfacción puramente moral pero, ante las circunstancias, ayudaba.

En un cálculo poco hábil de la oportunidad operativa, éste fue el momento que eligió Dean Edwards para entrar llevando una bandeja con café y sandwiches, y nuevamente las caras de los rusos demostraron que estaban mirando algo que no tenía precedentes. El Presidente se apoderó de una taza de café y se quemó. Dirigió una mirada prudente hacia las pantallas.

– Señores, siento no poder ofrecerles una taza de café y un sandwich -dijo-. Pero aún hay un límite en lo que la ciencia puede darnos.

Volvió a tomar la taza y sorbió un trago.

– Señor Presidente -dijo Skarbinski- el mayor peligro es…

– Sí, sí, ya lo sé. Usted ya me dio el cuadro, ahora no necesita ponerle el marco.

Levantó los ojos hacia los iconos comunistas.

– Señor Kosygin -dijo con tranquilidad-, no creo en nada de esto.

– Señor Presidente, la computadora…

El Presidente dejó la taza.

– A la mierda con la computadora -tronó el Presidente de los Estados Unidos, y se produjo un silencio tremendo desde una punta del mundo a la otra.

El Presidente se tranquilizó. Tuvo la sensación gratificante de que acababa de decir algo que el país esperaba que dijera.

– Debe de haber algún error.

– Por supuesto, señor Presidente. Lo cometieron los albaneses. Han estado trabajando con un apuro muy grande. Es el mismo error que hicieron los chinos hace dos años, sólo que muchísimo más peligroso. Parecería que no se dan cuenta y además son empecinados. Hemos estado en contacto constante con ellos durante las últimas dos horas. Se niegan a escuchar. Se niegan a retractarse. Escucharon todo lo que tuvimos que decirles y nos informaron que no se doblegarán ante nuestro esfuerzo de "intimidación". Piensan seguir adelante con el proyecto, señor Presidente.

– ¿Destruyéndose también ellos mismos? -dijo el Presidente-. Tiene sentido.

Luego dijo algo inesperado:

– Suena a Medio Oriente. Señor Kosygin, como le dije antes, y me están grabando, no confío en vuestra computadora. No hay nada personal en esto. No subestimo vuestra ciencia, y sé que están trabajando bien, pero le repito, creo que existe un poder más grande aun. Pero admito que es un palpito, una adivinanza, y en mi situación no puedo permitirme un palpito. Por lo tanto daré órdenes de bombardear desde el aire sin tardanza. ¿Dentro de cuánto tiempo puede hacerse?

– Veinte minutos, señor, -le dijo el general Rexell.

– No podemos hacerlo, señor Presidente, -replicó Brezhnev con suavidad-. En cuanto el radar señale la proximidad de nuestra aviación, harán funcionar el mecanismo inmediatamente.

De pronto, el Presidente se dio cuenta de que la séptima pantalla de televisión estaba vacía. Se quedó mirándola… y esperando. El Presidente no se hubiese sentido sorprendido en lo más mínimo si Dios hubiese aparecido en la pantalla para decirle lo que tenía que hacer. Sin embargo, todo lo que sabía era que la pantalla estaba vacía, vacía de la manera más elocuente, casi apremiante. No sucederá, pensó, o la pantalla de televisión no estaría vacía en este momento.

– Bueno -dijo-, ¿Cuánto tiempo tenemos?

– De acuerdo con nuestra última información el contador regresivo puede empezar a funcionar en cualquier momento.

– ¿Qué tiempo lleva hacer funcionar al "Cerdo"?

– Deben efectuarse setenta y dos operaciones distintas; pero no han de llevar más de veinticinco minutos.

– ¿Y qué están esperando?

– Enver Hoxha ya partió de Tirana para estar presente -contestó Kosygin-. Salió hace una hora. Probablemente estará aterrizando en este momento.

– Según los cálculos, ¿cuánto tiempo tenemos en total?

– Señor Presidente, no creo que desde aquí podamos jugar con el tiempo -dijo el general Rexell-. Nuestra fuente informativa en Albania indica que lo que ha sido llamada la "ceremonia", tendrá lugar mañana a las 11, hora de Albania. Sin embargo, no podemos correr ningún riesgo. Sugiero un bombardeo al instante.

– Lo único que he dicho es que desconocemos cuáles pueden ser las consecuencias -replicó Brezhnev.

– No creo que tengamos muchas alternativas, ¿no es así? -observó el Presidente-. Tenemos que decidirnos y tirar la bomba. Es todo.

Pero enseguida tuvo la sensación de que la pantalla de televisión vacía lo estaba mirando.

– Muy bien, corramos el riesgo -respondió. El comando atacará mañana al amanecer. Además, agregaremos una fuerza de bombarderos norteamericanos… y rusos, que estarán listos en el aire, lo más cerca de la frontera con Albania. ¿Qué distancia hay entre la frontera y el "Cerdo"?

– Desde Turquía, aproximadamente siete minutos -explicó el general Rexell.

– ¿Es posible ponerse en contacto con el comando?

– Sí, señor, por supuesto, por intermedio de Belgrado.

– Me gustaría hablar -dijo el Presidente-. ¿Qué clase de gente tenemos allí?

– Todos profesionales -subrayó el general Rexell-. Los mejores que ha sido posible conseguir.

– De existir la más mínima dificultad o duda de cualquier clase, reduciremos a polvo a todo el maldito lugar -recalcó el Presidente-. No veo qué otra cosa podríamos hacer, señor Brezhnev.

– Sugiero, señor Presidente, que nos mantengamos en contacto hasta que todo esté terminado -propuso Kosygin.

– Le aseguro que no tengo ninguna intención de abandonar esta sala. Con el permiso de ustedes hablaré con los hombres…

– No podemos conectarnos directamente -explicó el general Rexell-. En Belgrado recibirán el mensaje y lo transmitirán sin dilación…

El Presidente grabó el mensaje para el comando y Brezhnev agregó algunas palabras dirigidas a los rusos. En ese momento eran las 14,46, hora norteamericana.

29

Con los últimos fulgores del sol, estaban descansando entre las rocas, esperando la llegada de la obscuridad para ponerse en camino y recorrer el último tramo que los separaba de la zona del blanco, cuando la voz grabada del Presidente, y luego la de Brezhnev les llegaron desde Belgrado. Escucharon, y luego se dibujó en la cara del mayor Little una expresión de desaprobación estudiada, mezclada con un ligero disgusto. Decididamente no es un partido de cricket, pensó Starr. ¡El soldado cockney, señores, está abusando de su "Majestad Real", la "Reina"! Starr se había quitado las botas para inspeccionarse los doloridos pies. Pies de cuartel, pensó con tristeza.

– Y bien, mayor, ¿por qué no dice algo apropiado? -le preguntó al inglés-. Es usted quien está aquí a cargo de la moral de la tropa. Escuchemos sus palabras. Little se acarició el bigote color zanahoria.

– Éste será nuestro mejor momento -afirmó.

– Así es. Nunca he visto a nadie tan totalmente fiel a una caricatura.

El mayor lo miró con frialdad.

– Coronel Starr, comprendamos algo con claridad. El equipo aquí presente es una convención multinacional de bastardos. Solamente puede funcionar si cada uno conoce bien al otro, y no ha habido tiempo para conocerse realmente, por lo que será mejor atenerse a los moldes seguros y bien conocidos de las características de cada nacionalidad. La nuestra, como usted sin duda sabrá, consiste en decir menos de lo que se piensa. La reserva, la Reina y la patria, una estupidez superficial que esconde una mente militar de primer orden, una apariencia exterior de timidez, y un desprecio por los norteamericanos reprimido con tacto pero que es igualmente perceptible. Todas estas cosas me son totalmente ajenas, pero es lo que ustedes han aprendido a esperar de un oficial británico, por lo que me conformo con la imagen, para que ustedes puedan sentirse sobre terreno conocido y así ayudar para que el operativo continúe sin inconvenientes.