Y en este mismo lugar donde nos sentamos y nos tendemos y dormimos y observamos en este cálido día de verano, caerá la nieve dentro de medio año. El hielo y la escarcha, la helada y el relente, el aullante vendaval que nace en Siberia, toma fuerza en Escandinavia y barre el mar del Norte y las aguas más grises de este mundo y el aire de los cielos más pardos posarán sus frías y seguras manos sobre este lugar para hacerlo suyo durante un tiempo.
Sentado allí, pensando en mi propia vida, en mis tres muertes, me dan ganas de reír o de llorar, o de ambas cosas. En cierto modo ahora son cuatro muertes después de que la verdad de mi padre haya matado lo que yo era.
Pero sigo siendo yo; soy la misma persona, con los mismos recuerdos y las mismas acciones, los mismos (pequeños) logros, los mismos (estremecedores) asesinatos a mi nombre.
¿Por qué? ¿Cómo pude llegar a hacer esas cosas?
Quizá fue porque pensé que había sido privado de lo único que importaba en este mundo, de la única razón, y los medios, para nuestra continuidad como especie antes incluso de que llegara a conocer su valor. Quizá cada asesinato fue una venganza en la que cobraba celosamente, a través del único poder que tenía a mi alcance, un tributo a cualquiera que se acercara a mí; a mis iguales, que habrían crecido hasta llegar a convertirse en aquello que precisamente yo jamás llegaría a ser: un adulto.
Al carecer de algo parecido a un deseo vital, me fabriqué otro; lamerme mi propia herida. Los eliminé de este mundo para tomarme la revancha, en mi airada inocencia, por la emasculación de la que entonces no era consciente pero que, en cierto modo, a través de las actitudes de los otros, percibía como una privación injusta e irrecuperable. Al no tener finalidad en la vida ni en la procreación invertí todo mi talento en ese siniestro opuesto, encontrando así un negativo y una negación de la fecundidad de la que solo los demás podían hacer gala. Creo que decidí que si nunca podría llegar a ser un hombre, yo, el no-hombre, sobrepasaría en hombría a quienes me rodeaban, convirtiéndome así en el asesino, en una imagen a escala reducida del despiadado soldado-héroe que aparecía ensalzado en casi todo lo que había visto o leído. Encontraría o fabricaría mis propias armas y mis víctimas serían aquellas que fueran un producto reciente de ese preciso acto para el cual yo estaba incapacitado; mis iguales, que aunque tenían el potencial para engendrar, eran en ese momento tan incapaces como yo de realizar el acto requerido. Y después hablan de envidia del pene.
Ahora parece que todo eso ha sido para nada. Aquella venganza no era necesaria, era solo una mentira, un truco que debía haber salido a la luz, un disfraz que hasta yo debía de haber descubierto desde mi interior, pero que en el fondo no quería descubrir. Estaba orgulloso; eunuco pero único; una presencia aguerrida y noble en mis tierras, un guerrero tullido, un príncipe caído…
Ahora me doy cuenta de que el único engañado fui yo.
Al creer en mi enorme herida, en aquella mutilación literal de la sociedad de tierra firme, me parece que llegué a tomarme la vida demasiado en serio y, por la misma razón, la vida de los demás demasiado a la ligera. Los asesinatos eran mi única concepción; mi sexo. La Fábrica era mi intento de construir una vida, de reemplazar esa implicación que, por otra parte, no deseaba.
Bueno, siempre resulta más fácil triunfar en la muerte.
Dentro de esta maquinaria mucho más grande las cosas no resultan tan claras como se me han aparecido en mi experiencia. Cada uno de nosotros, en nuestra Fábrica personal, puede creer que ha caído rodando por un pasillo, y que nuestro destino está escrito y sellado (sueño o pesadilla, vulgar o exótico, bueno o malo), pero una palabra, una mirada, un desliz… cualquier cosa puede cambiarlo completamente y nuestro pasillo de mármol se convierte en una alcantarilla, o nuestra ratonera en un puente de plata. Nuestro destino sigue siendo al final el mismo, pero nuestro viaje, en parte escogido, en parte determinado, es diferente para cada uno de nosotros y sigue cambiando mientras vivimos y crecemos. Yo pensé que hace años se cerró una puerta detrás de mí, pero de hecho yo estaba caminando por la esfera. Ahora es cuando la puerta se ha cerrado y comienza mi viaje.
Vuelvo a bajar la vista hasta Eric y sonrío, asiento con la cabeza para mis adentros mientras las olas rompen y el viento mueve la hierba y rocía agua del mar y unos pájaros cantan. Supongo que tendré que contarle todo lo que me ha pasado.
Pobre Eric, volver a su casa para ver a su hermano y acabar enterándose (¡Zap! ¡Bum! ¡Presas explotan! ¡Bombas estallan! ¡Avispas se fríen: tssssl) de que tiene una hermana.