Cuando uno de los oficiales albaneses abrió la puerta, Starr vio a la chica. Estaba sentada en una silla, tenía los brazos cruzados, y después que lo miró, sonrió.
– Hola -le dijo.
Mathieu estaba de pie de espaldas a la puerta. A Starr le llevó unos cuantos segundos comprender lo que veían sus ojos. Había momentos en que tenía que luchar contra la sospecha de que nada de esto estaba sucediendo y que todo el horror no era más que una consecuencia del escape cultural de la propia exhalación.
Mathieu estaba pintando un icono.
Era un icono que representaba a May. Ingenuo, improvisado, casi infantil en su carencia de habilidad, tenía un halo dorado alrededor de la cabeza y las palabras "Santa May de Albania" escritas en caracteres cirílicos mal hechos.
– Profesor Mathieu… -empezó a decir Kaplan.
Mathieu retrocedió un paso y miró al icono con severidad. Después miró al intruso y no le quedó ninguna duda al respecto: el individuo sonreía complacido.
– Santa May de Albania, la Salvadora, -dijo.
– Profesor Mathieu… -repitió Kaplan.
– Estos halos son terriblemente difíciles de hacer, sabe, -les dijo Mathieu-. Ahora veamos… Pienso que andaría bien con un poco más de dorado aquí… Sólo una pincelada… No te muevas, May.
May lo miraba con tal amor, que si esto hubiese podido contribuir en algo, el icono hubiese resultado ser una obra de arte.
– Quieta, muchacha… Quiero decir, no te muevas para nada. Tengo que darle más luz al halo.
– ¿Por qué no me puedo mover? No tengo un hald, así que no importa. ¿Puedo fumar?
– No mientras trabajo en el halo. Trata de ayudar.
– Profesor Mathieu -le gritó Kaplan repentinamente-. ¡Usted se ha equivocado!
Mathieu lo miró, y luego otra vez al icono.
– ¿Dónde me he equivocado? ¿Demasiado oro? Bueno, tiene que irradiar luz, sabe. ¿Cómo pintaría usted un halo?
– ¿Quiere hacer el favor de dejar de odiarnos por unos segundos, profesor? -le encareció Starr suavemente-. Todos somos una porquería. Usted ha estado trabajando en la porquería durante años. Lo que pasa es que no puede terminarla sin ponerle final a las otras cualidades de la exhalación, si se puede decir así. Usted termina con la porquería, y ya no habrá más belleza, profesor. No más halos dorados. Tenemos un pequeño artefacto nuclear y si algún albanés nervioso aprieta el gatillo…
– ¡Profesor Mathieu, usted se ha equivocado! -seguía gritando Kaplan.
– ¿Quién? ¿Yo? Ninguna equivocación.
– La desintegración de la exhalación provocará una reacción en cadena…
Mathieu lo miró.
– ¿Usted hizo todo el trayecto hasta aquí para repetirme las palabras de Jesucristo?
– Una reacción en cadena, profesor. Una total desintegración espiritual…
– San Mateo -agregó de pronto May.
– ¿QUÉ? -vociferó Kaplan.
– Está repitiendo palabras de San Mateo -le dijo May con simpatía.
Starr se rió. Fue una risa falsa, un horrible gruñido, y se quedó en silencio.
– Mathieu -tronó Kaplap, los pelos erizados que brillaban mediante una exhalación estática-. Mathieu, no quedará nada de lo que hace que el ser humano sea un ser humano…
Mathieu pareció escandalizado. Estaba limpiando su pincel y lo dejó.
– Escuchen, idiotas brillantes, ¿cuánto creen ustedes que queda de lo que se necesita para hacer de un ser humano un ser humano?
– Bueno, profesor, no sea antipático -le dijo Starr-. Los museos, por ejemplo. Acaban de pagar un millón de dólares por un Velázquez.
– No me refiero a lo que queda fuera. Hablo de dentro -le replicó Mathieu.
– Perdóneme, mi estimado colega, no es el momento de emplear metáforas…
– Eso es lo que quiero decir -dijo Mathieu-. Si esto no es más que una metáfora, entonces usted no es un ser humano.
Uno de los oficiales albaneses empezó a gritar. Señalaba hacia la puerta y gritaba.
Kaplan se puso blanco.
– ¿Qué diablos está tratando de decirnos? -preguntó Starr.
– Que nos apuremos; no puede estar seguro de que algún soldado nervioso…
Starr se sorprendió.
– ¿Usted entiende el albanés? ¿Desde cuándo?
– No necesito hablar el albanés para…
Starr empezaba también a preocuparse por los nervios de los albaneses.
– Allons, enfants de la patrie -entonó en el mejor francés-. Una bomba nos está esperando.
– ¡Metáforas! -murmuró Mathieu-. ¿Qué es lo que hace que un ser humano sea un ser humano? ¿Me quieren decir cuánta gente es la que tiene el privilegio de saber "qué es lo que hace que un ser humano sea un ser humano"? Si nosotros destruimos todos los escapes, todos los efectos secundarios, todos los museos, salas de conciertos y bibliotecas, el noventa y nueve por ciento de la población del mundo no notará la diferencia… ¡Y hablan de metáforas!
Afuera, Little miró el reloj. Habían calculado la liberación de la exhalación en veinte minutos, pero en el interior había dos intelectuales brillantes, el profesor Mathieu y el profesor Kaplan, lo que significaba que se demorarían más tiempo. De pronto, le asaltó un pensamiento extraño.
– ¿Algún pedazo de ladrillo de ustedes sabe si el francés Mathieu es judío?
– ¿Por qué? -preguntó Stanko.
– Malditos idealistas, -masculló Little.
Caulec estaba de pie junto al auto del comando. Hoxha estaba sentado mirando hacia adelante y tenía un aire de total indiferencia. Su cara estaba tan vacía que por la espina dorsal del francés corrió frío. Todo lo que pasaba por la mente de esta máscara era fácil de adivinar: visiones de interminables horas de viejos refinamientos; de torturas turcas aplicadas a los saboteadores imperialistas. Las perspectivas fueron aparentemente tan apreciadas por el dictador estalinista que, de pronto, se decidió a adoptar una nueva precaución. Le habló a un oficial albanés. Instintivamente, Caulec sacó la pistola y la apuntó en dirección al mariscal. Un gesto totalmente innecesario, pero necesitaba relajar la tensión. El oficial albanés sacudió la cabeza.
– Paz, paz, -dijo rápidamente en inglés.
Luego transmitió a las tropas las órdenes de Enver; los soldados depositaron las armas a los pies.
– Ha cometido un terrible error en los cálculos, Mathieu, -estaba diciendo el profesor Kaplan-. Una equivocación tremenda.
– Sí, me he equivocado -contestó Mathieu-. Me importó.
La voz le tembló un poco y la muchacha pareció preocupada.
– Por favor, Marc. Todo andará bien, lo sabes. Ahora nada será como antes. Todo cambiará. Todo será diferente. Marc, has realizado algo maravilloso. Has ayudado al mundo a recuperar la cordura y a darse cuenta.