Estaba introduciendo en el registro las bombas de gasolina, que llevaba un tiempo sin inspeccionar para comprobar la evaporación, cuando sonó el teléfono. Miré mi reloj, sorprendido por lo tarde que era: casi las once. Corrí escaleras abajo hasta el teléfono y pude oír a mi padre saliendo de su habitación cuando pasé por delante.
—Porterieil 531. —Sonaron unos pitidos.
—Jódete. Frank, tengo ampollas en los pies de tanto andar. ¿Cómo está mi pequeño rufián?
Miré el auricular, después alcé la vista hasta mi padre, que estaba apoyado en la barandilla de la escalera en el piso de arriba remetiéndose la camisa de su pijama en los pantalones. Contesté al teléfono:
—¿Sí.Jamie, qué haces llamándome tan tarde?
—¿Cómo…? Ah, tienes al viejo a tu lado, ¿no? — dijo Eric—. Dile que es una pústula de pus efervescente, de mi parte.
—Jamie te manda recuerdos —le dije en voz alta a mi padre, que se dio la vuelta y regresó a su habitación. Oí cómo se cerraba la puerta. Volví a ponerme al teléfono—. Eric, ¿en dónde estás ahora?
—Ah, mierda, no pienso decírtelo. Adivínalo.
—Bueno. Pues no tengo ni idea… ¿Glasgow?
—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —se desternillaba Eric. Yo apreté el plástico del teléfono con todas mis fuerzas.
—¿Cómo estás? ¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Fenomenal. Dime, ¿cómo estás comiendo? ¿Tienes dinero? ¿Haces auto-stop, o qué? Te están buscando, ya sabes, pero todavía no ha salido nada en las noticias. No habrás… —me contuve antes de decir algo que considerara una alusión directa.
—Estoy bien. ¡Me como perros! ¡Je, je, je!
Yo refunfuñé.
—Oh, vaya, ¿no me digas?
—¿Qué voy a comer si no? Es fabuloso, mi pequeño Frankie; no salgo de los campos y los bosques y camino mucho y hago auto-stop y cuando llego cerca de un pueblo busco un perro rollizo y jugoso y me hago amigo de él y me lo llevo al bosque y después lo mato y me lo como. ¿Hay algo más fácil? Me encanta la vida al aire libre.
—Pero los asas, ¿no?
—Pues claro que los aso, no seas jodido —dijo Eric indignado—. ¿Por quién me tomas?
—¿Y eso es lo único que comes?
—No. También robo cosas. Hurto en las tiendas. Es tan fácil… Robo cosas que no puedo comerme, solo por joder. Cosas como tampones y plástico para forrar armarios de cocina y bolsas de patatas fritas tamaño familiar y cien palillos para cóctel y doce velitas para tartas de cumpleaños de colores variados y marcos de fotografías y fundas para el volante del automóvil de piel falsa y barras para toallas y suavizante para lavadora y ambientadores de doble acción para acabar con esos olores que impregnan la cocina y lindas cajitas para guardar fruslerías y paquetes de cintas de audio y tapones de gasolina bloqueables para el coche y líquido para limpiar discos y agendas de teléfonos revistas para adelgazar agarradores para cazos calientes paquetes de etiquetas con nombres pestañas artificiales cajas de maquillaje mezcla anti-tabaco relojes de juguete…
—¿No te gustan las patatas fritas? —le interrumpí rápidamente.
—¿Cómo? —Sonaba confundido.
—Has mencionado bolsas de patatas fritas tamaño familiar como algo que no te comerías.
—Por el amor de Dios, Frank, ¿acaso consideras las bolsas de patatas fritas tamaño familiar como algo que tú puedes comer?
—¿Y cómo te mantienes? —dije rápidamente—. Me refiero a que debes de estar durmiendo al relente. ¿No irás a coger un resfriado o algo así?
—No duermo.
—¿Cómo que no duermes?
—Por supuesto que no. Uno no necesita dormir. Eso es simplemente un rollo que te cuentan para mantenerte controlado. Nadie necesita dormir; te enseñan a dormir cuando eres un niño. Si tienes suficiente fuerza de voluntad puedes superarlo. Yo he superado la necesidad de dormir. Ahora nunca duermo. Así resulta mucho más fácil mantenerte alerta y estar seguro de que nadie te va a saltar encima, y también puedes seguir avanzando. No hay nada como seguir avanzando. Te conviertes en una cabra.
—¿En una cabra? —Ahora sí que estaba confundido.
—Deja de repetir lo que digo, Frank —le oí poner más monedas en el teléfono público—. Ya te enseñaré a no dormir cuando vuelva.
—Gracias. ¿Cuándo crees que llegarás?
—Tarde o temprano. ¡Ja, ja, ja, ja!
—Oye, Eric, ¿por qué estás comiéndote perros si puedes robar todas esas cosas?
—Ya te lo he dicho, imbécil; esas cosas no se pueden comer.
—Pero entonces, ¿por qué no robas cosas que puedas comer en lugar de robar cosas que no puedes comer y dejas en paz a los perros? —le sugerí. Ya sabía yo que no era una buena idea; podía oír el tono de mi voz elevándose cada vez más a medida que iba pronunciando la frase, y aquello siempre era una señal de que me estaba metiendo en alguna clase de lío verbal.
Eric se puso a gritar:
—¿Estás loco? ¿Qué pasa contigo? ¿Qué estás insinuando? Son perros, ¿no? Como si fuera por ahí matando gatos o ratoncillos o pececitos de colores o cosas así… ¡Estoy hablando de perros, majadero! ¡De perros!
—No tienes por qué gritarme —le dije en tono moderado, a pesar de que estaba empezando a enfadarme—. Solo te preguntaba por qué malgastas tiempo robando cosas que no te puedes comer y después malgastas aún más tiempo robando perros cuando podrías robar y comer al mismo tiempo, según parece.
—¿«Según parece»? ¿«Según parece»? ¿Qué coño estás farfullando? —gritó Eric, con su voz estrangulada, como chillona y de contralto.
—Venga, no empieces a gritar —le dije en tono de queja, llevándome la otra mano a la frente, pasándomela por el pelo y cerrando los ojos.
—¡Gritaré todo lo que quiera! —gritó Eric—. ¿Por qué crees que estoy haciendo todo esto? ¿Eh? ¿Por qué coño crees que estoy haciendo todo esto? ¡Se trata de perros, pequeño descerebrado de mierda! ¿Es que no te queda cerebro? ¿Qué ha pasado con el cerebro que te quedaba, pequeño Frankie? ¿El gato se te comió la lengua? ¡Te he preguntado que si el gato se te comió la lengua!
—No empieces a aporrear el… —dije, aunque en realidad ya me había apartado el teléfono de la cara.
—¡Eeeeeeaaarrrggghhh Bllleeeaarrrgggrrllleeeooouurrgghh! —Eric escupió y se atragantó a través de la línea telefónica y a continuación siguió el ruido que hacían los golpes del auricular contra las paredes de la cabina. Suspiré y volví a colocar el auricular en su sitio con la máxima delicadeza. Al parecer me resultaba imposible tratar a Eric por teléfono.
Volví a mi cuarto e intenté olvidar lo de mi hermano; quería irme pronto a la cama para poder levantarme a tiempo para la ceremonia de bautizo del nuevo tirachinas. Ya pensaría en otra manera mejor de tratar a Eric cuando me quitara eso de encima.
…Como una cabra; ni que lo digas. Vaya lunático.
4. EL CÍRCULO DE LA BOMBA
A menudo he pensado en mí mismo como un estado; un país o, como mínimo, una ciudad. Solía parecerme que los diferentes modos en que consideraba las ideas, las decisiones que debía tomar, etcétera, eran como los diferentes estados de ánimo políticos por los que pasan los países. Siempre me ha parecido que la gente vota el cambio por un nuevo gobierno no porque estén de acuerdo con sus ideas políticas, sino porque simplemente desean un cambio. Creen de algún modo que las cosas irán mejor con la nueva remesa de políticos. Bueno, la gente es tonta, pero todo parece tener que ver más con el humor, el capricho y el ambiente que se respira que con una decisión sopesada cuidadosamente. Yo puedo sentir lo mismo en mi cabeza. A veces los pensamientos y las sensaciones que he tenido no concuerdan verdaderamente entre ellos, así que decidí que debía de haber gente diferente en mi cerebro.