Выбрать главу

Al poco tiempo los órganos identificaron a Zaretski. Se vio obligado a emigrar. En la aduana hizo una declaración histórica:

—¡No soy yo quien dejo Rusia! ¡Es Rusia la que me abandona!

A todos los que habían venido a despedirlo les preguntaba:

—¿Ha llegado el académico Sájarov?

Un minuto antes de embarcar se dirigió con paso decidido hacia el césped. Quería llevarse a tierra extraña un puñado de tierra rusa.

Los guardias lo echaron del césped.

Entonces Zaretski exclamó:

—¡Me llevo a Rusia en las suelas de mis botas!

En América Zaretski se convirtió en maestro. Enseñaba a todo el mundo. A los judíos, la religión ortodoxa; a los eslavos, el judaísmo. A los espías americanos, a no bajar la guardia.

Luchaba con todas sus fuerzas en favor de la democracia.

Decía:

—La democracia debe inculcarse por todos los medios. ¡Incluso con la bomba atómica!

Como es sabido, en América para que te escuchen hay que hablar bajo. Zaretski no lo había descubierto. Gritaba a todo el mundo.

Zaretski gritaba a los asistentes sociales. Al redactor de un diario de la emigración. A las enfermeras en el hospital. Le gritaba hasta a las cucarachas.

Al final lo dejaron de escuchar. Y no obstante se presentaba en todas las reuniones de emigrantes y gritaba. Gritaba que la democracia occidental estaba amenazada. Que Geraldine Ferraro era una espía soviética. Que la literatura americana no existía. Que en los supermercados vendían carne artificial. Que había que bombardear Harlem y aumentar los subsidios a los emigrantes.

Zaretski era un destructor profesional. El instinto destructivo adquiría en él las proporciones de una pasión artística.

En sus manos se estropeaban al instante los relojes, los magnetófonos, las cámaras de fotos. Quedaban fuera de combate las calculadoras, las máquinas de afeitar, los encendedores.

Zaretski rompió un torniquete de hierro en el metro. Su cuerpo dejó bloqueadas durante largo rato las puertas giratorias del City Hall.

Al encontrarse con un conocido le decía:

—¡Pero ¿qué le pasa buen hombre?! Su mujer se ha echado a perder. Su hijo, dicen, anda en malas compañías. Y usted también tiene mal color de cara. ¡Es hora de que vaya a ver al médico, amigo mío!

Por extraño que parezca, Zaretski infundía respeto y temor…

Por allí llega el disidente retirado Karaváyev. Lleva un paquete marrón. A través del papel se dibujan unas latas de cerveza. El rostro de Karaváyev refleja una mezcla de alarma y entusiasmo.

En la Unión Soviética era un conocido defensor de los derechos humanos. En su lucha contra el régimen demostró un valor fuera de lo común. Cumplió tres condenas en campos de trabajo. Llevó a cabo siete huelgas de hambre. Cuando recobraba la libertad volvía a las andadas.

En su juventud Karaváyev escribió la siguiente fábula. La acción transcurre en un zoo. Junto a la jaula de una pantera se agolpa la gente. Debajo se ve un letrero con el nombre en latín. Y todos los datos del animaclass="underline" dónde habita, de qué se alimenta. En el texto asimismo se señala: "En cautividad se reproduce mal". En aquel instante el autor mantenía una silenciosa pausa y preguntaba:

—¡¿Y nosotros?!

Tras la tercera condena le dejaron irse a Occidente. En los primeros tiempos concedía entrevistas, viajaba dando conferencias, encabezaba algunas fundaciones. Luego el interés hacia él menguó. Llegó el momento de pararse a pensar en cómo ganarse el pan.

Karaváyev no sabía inglés. No tenía estudios. Sus profesiones en los campos —descargador, mozo de cuerda y cortador de pan— en América no se cotizaban.

Karaváyev colaboraba con los periódicos rusos. Escribía sobre un único tema: el futuro de Rusia. Por lo demás, el futuro se le dibujaba con mucha mayor nitidez que el presente. Suele suceder con los profetas.

América decepcionó a Karaváyev. Aquí echaba en falta el poder soviético, el marxismo y los órganos represivos. Karaváyev no tenía contra qué luchar.

Las dolencias contraídas en los campos le daban derecho a una pensión de invalidez. Karaváyev bebía mucho y, lo que es más importante, bebía para quitarse la resaca. Menos mal que en nuestro barrio vendían cerveza las veinticuatro horas del día.

Los taxistas y los hombres de negocios miraba a Karaváyev por encima del hombro…

Allá vemos al volante de un Chevrolet al misterioso activista social Lemkus. En la URSS había sido un animador profesional. Organizaba reuniones de masas. Pronunciaba las salutaciones ceremoniales en las manifestaciones del Primero de mayo. Escribía discursos, cantatas conmemorativas, instrucciones en verso para los aficionados al automovilismo. Se ganaba un sobresueldo como maestro de ceremonias en las bodas. Inventaba números circenses.

—¡Vasia, ¿qué ha pasado?! ¿Por qué estás triste?

—Ante mis ojos un hombre se ha caído en un charco.

—¿Y por eso estás disgustado?

—¡Y quién no! ¡Si el hombre del charco era yo!

Lemkus se tuvo que marchar debido a la persecución política. Y los problemas, a su vez, se debieron a un hecho entre absurdo e infausto.

Sucedió así. Lemkus escribió una cantata dedicada al sexagésimo aniversario de las fuerzas armadas. La cantata se representaba en la Casa de los Oficiales. El texto del narrador lo leía el propio Lemkus.

Tras este se había colocado una orquesta de viento. En la sala se reunían seiscientos representantes del ejército y la flota. La radio local transmitía la cantata a toda la ciudad.

Todo se desarrollaba maravillosamente. Mientras declamaba la cantata Lemkus se colocaba alternativamente la gorra de soldado y la de marinero.

En la parte final de la cantata sonaban las siguientes palabras:

Y nuestro sueño en paz velando,

más fuertes fuisteis que el granito.

¡Por eso nuestro partido amado

os premiará como es debido!

Lemkus lanzó con especial entusiasmo la última frase: "¡Os premiará como es debido!". Y en aquel instante le cayó sobre la cabeza un contrapeso del telón. Es decir, lo que es un saco de lona de doce kilos.

Lemkus perdió el conocimiento. Los espectadores sólo vieron las suelas gastadas de sus zapatos.

A los tres segundos por los pasillos empezaron a correr los milicianos. Otros tres segundos más y la sala estaba acordonada por completo. Reanimaron a Lemkus y lo arrestaron de inmediato.

El mayor de la KGB lo acusó de sabotaje premeditado. El mayor estaba convencido que Lemkus lo había preparado y organizado todo de antemano. Es decir, que había dejado caer alevosamente el saco sobre la cabeza del presentador, para desacreditar así al partido comunista.

—Pero si el presentador era yo —se justificaba Lemkus.

—Con mayor razón —decía el mayor.

En una palabra, Lemkus se convirtió en un proscrito. Le prohibieron dedicarse al trabajo ideológico. Pero Lemkus ni se imaginaba otro tipo de trabajo.

Finalmente se vio obligado a emigrar. Trabajó unos cuatro meses en su especialidad. Organizaba viajes en grupo de emigrantes a las cataratas del Niágara. Hacía de maestro de ceremonias en las bodas judías. Escribía versos, anuncios rimados, felicitaciones y cantatas. Por ejemplo, recuerdo unos versos como estos:

¡La vida entera torturada,

del KGB guardamos todos los castigos!

¡Que nuestra América amada

nos salve de los enemigos!

Pero le pagaban mal. Entretanto le nació un segundo hijo. Fue entonces cuando le presentaron a unos baptistas.

Los baptistas se interesaban por la tercera emigración. Necesitaban una persona de confianza en los ambientes emigrantes. Querían atraer la atención de los refugiados venidos de Rusia.

Los baptistas valoraron en su justa medida las cualidades de Lemkus. Era un buen padre de familia, no fumaba y bebía con moderación.

Así Lemkus se convirtió en un activista religioso. Encabezaba una enigmática emisora transmundial. Dirigía regularmente un programa: "¿Cómo descubrir a Dios?".