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– Es una distancia corta -se oyó decir a sí mismo con voz seca y entrecortada-. Nada más que cincuenta metros. Luego podrán morir libres.

Miró a Enver Hoxha. Le pareció que la estatua estalinista había recuperado un poco de vida. Sus ojos se revolvieron ligeramente y estaban llenos de odio.

– No es verdad -manifestó-. Propaganda occidental. Provocadores imperialistas que se hacen matar. Mentiras. Calumnias. Las últimas gotas de veneno de los lacayos capitalistas.

Las ráfagas de ametralladora habían aminorado; los estallidos eran más aislados.

– ¿Por qué? ¿Por qué los están matando? -se lamentó el profesor Kaplan.

– Acaba de oírlo, -respondió Starr-. Propaganda occidental. No quieren que la propaganda se extienda y matan a sus portadores. Todo albanés que ha presenciado la liberación, es un elemento potencialmente peligroso, subversivo, reaccionario…

– Mi Dios… -susurró Kaplan.

– Es también propaganda occidental -le informó Starr.

– ¿Significa que los matarán a todos?

– ¡Propaganda occidental! -aulló Enver Hoxha.

– Bueno, no, no lo creo -comentó Caulec-. A los que sigan hablando sobre la verdadera naturaleza del sistema de energía y sobre el exha liberada, simplemente los encerrarán en instituciones para enfermos mentales, de la misma manera que lo hacen en Rusia Soviética.

– ¡Es un comentario antisoviético del tipo de Solzhenitsyn! -rugió Grigoroff-. ¡Protesto!

– No estoy dispuesto a tolerar esta clase de conversaciones entre los que integran el equipo -les previno Little-. Mayor Grigoroff, le pido disculpas por los insultos del coronel Starr. Es evidente que todavía sigue bajo la influencia del efecto secundario cultural de la energía… La U.R.S.S. es un jardín de libertad floreciente…

– Amante -corrigió Starr.

– Perdóneme, la U.R.S.S. es un país amante de la libertad. También lo es U.S.A. Así lo son todos los malditos países aquí representados bajo mis órdenes. Si China y Albania estuvieran de nuestro lado, también serían países amantes de la libertad. Mientras yo esté en el mando no admitiré otra cosa que malditos países amantes de la libertad. Profesor Mathieu, ¿se encuentra bien?

– Sí -dijo Mathieu sorprendido-. ¿Por qué?

– Porque podemos necesitarlo -respondió Little-. Tal vez hayamos cometido un error. Tal vez después de todo deberíamos haber permitido la desintegración. Como oficial y como caballero, no creo que merezcamos nada mejor.

Ahora el valle estaba en silencio.

Little puso en marcha el camión.

39

Sólo les quedaban tres kilómetros por recorrer. A ambos lados las montañas habían retrocedido y la carretera corría derecho entre el desierto rocoso de la llanura de Kinjal. Las únicas señales de civilización eran los peces y últimos exhaladores que administraban la energía a los puestos militares de avanzada y a las granjas de la zona. Pero aquí también se había cortado la energía y los relevadores vacíos tenían la pátina grisácea de la materia muerta. Toda la planicie parecía un vasto lecho de río que se ha secado y que está cubierto por rocas.

Al frente del camión blindado Caulec, Stanko y los dos rusos rodeaban a Enver Hoxha. Cuatro ametralladoras apuntaban de todos lados al rehén. El Stalin de Albania era ahora el único lazo con la supervivencia. "En un intento de verosimilitud -escribió Starr en el informe-, el grupo estaba sobre dramatizando un poco, pero no había duda de que nuestro destino durante los momentos cruciales dependía enteramente de la filosofía personal del mariscal Enver Hoxha, respecto de tan insondables problemas como son la vida y la muerte… Habíamos subestimado tanto al hombre como al carácter nacional albanés".

El único anhelo de Little era conseguir atravesar la frontera llevando el caparazón. Era la maldita pieza delatora, y durante el entrenamiento, se les había advertido que abandonar el arma nuclear que llevaban para chantajear y agredir, constituiría un "suicidio ético" para la opinión pública mundial.

Las condiciones presentadas a los albaneses exigían una frontera abierta y el retiro de todas las tropas. Delante de ellos había marchado un destacamento de soldados para despejar el camino y esperar la liberación del mariscal Hoxha. Little miró el reloj: faltaban cinco minutos para estar a salvo. Por primera vez desde el comienzo de la operación, tuvo conciencia de su físico, las manos apretadas contra el volante, la sequedad de la garganta, la tensión muscular en los hombros y en la parte posterior del cuello, el sudor que le caía por la cara… No servirá, pensó. Es el momento más peligroso de todos: el del relajamiento de la tensión nerviosa, que contiene una amenaza de descuido.

Mathieu descansaba la cabeza sobre las rodillas de la muchacha y Starr continuaba mirando a la pareja con la frustrada amargura de un hombre que, a la edad de cuarenta y un años, aún seguía reducido a mirar al amor en forma irónica. El modo más antiguo de sentirse privado, condenado a pensar en términos de vidas ajenas; de la suerte de otros. May estaba maternalmente inclinada sobre el francés, sosteniéndose con los brazos. Su pelo flotaba y danzaba alrededor de ella dando pinceladas salvajes de luz. La simple eternidad de este desperdicio emocional perpetuándose a través de las épocas, sin haber sido tocado por el progreso, hizo que Starr tuviera un sobresalto de desagrado y que mirara hacia otro lado, no sin haber experimentado una breve y aguda punzada de tristeza, porque hay algunas visiones que no son para los ojos de los solitarios. Sin embargo, en los días venideros el recuerdo de los breves momentos que precedieron a la salida, continuaron persiguiéndolo. En la última mirada, los rasgos del francés le recordaron a los del joven Bonaparte: la obscura mata de pelo, la nariz grande y arrogante, el aspecto ávido, casi violento del conquistador. Pero las palabras que dijo tuvieron el sonido festivo de los que regresan a casa después de un buen día de labor.

– Sabe, esto puede ser el final de la prehistoria. A los gigantes nucleares les hemos presentado algo demasiado grande para la grandeza, demasiado supremo para la supremacía, demasiado temible para la valentía, demasiado destructivo para la destrucción… La ciencia ha demostrado que es demasiado poderosa para una política de poder y demasiado grandiosa para el fanatismo.

La luz del cielo era enceguecedora; empero todavía podía ver en forma clara la calle de París, el 20 de mayo de 1968; la pared de la Sorbona y el estudiante que escribía torpemente con un pincel que goteaba las palabras que se le grabaron para siempre y que leyó en voz alta:

TERMINEMOS CON EL CRECIMIENTO ILIMITADO

DESCENDAMOS DE LOS ESTADOS NACIONALES A

LAS ENTIDADES DE INTERDEPENDENCIA CULTURAL.

ADELANTE HACIA LA MULTIPLICIDAD,

HACIA LAS INFRASOCIEDADES Y LOS GRUPOS MINORITARIOS.

– Sí, bajo fuerte control militar -murmuró Starr.

– No hay alternativa para las superpotencias. Tienen que reducirse. Habrá un lento acuerdo; una transición durante la que andarán a tientas; luego una fragmentación acelerada, una crisis de los bloques de poder y un principio de unidades culturales… El Círculo Erasmo mediante sus trabajos ha hecho que la supervivencia sea imperativa. Hemos puesto punto final al proceso de deshumanización.

May sacudió la cabeza.

– Vamos, Marc. Casi nos has destruido a todos simplemente porque no puedes evitar hacer lo mejor que puedes. El impulso creador. El resto es racionalización. Los científicos son tan indulgentes con su propia búsqueda, realmente, son…