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La besó y cerró los ojos, mientras apretaba la frente contra su pecho. Era el mejor y el único lugar en el mundo donde se podía cerrar los ojos con confianza. La suavidad y el hálito de la vida, la tibieza… El término de la búsqueda.

– Por favor, Marc, apaga la luz.

Obedeció.

– Odio esta luz.

– ¿Por qué?

– Es gente.

– Energía humana.

– El pueblo albanés.

– La están usando en todas partes. Es la menos costosa.

Afuera la noche refulgía. Un ruido lento y profundo llenaba el valle. Había momentos en los que se sentía preocupado. La concentración y la presión de la energía eran tales que era casi imposible pensar que, a pesar de toda la potencia de los compresores de estalinita, la fuerza de ascenso quedase cautiva y no consiguiese liberarse. Hacía tiempo que se había logrado el punto de saturación, pero esto daba lugar a un amplio margen de seguridad. Sólo unas pocas horas más. Entonces… Sonrió. Y después, por fin, la inocencia.

– Buscando estoy el rostro que tenía antes de que el mundo fuese creado…

– ¿Por qué dices esa frase, Marc? Te la he oído repetir a menudo. ¿Qué significa?

– Es un poema de Yeats.

– ¿De qué trata?

– De la inocencia.

– ¿Qué inocencia? ¿La inocencia de quién, Marc?

– La inocencia anterior a la creación del mundo. Antes de que nosotros lo hiciéramos, May. Se nos había dado la posibilidad y se desperdició. Antes, la inocencia existía.

– ¿El Jardín del Edén? ¿El pecado original?

Otra vez puso la cabeza contra la tibieza de May. Un nuevo comienzo. De regreso en el reino animal Sonde, tal vez, exista otra oportunidad, un nuevo ser, una nueva creación, un hombre compasivo…

– Marc.

– Sí.

– Es para mañana, ¿no es así?

– Ya sabes que es para mañana, May. Lo sabes todo: hace meses que estás tomando fotografías microfílmicas de cada pedazo de papel, de cada diagrama. He tenido que vigilarte constantemente, o la Seguridad te hubiera atrapado. Eres tan condenadamente descuidada. Hasta escondes un transmisor laser en miniatura dentro de tus zapatos.

Sintió que el cuerpo de May se endurecía en sus brazos.

– Está bien -le dijo-. Lo supe siempre. Está muy bien, Santa May de Albania tratando de salvar, al alma inmortal de la desintegración.

El corazón de May latía con fuerza contra la frente y le besó, el lugar.

– ¿Por qué no me lo dijiste, Marc?

– Convenía a mis planes. Quería que los grandes bastardos lo supieran.

– ¿Por qué?

– Por que puede hacerles recobrar los sentidos. Está en sus manos. Todo lo que tienen que hacer es detenerse en el acto donde están actualmente y tomar una nueva dirección. Destruir las acumulaciones nucleares. Abolir los bloques de energía. Crear estados pequeños, infrasociedades. Suprimir los estados poderosos, las combinaciones colectivas múltiples reduciéndolas a un mínimo de poder y a un nivel de responsabilidad ética máxima. Descender de lo nacional a unidades culturales interdependientes. Existen soluciones, todos los estudiantes de sociología las conocen. Concluir con la grandeza del poder y empezar una nueva senda dirigida hacia la grandeza del hombre.

– No lo harán.

– Entonces tendrá lugar la reacción en cadena y por fin habrá un poco de inocencia.

– Sólo embrutecimiento.

– El embrutecimiento es una cosa que sólo conoce el hombre; los animales, no.

En la obscuridad May buscó la mano de Marc.

– Eres tan… tan estudiante, realmente, -le dijo-. Igual que todos los estudiantes de París en el mes de mayo, haciendo barricadas…

Apretó la mano de él contra la mejilla; la besó.

– ¿Entonces no es un error? ¿No ha habido ningún error de cálculo, no has cometido ninguna equivocación? ¿Lo has sabido siempre?

– Por supuesto.

– ¿Sabías verdaderamente que iba a suceder una reacción en cadena?

– Desde el principio de la ética, May, todo el mundo lo ha sabido. No existe, no puede haber algo como la "deshumanización limitada". No puede haber un límite, digamos, para los nazis, para Stalin, o para My Lai en Vietnam. En la exhalación hay una unidad fundamental. No puedes desintegrar locamente la exhalación, sin envilecer lo que ella es en sí. Sólo que en el pasado era un concepto de moral religiosa. Ahora, la ciencia lo ha logrado. No puedes desintegrar una exhalación, Santa May de Albania. Continúa extendiéndose siempre. Existe una unidad básica.

– Y mañana, ¿lo harás?

– No. Lo harán ellos mismos.

– Pero eres tú…

– No. Aceptarán hacerlo. Lo dispararán ellos mismos. Sólo se necesita una explosión nuclear.

– No lo saben y ya es demasiado tarde para hacérselo saber -sostuvo May.

– Ellos lo saben. Lo han sabido todo el tiempo. No obstante lo harán igual. No querrán perder el poder. Saben cómo evitarlo, pero prefieren destruir al mundo antes que perder el poder. Está en sus manos. Tirarán la bomba. Lo saben, May, y hace dos días yo le envié otro mensaje a Pablo VI.

A esa hora del crepúsculo en la que la luna y las estrellas mitigan el cansancio de los ojos con el azul y la frialdad plateada del infinito, y la tierra aún conserva el último hálito de tibieza del día, el Santo Padre se encontraba de pie en la gruta de olivos de la residencia veraniega de Castel Gandolfo.

En la belleza de la noche; en el silencio de los pájaros y de las hojas; en la quietud y la fragancia de los árboles; en la quieta indiferencia de la naturaleza no había nada que pudiera haberse tomado por una señal de preocupación o de piedad por el hombre, como si lo que la humanidad se estaba haciendo a sí misma no encontrara ningún eco en sus viejos compañeros. Sin embargo era una falta de fe ver indiferencia y alejamiento, aquí en toda esta belleza serena e inmaculada, pues también podía implicar una intención, un mensaje de confianza.

El Pontífice escuchaba al profesor Gaetano:

– …y por supuesto, en algún lugar detrás de todo esto, hay por fin una teoría de unificación. Una idea de Galli que ahora comparte el mismo Altman. Lo que este trágico joven llama la exhalación tiene su fuente en algún lugar del universo y representa la energía elemental de la creación, tanto de la vida como de la materia. Mathieu mismo había llegado lo más cerca posible a esta formulación, mas se había mantenido alejado de un punto de vista tan revolucionario. Lo habían detenido el peso de los últimos siglos; el obscurantismo; el poderío reaccionario del pensamiento convencional. Aun así ya se notaba la armonía en el mundo subatómico, y la transmutación de la materia -es decir, las partículas descomponiéndose en otras partículas cuando se bombardea el núcleo por un proceso de aceleración- ya hace varios años que marcha hacia una especie de fuente única, de unidad, en ambos polos del micro y del macrocosmos. A la búsqueda de la unidad subatómica se le dio el nombre de "caza del quark". Luego surgió un elegante patrón matemático y, es muy cierto, que los descomunales aceleradores norteamericanos de Brookhaven consiguieron obtener la partícula menos omega… Desde entonces, las tablas periódicas súbnucleares han encontrado una expresión satisfactoria, que abarca la relatividad. Y actualmente, lo que Crespi llama la "sospecha matemática" de que la exhalación tiene una fuente que él describe como "total", hace que la física nuclear se fusione con la cosmología. La energía es fantástica. Los mismos rayos cósmicos son lo que Mathieu denominó usando las palabras de Balzac, les cousins pauvres, los parientes pobres de la energía. Y, sin embargo, los mismos nombres, salvo pocas excepciones, todavía emplean con entera confianza el lenguaje del ateísmo del siglo diecinueve, al hablar con toda tranquilidad de "descomposición de la energía en vida y materia". Para ellos, todas las formas de la vida y de la creación espirituales -el arte, la música, la poesía- son simplemente una "respuesta irracional a un principio dinámico creador". Y no se admiten discusiones… Es un conservadurismo reaccionario de la especie más burguesa, sí, capitalista: el capital allí es el dogma positivista. Cuando se lo pregunto directamente, me dicen que soy una víctima de la brecha que se abre entre el progreso de la ciencia y los medios lingüísticos que están a nuestra disposición para volcar los logros y descubrimientos científicos en un vocabulario que, básicamente, es el de los humanistas griegos. Así se reduce a considerar como una simple crisis del vocabulario lo que constituye la crisis más grave de nuestra civilización y su punto culminante…