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Pero no lo estaba.

Durante casi todo el tiempo que estuvieron tambaleándose bajo el peso de la bomba, mientras se dirigían hacia el lugar de la desintegración, el "campesino" les hizo compañía, llevando la gran cruz que abarcaba todo el cielo. Entonces los organismos empezaron a acostumbrarse al efecto secundario de la exhalación, cosa que había sucedido durante la historia de la humanidad, sobreviniendo el acostumbramiento de la conciencia y de la sensibilidad. El escape cultural perdía su fuerza y su impacto, y los seis profesionales se encontraron otra vez solos, sin nadie junto a ellos, entre dos filas de soldados de ojos asesinos que empuñaban las armas.

El "Cerdo" ahora estaba a una distancia de pocos metros y Starr se sorprendió al ver que no tenía ningún parecido con el dibujo estructural que, tan a menudo, había estudiado en las fotografías de reconocimiento. "Llámeme un puritano norteamericano, señor, pero la idea de que el h… de p… le había dado la forma del Partenón al mecanismo donde sería desintegrada la exhalación, me llenó de furia y, de alguna manera, por primera vez desde que se me había asignado el trabajo, hizo que todo el asunto alcanzara un nivel de hombre a hombre. Me aparto mucho de la índole que corresponde a la redacción de este informe, pero en ese momento, cuando me tambaleaba bajo el peso de la bomba en dirección al objetivo, al levantar los ojos hacia el "Cerdo", vi que Mathieu le había dado la forma del Partenón y, en mi profundo cansancio, de lo único que me di cuenta fue del sentimiento agudo que experimenté, como si hubiese recibido un insulto personal, aunque entonces no entendí el porqué. El hombre pensaba desintegrar la exhalación y consumar nuestra deshumanización final, empleando un mecanismo que tenía la forma de la cuna de la esperanza y de la libertad que fueron el nacimiento de la civilización. Creo que, tal vez, fue otro efecto secundario del escape cultural, una alucinación, porque luego, al acercarnos más al "Cerdo", éste se convirtió en algo que no difería mucho de nuestros centros de energía".

Caulec, de pie, dentro del auto descubierto, había mirado miles de veces el modelo de la desintegración durante el tiempo que duró la instrucción del operativo. Sin embargo, nunca se había dado cuenta de que Mathieu le había dado al mecanismo la forma casi idéntica de la catedral de Chartres. El profesor Dalls, en un informe que había preparado para el gobierno francés, compararía los efectos secundarios del así llamado escape espiritual de la exhalación, con las alucinaciones místicas y artísticas que eran producidas por algunos hongos mejicanos.

En la entrada del "Cerdo" había tres puestos de control y Caulec respiró aliviado al ver que el comando pasaba, mientras que los oficiales albaneses les abrían paso a los saboteadores. Toda la zona que rodeaba al "Cerdo" se parecía a las fotografías de los campos de exterminación nazis rodeados por alambres de púa, y algunos de los exhaladores eran utilizados también como torres de control. Tenían nidos de ametralladoras construidos en la parte superior sobre plataformas de madera. "Tal vez el aspecto más desagradable", escribió Starr, "era el sistema de circulación, es decir, la red de caños por donde pasaba la exhalación hasta la cámara de desintegración. Los canales retorcidos, intricados y de aspecto torturado, estaban instalados por todo el valle alimentando al 'Cerdo'. Producían un efecto profundamente deprimente, pues brindaban una imagen casi gótica del martirologio como la que los artistas cristianos han impreso en nuestras mentes desde el medioevo.

Caulec bajó del auto. No era un momento propicio para curiosidades personales o de orden psicológico, pero no pudo evitar fijar la mirada en la cara de Enver Hoxha.

Era granito puro, materia, Gran Energía. El hombre merecía gobernar un país infinitamente más grande que Albania. Era evidente su total impermeabilidad a los efectos secundarios culturales del escape de la exhalación.

En toda la vida profesional Starr nunca se había sentido más descansado y seguro. Oficiales y NCO habían formado una pared protectora alrededor de ellos, enfrentando a sus propios soldados, llevando ametralladoras en la mano y dispuestos a disparar ante la más mínima señal de desobediencia.

Entre los albaneses, el único hombre cuya cara demostraba alguna reacción era el general Cocuk. Se la veía hinchada, roja de odio, y era reconfortante saber que tenía algo de humano.

En el cielo, por encima del valle, se veían águilas o buitres describiendo círculos, sin poder diferenciar de cuál de los dos pájaros se trataba.

36

Estaban detenidos en la entrada del "Cerdo", el blindaje en el suelo, junto a ellos, las obscuras cuerdas electrónicas enrolladas sobre la tierra como si estuvieran unidos al arma por serpientes, en una monstruosa transfusión mortal. Alrededor, dos mil soldados los vigilaban. En un automóvil, el alto comando albanés constituía una masa inmóvil de hombros, charreteras, pechos, medallas, cuellos gordos y caras solemnes, severas y rígidas. Un desfile del Día de la Primavera, pensó Starr mientras esperaba que Kaplan se desenredara del cable; luego entraron en el "Cerdo". Según el diagrama, el "cerebro" debía encontrarse en el fondo del túnel, a la derecha. Mientras caminaban acompañados por los ansiosos albaneses que les mostraban el camino, Starr experimentó una aguda, profunda y casi insoportable sensación de miseria y de angustia y emitió un juramento silencioso, furioso consigo mismo por haber sido una presa tan fácil del efecto depresivo de la exhalación. En las patas del "Cerdo" la concentración era aplastante. Tiempo después, el profesor Kaplan le dijo que el medidor del combustible marcaba ciento setenta mil unidades, aproximadamente un rendimiento casi el doble del escape final anual. Como efecto psicológico debía de ser agobiante. En cada máquina que los rodeaba se escuchaba el ruido acelerado y regular de la exhalación, y la aleación de pascalita -allí la llamaban estalinita -brillaba en el fantasmagórico color blanco-perlado. Una vez que se soltara la exhalación, dado el relativamente bajo índice de mortalidad de los albaneses, Occidente dispondría de una tregua de veinte meses, tiempo suficiente para conseguir un nuevo entendimiento con China.

Cuando uno de los oficiales albaneses abrió la puerta, Starr vio a la chica. Estaba sentada en una silla, tenía los brazos cruzados, y después que lo miró, sonrió.

– Hola -le dijo.

Mathieu estaba de pie de espaldas a la puerta. A Starr le llevó unos cuantos segundos comprender lo que veían sus ojos. Había momentos en que tenía que luchar contra la sospecha de que nada de esto estaba sucediendo y que todo el horror no era más que una consecuencia del escape cultural de la propia exhalación.

Mathieu estaba pintando un icono.

Era un icono que representaba a May. Ingenuo, improvisado, casi infantil en su carencia de habilidad, tenía un halo dorado alrededor de la cabeza y las palabras "Santa May de Albania" escritas en caracteres cirílicos mal hechos.

– Profesor Mathieu… -empezó a decir Kaplan.

Mathieu retrocedió un paso y miró al icono con severidad. Después miró al intruso y no le quedó ninguna duda al respecto: el individuo sonreía complacido.

– Santa May de Albania, la Salvadora, -dijo.

– Profesor Mathieu… -repitió Kaplan.

– Estos halos son terriblemente difíciles de hacer, sabe, -les dijo Mathieu-. Ahora veamos… Pienso que andaría bien con un poco más de dorado aquí… Sólo una pincelada… No te muevas, May.

May lo miraba con tal amor, que si esto hubiese podido contribuir en algo, el icono hubiese resultado ser una obra de arte.

– Quieta, muchacha… Quiero decir, no te muevas para nada. Tengo que darle más luz al halo.

– ¿Por qué no me puedo mover? No tengo un hald, así que no importa. ¿Puedo fumar?

– No mientras trabajo en el halo. Trata de ayudar.

– Profesor Mathieu -le gritó Kaplan repentinamente-. ¡Usted se ha equivocado!