OPERACIÓN "CANCIÓN"
Las actuaciones de Razudálov debían durar tres semanas. Empezaban en Brooklyn, el dieciséis. Le seguía Queens. Luego, según el programa, venía Chicago, Filadelfia, Detroit y, al parecer, Toronto.
En los carteles destacaba la frase: "De la canción inseparable compañero".
Más abajo aparecía la foto de un individuo con una americana de terciopelo verde. El hombre se parecía a un joven terriblemente desgastado. Estas caras —descaradas, impasibles y decididas— me recordaban a las de los repetidores de la posguerra. El personaje aparecía inmortalizado sobre un fondo de espigas de trigo, o de centeno. O tal vez eran de avena.
Multitud de anuncios llenaron nuestro barrio. Sólo en la tienda de Ziama Pivovárov había tres. Junto a la caja, en la puerta de entrada y bajo el reloj.
Todo nuestro barrio andaba intrigado. Todos sabían perfectamente que Musia tenía un hijo de Razudálov. Que Musia era la exesposa de aquella celebridad. Que el encuentro entre Musia y Razudálov estaría preñado de dramatismo.
Entre él, un cantante, premio nacional, estrella del arte soviético y miembro del Comité Central. Y ella, una mujer inmoral que vivía de un subsidio.
¿Querría el miembro del partido Razudálov encontrarse con Marusia? ¿Vendría Razudálov a nuestro barrio? ¿Cómo reaccionaría Rafael?
En una palabra, todos esperábamos los dramáticos acontecimientos. Y estos, como se dice, no tardaron en producirse.
Un periódico de la emigración publicó un artículo con el título: "Un saboteador al micrófono". A Razudálov en el artículo lo llamaban, por ejemplo, el "vencejo del Kremlin". Y a sus conciertos, "sabotaje político". El autor, entre otras cosas, exclamaba:
"¿Sobre qué canta en su gira nuestro huésped, el camarada Razudálov? ¿Sobre la tragedia del pueblo judío? ¿Sobre Irina Ratushínskaya, que se consume en las mazmorras soviéticas? ¿Sobre la economía que han descalabrado los bolcheviques? ¿O tal vez sobre la represión psiquiátrica[31]?
¡No!
Nuestro artista compone otro género de himnos. Loas al trabajo en bien de la patria. A la eterna amistad. A lo que ellos llaman amor…
Y quien dirige todo este concierto es el Comité para la Seguridad del Estado[32].
¡¿Qué falta nos hace este ruiseñor de la Lubianka[33]?! ¡¿Quién está detrás de este negocio?! ¡¿A qué fines se destinarán las divisas recaudadas?!"
Y así sucesivamente.
El pasquín hizo bastante ruido. Cada día se publicaban nuevos materiales. Se originó toda una polémica. En ella participaron las figuras más célebres de la emigración.
Unos exigían en tono severo que se boicotearan los conciertos. Otros dejaban traslucir sus dudas sobre los fines ocultos de todo aquel montaje. Unos terceros defendían la postura de que fuera quien quisiera. ¿O es que no comemos caviar soviético? ¿No leemos a Rasputín o a Belov[34]?
El más volcánico resultó ser Natán Zaretski. Al ensayista se le ocurrió la idea de secuestrar a Razudálov para poderlo canjear después por Sájarov o Ratushínskaya.
Apoyaban a Zaretski los "halcones", que resultaron ser mayoría. Se rumoreaba que en la sala del concierto iban a colocar una bomba. Que en las puertas se apostarían, al parecer, patrullas. Que a los espectadores más activos se les privaría del octavo programa y de los subsidios estatales. Que deportarían al organizador de la gira. Y un largo etcétera.
Llamé a Marusia:
—¿Tú irás?
—¿Adonde?
—A la velada de Razudálov.
—Iré. Aunque sea para fastidiar a todos estos chalados luchadores por la democracia. ¿Y tú?
—A mí incluso en la URSS la música ligera me dejaba frío. Musia me contestó:
—¡Míralo el fino! Ahora me dirás que te pasabas el día en la Filarmónica.
Después del evento me contó lo siguiente: el concierto se desarrolló con normalidad. Hubo tres o cuatro gamberros. Zaretski llevaba una pancarta enigmática: "¡Liberad a Zimmerman!". Zaretski explicaba:
—Lo han encerrado por violación.
—¿En Moscú?
—No, en la cárcel municipal de Hartford…
De la sala le gritaron a Razudálov:
—¿Por qué no te largas a Israel?
Razudálov contestó:
—No soy judío, amigos míos. Por lo cual, créanme, les pido mil perdones…
Se le veía más viejo, contaba Musia. No obstante la voz se le conservaba bastante bien. Las mismas cancioncillas de siempre. Él la quiere. Ella también. Y los dos están enamorados de la naturaleza rusa…
Después vino el turno de preguntas. Uno, por ejemplo, le preguntó:
—¿Hay vida en Marte?
Bronislav le dijo:
—Toda la que quieras.
—¿De modo que hay hombres como aquí?
—Pues claro.
—¿Entonces por qué nos marean la cabeza? De pronto llega un platillo, arma un follón y luego se esfuma sin decir ni chao… ¿Por qué evitan los contactos?
Bronia dijo:
—Pues porque no tienen ni un pelo de tontos…
Al final recitó unos versos, contaba Musia. Decía que eran suyos:
¡Ay! Masha un deseo tiene,
que es dedicarse a la construcción.
Y Sasha dominar no puede
de Masha la constitución…
En una palabra, contaba Musia, todo transcurrió normal. Aplaudieron, hubo preguntas… ¿Cuándo construirán en Rusia el Comunismo?
Bronia contestaba:
—A qué tanta prisa. Antes saquemos el agua clara de lo que, con perdón, tenemos…
Marusia se quedó callada. Entonces le pregunté:
—¿Lo has visto? ¿Te has encontrado con él?
—Sí, lo he visto.
—¿Y qué?
—Pues nada. De aquella manera. ¿Qué querías que pasara?
En efecto, ¿qué quería que pasara?
El concierto terminó a la doce. Musia y Liova se acercaron al escenario. Rafael, para asombro de todos, se comportó correctamente. Se fue a por bebida.
La muchedumbre no se movía. Razudálov salía al escenario, saludaba y caminando hacia atrás hacía mutis.
Se le veía cansado. Su rostro aparecía sumergido en una espuma blanca de crisantemos y gladiolos.
Los espectadores no paraban de aplaudir. Y por si fuera poco, gritaban: ¡bis!
De la emoción, el cantante se tornó descuidado. Cantó Beber ansío el néctar de tus labios. Aunque era una canción que la censura había prohibido por antisoviética. La había calificado de "vulgar".
Musia no esperó al final, se abrió paso adelante. Llevaba bien alto una nota doblada en cuatro: "Si quieres verme, llámame. Maria".
Le seguía el teléfono y la dirección.
Musia vio cómo Razudálov tomó al vuelo el papel. Su movimiento recordaba el de un camarero al guardarse la propina. Lástima que no se fijara en la cara de Marusia.
Para entonces acabó el concierto. Pero Marusia ya había salido con Liova del local a la calle lluviosa. Vio a Rafael en el coche. Se sentó a su lado.
Rafa dijo:
—Te estaba esperando, casi me pongo a llorar.
—¡Esta sí que es buena!
—Pensaba que te irías con ese ruso.
—¿Y con quién dejo al papagayo?
—Canta tan bien…
—¿Quién, Lolo?
—¿Qué Lolo? Ese tipo ruso. Hubiera podido dejar pequeños a Lennon o Prestley.
—En eso te doy la razón. Hubiera podido, si en lugar de ellos fuera él el muerto…
En aquel momento apareció Razudálov con los músicos. Los esperaban dos automóviles. Una limusina y un microbús azules.
Razudálov parecía cohibido y preocupado. A Marusia le pareció que buscaba a alguien. Contestaba de cualquier manera a sus admiradores. O tal vez eran los muchachos de la embajada. De pronto incluso pensó si no sería Zhora el que se sentaba al volante del microbús. Y si era sensato lanzarse a los brazos de un cantante soviético en presencia de todos. Y además con el niño. No valía la pena ponerlo en un compromiso. Si quiere ya llamará.