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—¿No te encuentras bien, Onyos? —le preguntó el doctor Lawler.

—Tú tampoco te sentirás bien cuando oigas lo que tengo que decirte. Vayamos abajo.

De su compartimento del castillo de proa, Felk sacó un globo verdoso: una carta de navegación, aunque no igual de elaborada que el trabajo de relojería que pertenecía a Delagard. A aquél había que darle cuerda con una pequeña llave de madera, y la posición de las islas tenía que ser reajustada a mano cada vez que se lo ponía en funcionamiento. Era algo que hacía reír, si se la comparaba con el espectacular aparato de Delagard. Después de pasar unos minutos ajustándola, Felk se la tendió a Lawler y dijo:

—Muy bien, mira con atención. Ésta es Sorve, aquí. Ésta es Grayvard, al otro lado en dirección noroeste. Y ésta es la ruta que hemos estado siguiendo.

La escritura de la carta era apretada, estaba desteñida y resultaba difícil de leer. Las islas estaban tan juntas una a otra que a Lawler no le resultaba fácil sacar conclusiones claras de lo que veía, ni siquiera cuando conseguía leer los nombres; pero siguió la línea que marcaba el dedo de Felk en dirección oeste alrededor del globo, y cuando el cartógrafo volvió a trazarla, Lawler comenzó a traducir los símbolos de la carta y comprendió la ruta del viaje.

—Aquí es donde estábamos cuando la red se apoderó de Struvin. Aquí es donde vimos a los gillies que construían la isla. Ahora bien, éste es el punto por el que entramos al mar Amarillo, y aquí es donde estábamos cuando nos atacaron por primera vez los peces espolón. Nos encontramos con la ola de marea más grande en esta zona, y nos desvió ligeramente de la ruta, de esta manera. ¿Me sigues, doctor?

—Continúa.

—Aquí tenemos el mar Verde. Justo después de él es donde crecían los corales. Aquí es donde pasamos de largo por aquellas dos islas, la de los gillies y la que Delagard dijo que era Thetopal. Aquí es donde nos encontramos con la tormenta que dispersó la flota. Los peces bruja se estaban apareando en esta zona. Aquí es donde perdimos el Sol Dorado. —el dedo corto y grueso de Felk estaba ya muy al otro lado del pequeño globo—. ¿Estás comenzando a notar algo un poco extraño?

—Vuelve a mostrarme dónde está Grayvard.

—Aquí arriba. Al noroeste de Sorve.

—¿Estoy interpretando mal las cosas, o, por alguna razón que tenga que ver con las corrientes, estamos navegando directamente hacia el oeste a lo largo del ecuador en lugar de en una línea diagonal hacia el noroeste en dirección a Grayvard?

—No estamos navegando directamente hacia el oeste —dijo Felk.

Lawler frunció el entrecejo.

—¿No?

—Esta carta es muy pequeña, y es difícil ver las líneas de las latitudes a menos que uno esté habituado a ello. De hecho, no estamos navegando directamente hacia el oeste; en realidad, estamos virando hacia el suroeste.

—¿Alejándonos de Grayvard?

—Alejándonos, sí.

—¿Estás absolutamente seguro de eso?

Una expresión de furia apenas reprimida apareció durante un instante, pero sólo un instante, en los oscuros ojillos de Felk. Con una voz tensamente controlada, dijo:

—Demos por sentado, por el bien de la conversación, que yo sé cómo leer una carta, ¿de acuerdo, doctor? Y cuando me levanto por la mañana y miro el sitio por el que está saliendo el sol, puedo recordar por dónde salió el día antes, y el día anterior a ése, y por dónde asomó hace una semana, y a partir de eso puedo formarme al menos una idea aproximada de si estamos navegando en dirección noroeste o suroeste, ¿de acuerdo?

—¿Y hemos estado navegando hacia el suroeste durante todo este tiempo?

—No. Comenzamos con un rumbo noroeste, el correcto. En alguna parte de los alrededores del mar de coral volvimos a entrar en aguas tropicales y comenzamos a dirigirnos hacia el oeste, exactamente a lo largo del ecuador, desviándonos cada vez más de la ruta día tras día. Yo sabía que algo iba mal, pero no me di cuenta de qué tan mal iba hasta que pasamos cerca de aquellas islas. Porque aquello no era en absoluto Thetopal. No sólo da la casualidad de que Thetopal está ahora mismo en aguas de alta temperatura, más al norte en la ruta hacia Grayvard, sino que además es una isla redonda. Aquélla era curva, ¿lo recuerdas? De hecho, la isla por la que pasamos era en realidad Hygala. Aquí abajo la tienes.

—Prácticamente en el ecuador.

—Exacto. Hubiéramos estado a mucha distancia al norte de Hygala si navegáramos por la ruta que lleva a Grayvard. Pero en realidad estaba al norte de nosotros, y cuando Delagard recalculó nuestra posición después de que la tormenta dispersara la flota, nos hizo virar en una ruta que se dirigía directamente hacia el sur. Ahora nos hallamos un poco por debajo del ecuador. Puedes verlo por la posición de la Cruz, si es que sabes algo acerca del cielo nocturno. Supongo que quizá no te has fijado; pero al menos durante la última semana hemos estado viajando con una desviación de noventa grados de nuestro curso correcto. ¿Quieres ver adonde nos dirigimos ahora? ¿O lo has calculado ya por ti mismo?

—Dímelo.

Felk hizo girar la carta.

—Éste es el sitio hacia el que navegamos actualmente. No ves ninguna isla aquí, ¿verdad?

—¿Nos dirigimos hacia el mar Vacío?

—Ya estamos en él. Las islas se han dispersado desde que comenzamos el viaje. Sólo hemos pasado por dos, dos y media en todo el viaje, y desde Hygala no hemos visto más. Ahora ya no habrá ninguna otra. El mar Vacío está vacío porque las corrientes no traen ninguna isla en esta dirección.

»Si estuviéramos en la ruta hacia Grayvard, estaríamos al otro lado, al norte del ecuador, y habríamos pasado cerca de cuatro islas a estas alturas. Barinan, Sivalak, Muri y Thetopal. Una, dos, tres y cuatro. Mientras que aquí abajo no hay nada en absoluto una vez que se deja atrás Hygala.

Lawler contempló el cuadrante de la carta que Felk había vuelto hacia él. Vio la luna creciente que representaba Hygala; al oeste y al sur de ésta no había nada, y luego, muy lejos al otro extremo del pequeño globo, la mancha oscura que era la Faz de las Aguas.

—¿Crees que Delagard cometió un error al calcular el rumbo?

—Eso es lo último que pensaría. Los Delagard han estado dirigiendo barcos en este planeta desde los tiempos de la colonia penal. Tú lo sabes. Es tan probable que él nos dirija hacia el suroeste cuando quiere hacerlo hacia el noroeste, como lo sería que tú comenzaras a escribir mal «Lawler» cuando firmas.

Lawler se llevó los pulgares a las sienes, los mantuvo allí y apretó con fuerza.

—Pero ¿por qué iba Nid a querer llevarnos al mar Vacío, por el amor de Dios?

—Pensé que podrías querer preguntarle eso.

—¿Yo?

—Parece que a ti te tuviera un cierto respeto —dijo Felk—. Puede que consigas que te dé una respuesta sincera. Aunque también puede que no lo haga. Pero es seguro que no va a decirme nada a mí, ¿verdad? ¿Tú qué crees, doctor?

Kinverson estaba ocupado en ordenar sus anzuelos y aparejos de pesca, preparándose para la pesca diaria, cuando lo encontró, un poco más tarde aquella misma mañana. Levantó la mirada perezosamente y lo miró con la absoluta indiferencia que Lawler hubiera podido esperar de una isla, de un hacha, de un gillie. Luego volvió a dedicar su atención a lo que tenía entre manos.

—Pues sí, estamos fuera de curso. Ya lo sabía. ¿Y a mí qué me importa, doctor?

—¿Lo sabías?

—Estas aguas no me parecen septentrionales a mí.

—¿Sabías durante todo el tiempo que nos estábamos dirigiendo hacia el mar Vacío? ¿Y no le dijiste nada a nadie?

—Sabía que nos hemos desviado del curso, pero no que nos dirijamos necesariamente hacia el mar Vacío.