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– Me temo que no tardará en averiguar que…

– No se preocupe por Petrescu -la interrumpió Fenston-. Pensaba sustituirla, pero lo que no puedo suplantar es mi Monet.

Tina quedó tan azorada que enmudeció y estuvo en un tris de decirle lo equivocado que estaba, pero repentinamente se percató de que podría convertir la estupidez de Fenston en algo ventajoso para Anna.

– ¿Eso significa que también hemos perdido el Van Gogh?

– No -respondió Fenston-. Ruth Parish ya ha confirmado que el cuadro ha salido de Londres. Debería llegar esta misma noche al aeropuerto Kennedy y Leapman irá a recogerlo. -Tina se desplomó en la silla y sus expectativas se redujeron-. Quiero que mañana se presente a las seis.

– ¿A las seis de la mañana?

– Exactamente -confirmó Fenston-. No se queje. Al fin y al cabo, hoy ha tenido el día libre.

– ¿Dónde quiere que me presente? -inquirió Tina y ni siquiera se tomó la molestia de discutir.

– He alquilado despachos en el piso treinta y dos del edificio Trump, en el cuarenta de Wall Street, por lo que nosotros trabajaremos como de costumbre -replicó y colgó.

– Te ha dado por muerta, pero lo que más le preocupa es haber perdido el Monet -explicó Tina al tiempo que cerraba el móvil.

– Vaya, no tardará en averiguar que estoy viva.

– Solo en el caso de que quieras que se entere. ¿Alguien te ha visto desde que saliste de la torre?

– Si me han visto es con este aspecto.

– Entonces no diremos nada mientras decidimos qué es lo que hay que hacer. Fenston ha dicho que el Van Gogh está de camino a Nueva York y que Leapman lo recogerá en cuanto aterrice.

– En ese caso, ¿qué podemos hacer?

– Podría tratar de entretener a Leapman mientras tú recoges el cuadro.

– ¿Y qué haría yo con el cuadro? -preguntó Anna-. Si me lo quedara, es indudable que Fenston se ocuparía de buscarme.

– Podrías embarcar en el primer avión a Londres y devolver el autorretrato a Wentworth Hall.

– No puedo hacerlo sin autorización de Victoria.

– Por Dios bendito, Anna, ¿cuándo madurarás? Tienes que dejar de pensar como una directora de escuela e imaginar qué haría Fenston si estuviera en tu piel.

– Se ocuparía de averiguar a qué hora llega el avión -replicó Anna-. Por consiguiente, lo primero que tengo que hacer…

– Lo primero que tienes que hacer es ducharte y, mientras tanto, yo averiguaré a qué hora llega el avión y qué trama Leapman -declaró Tina al tiempo que se ponía de pie-. Hay algo de lo que estoy absolutamente segura: con ese aspecto en el aeropuerto no te dejarán recoger nada.

Anna terminó el café y siguió a Tina por el pasillo. La muchacha abrió la puerta del cuarto de baño y miró atentamente a su amiga.

– Te veré dentro de… -Tina lo pensó-. Te veré dentro de una hora.

Anna rió por primera vez en el día.

Anna se quitó lentamente la ropa y la amontonó en el suelo. Se miró en el espejo y contempló la imagen de alguien a quien no conocía. Se quitó la cadena de plata que llevaba colgada del cuello y la depositó a un lado de la bañera junto a la maqueta de un yate. Por último se quitó el reloj. Se había parado a las 8.46. Unos segundos más tarde habría estado en el ascensor.

Se metió en la ducha y comenzó a evaluar el audaz plan de Tina. Abrió ambos grifos y dejó que el agua se deslizase sobre su cuerpo antes de pensar en enjabonarse. Vio que el agua pasaba de negra a gris y, por mucho que frotó, siguió siendo cenicienta. Se restregó hasta que la piel le quedó enrojecida e irritada y entonces prestó atención al bote de champú. Solo abandonó la ducha después de lavarse tres veces la cabeza y supo que pasarían varios días antes de que los demás viesen que era rubia natural. Ni se molestó en secarse; se agachó, tapó la bañera y abrió los grifos. Mientras se daba un baño repasó todo lo que había sucedido durante la jornada.

Pensó en los numerosos amigos y compañeros que sin duda había perdido y se percató de lo afortunada que era por estar viva. Comprendió que el duelo tendría que esperar si quería que existiese una posibilidad, por remota que fuera, de salvar a Victoria de una muerte incluso más lenta.

La llamada de Tina a la puerta interrumpió sus pensamientos. La muchacha entró y se sentó en el borde de la bañera.

– Has mejorado mucho -comentó sonriente al ver a Anna recién bañada.

– He reflexionado sobre tu idea y si pudiera…

– Cambio de planes -precisó Tina-. El organismo federal de aviación acaba de anunciar que todos los aviones de Estados Unidos permanecerán en tierra hasta nuevo aviso y que no se permitirá el aterrizaje de vuelos procedentes del exterior, por lo que supongo que el Van Gogh va de regreso a Heathrow.

– En ese caso, debo llamar ahora mismo a Victoria y decirle que dé instrucciones a Ruth Parish para que traslade el cuadro a Wentworth Hall.

– Estoy totalmente de acuerdo -coincidió Tina-, pero acabo de darme cuenta de que Fenston ha perdido algo más importante que el Monet.

– ¿Acaso para él existe algo más importante que el Monet?

– Sí, su contrato con Victoria y los demás documentos que demuestran que es el dueño del Van Gogh, así como del resto de los bienes Wentworth en el caso de que Victoria no salde la deuda.

– ¿No hiciste archivos de seguridad?

Tina titubeó y finalmente replicó:

– Sí. Están en la caja fuerte del despacho de Fenston.

– No olvides que Victoria también tiene en su poder los documentos pertinentes.

Tina hizo otra pausa.

– Pero dejará de tenerlos si está dispuesta a destruirlos.

– Victoria jamás accederá a hacer semejante cosa -aseguró Anna.

– ¿Por qué no llamas y se lo preguntas? Si fuera capaz de destruirlos, dispondrías de tiempo más que suficiente para vender el Van Gogh y saldar la deuda con Fenston antes de que pueda tomar medidas.

– Solo hay un problema.

– ¿Cuál? -inquirió Tina.

– No tengo su número de teléfono. Su expediente está en mi despacho y lo he perdido todo, incluidos el móvil, la mini-agenda ordenador y hasta el billetero.

– Estoy segura de que lo averiguaremos en el servicio de información telefónica -insistió Tina-. ¿Por qué no te secas y te pones el albornoz? Dentro de un rato buscaremos ropa que te vaya.

– Gracias -dijo Anna y la cogió de la mano.

– Puede que no estés tan agradecida cuando descubras lo que hay para comer. Recuerda que no esperaba invitados, así que tendrás que apañarte con restos de comida china.

– Me parece fantástico -aseguró Anna mientras salía de la bañera, cogía una toalla y se envolvía en ella.

– Te veré dentro de un par de minutos, ya que entonces el microondas habrá terminado de preparar mi exquisita propuesta gastronómica.

La muchacha se volvió para salir.

– Tina, ¿puedo hacerte una pregunta?

– Lo que quieras.

– ¿Por qué sigues trabajando para Fenston, ya que es evidente que lo detestas tanto como yo?

Tina lo pensó y finalmente respondió:

– Pregúntame lo que quieras menos eso.

Salió y cerró la puerta sin hacer ruido.

14

Ruth Parish cogió el teléfono y oyó una voz conocida que transmitió un mensaje insólito:

– Hola, Ruth. Soy Ken Lane, de United, y llamo para avisar que nuestro vuelo 107, con destino a Nueva York, ha recibido la orden de regresar. Está previsto que aterrice en Heathrow dentro de una hora.

– ¿Por qué? -quiso saber Ruth.

– Por el momento los detalles son imprecisos, pero los informes procedentes del aeropuerto Kennedy apuntan a que se ha producido un ataque terrorista contra las Torres Gemelas. Los aeropuertos estadounidenses han recibido órdenes de mantener los aviones en tierra y hasta nuevo aviso no permitirán la llegada de vuelos -explicó Ken.