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– May -llamó suavemente.

May estaba mirando el enredado laberinto de retorcidas cañerías. La exhalación respiraba dentro, pulsando y latiendo.

Adelantó la mano y tocó el sistema suavemente. Sonreía.

– Ahora estarás bien -dijo amorosamente, habiéndole a solo Dios sabía quién o qué. Pero lo que fuese se podía arreglar muy bien con un poco más de amor.

– Ven, Santa May de Albania -llamó Starr-. Regresas a casa.

37

Estaban esperando.

El blindaje nuclear estaba en tierra. Con las articulaciones flexibles parecía un gigantesco escarabajo prehistórico color verde botella, que había salido arrastrándose de las eternas tinieblas para que lo matara la luz. El "Cerdo", agazapado pesadamente sobre las arqueadas y gruesas columnas, estaba allí descansando, semejante a un templo pagano, digiriendo a los sacerdotes, al incienso y a los sacrificios humanos. Babilónico, pensó Starr.

Las tropas, las manos vacías, estaban diseminadas alrededor en forma de media luna.

En el automóvil, Enver Hoxha estaba sentado completamente inmóvil, desdeñoso e impasible, testigo del inminente despilfarro de la energía del pueblo albanés. Lo expelido durante dieciocho meses por el pueblo de Albania estaba a punto de irse por un desagüe.

Volvieron a conectarse con el blindaje.

Mathieu y Kaplan permanecían callados. La muchacha tomó la mano de Mathieu y Starr, que los estaba mirando, sintió una aguda punzada de celos. Luego volvió a levantar los ojos hacia el templo pagano de la energía.

– Mayor -llamó Starr suavemente.

– ¿Sí? -murmuró Little.

– ¿Quién diablos fue el que dijo: "Que la luz se haga"?

– Er… ¿Cómo es el nombre?… Einstein -contestó Little.

– Lenin en 1917 -lo corrigió Grigoroff.

Little trató de mejorar los puntos.

– Edison -profirió-. El hombre que inventó las bombitas eléctricas.

Alzaban los ojos hacia la cabeza del "Cerdo". Conocían la tarea de memoria. Había que vaciar las patas completamente en la cámara de desintegración, que se encontraba en la cabeza del "Cerdo". Luego había que disminuir progresivamente la resistencia de la cabeza hasta que la estalinita alcanzara el nivel de gravedad del cero neutral.

– ¿Qué sucede si algo anda mal? -preguntó Stanko.

– Nada puede salir mal -respondió Little con displicencia-. Es científico.

– Quiero decir, más arriba.

– ¿Usted se refiere a allá arriba, arriba, arriba?

– Sí, allá arriba, arriba, arriba. Quiero decir que ahora está contaminado. Es de segunda mano.

– Entonces no sé lo que puede pasar -le contestó Little-. Misericordia, supongo, una cosa así. Pienso que allá arriba tendrán su rutina propia. Nosotros cuidemos nuestro propio culo.

Starr verificó que en la cámara de desintegración había ahora ciento setenta mil unidades de exha albanesa. Era mucho gas. La última teoría post-Hoyle -la ley de Bachman- decía que una "implosión", que hacerla estallar, crearía en algún lugar del cosmos un mundo de materia dos veces mayor que el tamaño del sistema solar. El paso siguiente sería un universo creado por el hombre. Cuando este pensamiento le pasó por la cabeza, por primera vez desde que el operativo había comenzado, Starr se sintió enfermo de horror.

Habían pensado que la liberación de la exhalación, como todas las liberaciones, estaría rodeada de algo muy bello. Incluso habían discutido extensamente la forma en que se produciría los efectos secundarios, el escape cultural. Kaplan creía que surgirían derivados artísticos de la exhalación: Miguel Ángel; un resurgimiento de toda la pintura del Renacimiento; o algo por el estilo. Starr, en cambio, se inclinaba por una nube en forma de hongo, por algo verdaderamente desagradable si se tenía en cuenta que los odios y la violencia y también los sufrimientos eran inherentes a la naturaleza humana. Todos estaban de acuerdo en esperar luz y color. Los rusos creían que tenía que ser roja, y Caulec, mostrando más ironía de la que corresponde a un soldado, pensó Little, estaba dispuesto a apostar por el azul, el blanco y el colorado -en una palabra el tricolor, ya que no la "Marsellesa"- pues, después de todo, era un momento de libertad. Pero ninguno estaba preparado para lo que sucedió, y por el resto de sus días nadie pudo decir que seguía siendo el mismo, el mismo hombre que antes de la liberación, cuando la esfera blanca perlada se desvaneció ante las miradas y, sobre el valle, todo el cielo pareció abrirse y el mismo sol, enceguecido por la luz humana que se levantaba de la tierra, desapareció en un remolino de colores fulgurantes. Alrededor de ellos el mundo vibraba con tal brillo, tal pureza y armonía, que durante los pocos segundos en que la conciencia se mantuvo firme, antes de dar paso a un sopor que arrastró todos los pensamientos, Starr tuvo que reconocer que nada de lo que hasta entonces le había parecido hermoso, podría seguir mereciendo el calificativo. Por primera vez después de la creación, hombres que habían vivido estaban buscando la última liberación.

Se volvieron locos. Ninguno de ellos pudo recordar la reacción, porque la sola fuerza del escape cultural fue tan anonadante que perdieron el sentido total de la realidad. No duró mucho tiempo -la velocidad de ascenso fue fabulosa- y Starr, fue el primero en recuperarse. En la recuperación de su sobriedad tuvo la ayuda del cuadro que constituyó la curiosa reacción de Komaroff respecto de lo que sus ojos habían visto. Levantando el puño por encima de la cabeza, a la manera del viejo saludo del Frente Popular, poniendo cara de demente, en un heroico gesto de negación comunista a la sola sugerencia de una belleza extraterrena, se puso a cantar la "Internacional" como una autodefensa y actitud de protesta, una especie de reflejo de Pavlov.

El que se mostró menos impresionado fue Little. Con ojos de desaprobación, miraba el cielo que aún brillaba. No había duda de que consideraba los acontecimientos como algo totalmente no inglés. Durante las interminables discusiones que fueron el resultado de lo que cada uno vio -y era evidente que las características personales y los antecedentes culturales tenían un papel decisivo- el mayor permanecía deliberadamente al margen. Cuando Starr le preguntó directamente qué había visto y sentido en el momento, Little murmuró "chocante" y no dijo más, pero ante las indagaciones indignadas de los otros, hizo un comentario tan arrogante que los dejó mudos:

– He llegado a la conclusión de que Mathieu es un gran pintor -y todos lo miraron con un dejo de reverencia.

La cara de Enver Hoxha estaba de color ceniza y todos los oficiales y soldados albaneses se quedaron anonadados. Starr pensó que tendría que pasar bastante tiempo hasta que las tropas que habían presenciado la liberación pudiesen recuperarse y ser de alguna utilidad. Era probable que el partido tuviese que reeducarlas siempre.

Ahora la esfera era negra de un negro carbón ordinario y común. La exhalación la había abandonado y en el mecanismo sólo quedaba el genio del hombre.

38

En el camión blindado se llevaron la estatua del mariscal Enver Hoxha. Un monumento de granito. Era la única manera de describir la carencia total de emoción demostrada por el dictador mientras estaba sentado entre ellos, ya que tampoco se la podía llamar dignidad o fortaleza, pues sólo estaba basada en veinticinco años de poder absoluto. Igualmente, era un monumento impresionante, pensaba Starr, una buena y sólida obra de artífice, y no podía haber dudas sobre cómo lo extrañarían en el desfile del Día de Stalin, en la Plaza Roja de Tirana.