– Bueno -dijo-, ¿Cuánto tiempo tenemos?
– De acuerdo con nuestra última información el contador regresivo puede empezar a funcionar en cualquier momento.
– ¿Qué tiempo lleva hacer funcionar al "Cerdo"?
– Deben efectuarse setenta y dos operaciones distintas; pero no han de llevar más de veinticinco minutos.
– ¿Y qué están esperando?
– Enver Hoxha ya partió de Tirana para estar presente -contestó Kosygin-. Salió hace una hora. Probablemente estará aterrizando en este momento.
– Según los cálculos, ¿cuánto tiempo tenemos en total?
– Señor Presidente, no creo que desde aquí podamos jugar con el tiempo -dijo el general Rexell-. Nuestra fuente informativa en Albania indica que lo que ha sido llamada la "ceremonia", tendrá lugar mañana a las 11, hora de Albania. Sin embargo, no podemos correr ningún riesgo. Sugiero un bombardeo al instante.
– Lo único que he dicho es que desconocemos cuáles pueden ser las consecuencias -replicó Brezhnev.
– No creo que tengamos muchas alternativas, ¿no es así? -observó el Presidente-. Tenemos que decidirnos y tirar la bomba. Es todo.
Pero enseguida tuvo la sensación de que la pantalla de televisión vacía lo estaba mirando.
– Muy bien, corramos el riesgo -respondió. El comando atacará mañana al amanecer. Además, agregaremos una fuerza de bombarderos norteamericanos… y rusos, que estarán listos en el aire, lo más cerca de la frontera con Albania. ¿Qué distancia hay entre la frontera y el "Cerdo"?
– Desde Turquía, aproximadamente siete minutos -explicó el general Rexell.
– ¿Es posible ponerse en contacto con el comando?
– Sí, señor, por supuesto, por intermedio de Belgrado.
– Me gustaría hablar -dijo el Presidente-. ¿Qué clase de gente tenemos allí?
– Todos profesionales -subrayó el general Rexell-. Los mejores que ha sido posible conseguir.
– De existir la más mínima dificultad o duda de cualquier clase, reduciremos a polvo a todo el maldito lugar -recalcó el Presidente-. No veo qué otra cosa podríamos hacer, señor Brezhnev.
– Sugiero, señor Presidente, que nos mantengamos en contacto hasta que todo esté terminado -propuso Kosygin.
– Le aseguro que no tengo ninguna intención de abandonar esta sala. Con el permiso de ustedes hablaré con los hombres…
– No podemos conectarnos directamente -explicó el general Rexell-. En Belgrado recibirán el mensaje y lo transmitirán sin dilación…
El Presidente grabó el mensaje para el comando y Brezhnev agregó algunas palabras dirigidas a los rusos. En ese momento eran las 14,46, hora norteamericana.
29
Con los últimos fulgores del sol, estaban descansando entre las rocas, esperando la llegada de la obscuridad para ponerse en camino y recorrer el último tramo que los separaba de la zona del blanco, cuando la voz grabada del Presidente, y luego la de Brezhnev les llegaron desde Belgrado. Escucharon, y luego se dibujó en la cara del mayor Little una expresión de desaprobación estudiada, mezclada con un ligero disgusto. Decididamente no es un partido de cricket, pensó Starr. ¡El soldado cockney, señores, está abusando de su "Majestad Real", la "Reina"! Starr se había quitado las botas para inspeccionarse los doloridos pies. Pies de cuartel, pensó con tristeza.
– Y bien, mayor, ¿por qué no dice algo apropiado? -le preguntó al inglés-. Es usted quien está aquí a cargo de la moral de la tropa. Escuchemos sus palabras. Little se acarició el bigote color zanahoria.
– Éste será nuestro mejor momento -afirmó.
– Así es. Nunca he visto a nadie tan totalmente fiel a una caricatura.
El mayor lo miró con frialdad.
– Coronel Starr, comprendamos algo con claridad. El equipo aquí presente es una convención multinacional de bastardos. Solamente puede funcionar si cada uno conoce bien al otro, y no ha habido tiempo para conocerse realmente, por lo que será mejor atenerse a los moldes seguros y bien conocidos de las características de cada nacionalidad. La nuestra, como usted sin duda sabrá, consiste en decir menos de lo que se piensa. La reserva, la Reina y la patria, una estupidez superficial que esconde una mente militar de primer orden, una apariencia exterior de timidez, y un desprecio por los norteamericanos reprimido con tacto pero que es igualmente perceptible. Todas estas cosas me son totalmente ajenas, pero es lo que ustedes han aprendido a esperar de un oficial británico, por lo que me conformo con la imagen, para que ustedes puedan sentirse sobre terreno conocido y así ayudar para que el operativo continúe sin inconvenientes.
– Lo siento, señor, -le dijo Starr con seriedad.
– La única cosa que usted no me oirá decir es "mi viejo", -prosiguió el inglés-. Sé que de mí se espera esto, pero todo tiene límite. En cuanto al discursito para levantar la moral de su presidente, que acabamos de oír con tanta emoción, todo el palabrerío sobre la "desintegración", la "reacción encadenada del mal para destruir el espíritu inmortal del hombre", el "alma", la "libertad", y todos los acostumbrados ingredientes de esta clase de exhortaciones -ya que se me ha pedido que haga un comentario- aprovecharé la oportunidad para recordarles que aquí no tenemos nada que ver con la política.
Todos miraron al inglés con humilde sorpresa.
– ¿La política? -inquirió Caulec amablemente-. Perdóneme, señor… ¿he escuchado bien? ¿Reducir a los seres humanos al estado de bestias y destruir las características humanas? ¿Es política?
– Cochina política, así la llamo, señor, -dijo Little con énfasis, con un estallido repentino e irresistible de acento "cockney"-. Han dicho lo mismo de los nazis, de los japoneses, de los rojos y de los norteamericanos en Vietnam, de los comunistas y de los fascistas. Política. Tenemos que encontrar y destruir, un maldito objetivo, y es exactamente lo que vamos a hacer y luego escapar lo más ligero posible. Estamos detrás de un objetivo infernal y no en busca de una metáfora.
Ahora rugía con un acento cockney declarado y franco, no pronunciando las h y repartiéndolas por todo el lugar. Sus ojos grandes y helados de perro de Staffordshire tenían un brillo de porcelana, y el bigote amarillo estaba endurecido por la indignación.
– ¿Y qué pasa con Jesucristo? -preguntó Starr.
– No estoy interesado en un acontecimiento local político que sucedió hace dos mil años en alguna colonia mal administrada -estalló el inglés…
Lo miraron con respeto. Stanko, el yugoslavo, tomó un trago largo de slivovitz de la cantimplora, aspiró profundamente y se puso de pie.
– Señor, -dijo-, en calidad de camarada oficial que depende de usted y tiene cierto rango, me permito decirle que en lo que acaba de decir hay un cierto aire de grandeza.
Saludó al inglés con elegancia. Little le devolvió el saludo.
– Muchas gracias. Descansen.
Los dos oficiales rusos discutían las palabras que Brezhnev les había dirigido. Starr pudo oír la expresión novoie svinstvo, que tenía un sentido general de "una nueva clase de mierda", Era evidente que Brezhnev había caído en el carcomido léxico de Khrushchev.
El francés Caulec recibió las últimas noticias alentadoras de Washington con una chispa de ironía en sus alegres ojos de color castaño.
– La Civilización al Objetivo Fuerza Uno: SOS, -dijo-. El Objetivo Fuerza Uno a la Civilización: ¿está todavía allí?
Para Starr, la reacción más típica fue la del profesor Kaplan. El científico, que durante el ascenso había demostrado tener notable resistencia física y gran agilidad, mientras escuchó la breve efusión emotiva del Presidente, continuó fumando la pipa con expresión soñadora, y cuando terminó la transmisión, se mostró francamente complacido. No había otro modo de describir su aire presumido y satisfecho. A Starr le llevó apenas unos segundos para encontrarle una razón plausible a esta satisfacción. Era evidente que el físico estaba deduciendo unos cuantos pensamientos agradables del hecho de que un colega de la magnitud y fama de Mathieu hubiese cometido un error garrafal.