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Pero, tal como era… Si tantos humos tienes, ahí te las apañes… Dicho de otro modo:

"¿Quieres que te compadezca? ¡Déjame antes saborear tu humillación!".

Marusia no daba la impresión de una mujer desdichada y humillada. Aprendió enseguida a llevar coche (Rafa cambió su destrozado Buick por un Jeep más alto). Aparecía con frecuencia en las tiendas rusas. Compraba pescado caro, carne de cerdo y caviar negro. Y sin embargo, yo seguía sin comprender a qué se dedicaba Rafa. Ya sin hablar de Musia…

Por centésima vez me convencía de que la pobreza era una cualidad congénita. La riqueza también. Cada uno escoge lo que más le gusta. Y por extraño que parezca muchos eligen ser pobres. Rafael y Musia preferían la riqueza.

Rafa parecía el hijo mimado de Aristóteles Onassis. Se comportaba como un individuo sin dinero, pero protegido por los millones de papá. Pedía prestado en todas partes donde podía. Llenaba todo género de impresos de compras a plazos. Repartía obligaciones…

Vivía a todo tren. Las consecuencias no le preocupaban.

Al principio Musia se inquietaba, luego se acostumbró. América era un país rico. ¡Por consiguiente, alguien tenía que vivir aquí sin disgustos ni preocupaciones!

Y así es como vivían.

La sociedad podía perdonárselo todo: las estafas, las extorsiones, las drogas. En definitiva, todo, menos vivir despreocupadamente.

Frida la bizca se indignaba:

—¡Así también yo me conseguiría algún Cipollino!

Nuestros intelectuales se expresaban del modo siguiente.

Zaretski decía:

—Fíjense bien en este latinoamericano. Vean sus articulaciones y los pabellones auriculares. Estamos ante un típico ejemplar de monosexópata latente. Y ahora observen a Maria Fiódorovna: su abdomen y los huesos pelvianos. Aquí nos encontramos con el típico ejemplar de polisexualismo relevantemente mitomático… En una palabra, no pueden ser pareja…

Lemkus declaraba dejando caer la mirada:

—¡Dios es amor!

El defensor de los derechos humanos Karaváyev exclamaba gesticulando:

—¡Es inmoral y vergonzoso entregarse al adulterio mientras todo el Grupo de Helsinki[28] está entre rejas!

El editor Drúker asentía con gesto dolido:

—¡Entregarse a un hombre que confunde a Tolstói con Dostoyevski! Yo personalmente no lo entiendo…

Arkasha Lérner repetía con cierta amargura:

—A las tías buenas siempre se las han llevado los sinvergüenzas de los georgianos… ¿Y qué es un hispano? Pues, en principio, lo mismo que un georgiano…

El propietario de la tienda, Ziama Pivovárov, reflexionaba como un auténtico hombre de negocios:

—Cómo se va a echar a perder una mercancía tan escasa…

Yevséi Rubínchik, que en el fondo era un artista, comentaba:

—Pues no se ven mal. Ya me gustaría inmortalizarlos en formato de ocho por doce…

Baránov, Yeselevski y Pertsóvich se limitaron a alguna broma bastante frívola. Pertsóvich, en concreto, le dijo a Marusia:

—Oye, Musia, no te olvides de los amigos. Si te casas, ¿por qué no me adoptas? A mis sesenta y cuatro años ya no me quedan fuerzas para pasarme el día al volante…

No es que me hiciera amigo de Rafael. Para eso éramos demasiado diferentes. Pero solíamos encontrarnos bastante a menudo. Así es nuestro barrio.

Pongamos que busca usted a alguien. Para eso no es en absoluto imprescindible saber la dirección. Basta con darse un paseo por la calle central. Cómprese una lata de cerveza. Cómase un corte de helado. Fúmese un cigarrillo. Y sin falta se encontrará a quien busca. O al menos conseguirá información sobre su amigo. Sobre todo la mala…

Marusia habría organizado unas tres fiestas en su casa. Nos invitaba a mí y a mi mujer. Preparaba pelmeny[29] caseros. Y no paraba de instruir a Rafa:

—¡No fumes! ¡Come menos! ¡Y sobre todo, quédate calladito! Ten en cuenta que aquí eres el más tonto.

Rafael no se ofendía. Y, en efecto, se podía pasar horas hablando. Sobre todo de un tema: cómo hacerse millonario. Construía planes para enriquecerse rápidamente.

Proyectaba editar libros comestibles. Acto seguido gestaba el proyecto de sacar un ajedrez comestible. Finalmente llegó a la turbadora idea de fabricar bragas comestibles.

Lo único que lo inquietaba era la falta de un capital inicial.

—Se lo puedo pedir a mis hermanos —decía—. Confían plenamente en mí. Me basta con coger el teléfono…

—Tus hermanos no te lo darán —replicaba Marusia—. Y tú lo sabes muy bien. No son idiotas.

—No me lo darán —admitía de buen grado Rafa—, es cierto. Pero puedo pedírselo ahora mismo. ¿No me crees?

Como buen americano, soñaba con toda su alma hacerse rico. Pero como también era revolucionario, quería que hubiera justicia.

Marusia le decía:

—Vete a trabajar, como todo el mundo.

Rafa replicaba convencido:

—Que trabajen los dentistas, los ricos y los abogados.

Sus palabras carecían de toda lógica.

Un día estaba yo en casa de Marusia. Rafa llegó corriendo de alguna parte, emocionado y pálido. Desde la puerta gritó:

—¡Una idea genial! ¡Nos sacaremos tres millones de dólares! Y el éxito está cien por cien garantizado. Ningún riesgo. Dentro de tres semanas abrimos una fábrica de pezones artificiales.

—¿De qué? —preguntó Marusia.

—¡De pezones artificiales!

—No entiendo —le dije—. ¿Qué pezones?

—Pues eso, pezones, de mujer.

Y Rafa se clavó su retorcido índice en el pecho.

—Todo es muy sencillo. Mira a las mujeres. Especialmente a las más jóvenes. ¿No ves que todas van sin sostenes? Es para que se les vea todo a través de la ropa. ¿No te has fijado?

—Admitámoslo —le dije.

—Yo lo he observado muy atentamente y de pronto…

—Menos observar —logró intervenir Marusia.

—Lo he observado y de pronto hoy he tenido una idea genial. Las jóvenes no tienen problema. Pero ¿y las maduritas? ¿Por qué defraudarlas? Ellas también quieren que se les transparente todo. Pero sobre todo que además no les bailen. Y entonces fue cuando se me ocurrió —Rafa elevó triunfal la voz— cómo conseguirlo.

—¿Y?

—Un momento de atención. La vieja se pone su sostén. Se sujeta al sostén un pezón de goma. Y luego se enfunda el jersey.

—¿Y qué?

—Pues que se le transparenta el pezón y en cambio el pecho no baila.

—¿Y tú estás dispuesto a vender semejante porquería? —preguntó Musia.

—En cantidades ilimitadas. ¿No ves que es una ilusión? Me dedicaré a vender ilusiones a cuarenta cents la pieza. Ganaré millones con el invento. Porque el producto más rentable en América son las ilusiones. Sólo me falta conseguir el capital inicial. Aproximadamente unos veinte mil…

—Está loco —decía Musia— Crazy! No hay duda ninguna. Pero también es cierto que quiere mucho a Liova. Le compra juguetes. Va con él a la piscina. Hace poco se fueron juntos a pescar. Con Liova es como un igual en lo que se refiere al cerebro. O puede que Liova sea algo más listo…

Una vez Marusia se pasó un momento por casa. Le dijo a mi mujer:

—¿Me haréis un café? Me quedaré un rato. Hacia las cinco pasará Rafa. Ha ido a recoger a Liova al kindergarten.

Mi mujer abrió la nevera. Musia se puso a gritar:

—¡Dios me libre! Estoy a dieta…

Tomamos café. Hablamos de política. En concreto discutimos sobre la personalidad de Gorbachov y de sus reformas. Marusia entre otras cosas dijo:

—Si empiezan los cambios yo seré la primera en enterarme. Porque lo primero que harán es echar a mi padre. Él mismo lo decía: "Mientras yo ocupe mi cargo podéis estar seguras de que ni tú ni tu madre no tendréis nada que temer del comunismo…".