Выбрать главу

—¿Eres ahora un navegante, doctor?

—Soy parte interesada. Todos lo somos. También se trata de mi vida. ¿Qué está ocurriendo, Martín? ¿O Delagard te tiene tan metido en el bolsillo que no vas a decírmelo?

—Pareces terriblemente exaltado —replicó Yáñez—. Nos hemos desviado hacia el sur. ¿Qué tiene de malo?

—¿Por qué lo hemos hecho?

—Eso deberás preguntárselo a Delagard.

—¿Lo has hecho tú?

—Yo no necesito hacerlo. Me limito a seguir el rumbo que él marca. Si él gira hacia el sur, yo también giro hacia el sur.

—Bamber ha dicho más o menos lo mismo. ¿Es que sois tan marionetas suyas que permitís que tire de vuestros hilos cuando y como quiera? Jesús, Martín, ¿por qué ya no nos dirigimos hacia Grayvard?

—Ya te he dicho que se lo preguntes a Delagard.

—Es lo que pienso hacer. Pero primero quería saber qué pensaban el resto de los capitanes acerca de navegar hacia el mar Vacío.

—¿Es eso lo que estamos haciendo? —preguntó la voz de Yáñez con más calma que nunca—. Yo pensaba que simplemente estábamos efectuando un rodeo por el sur a causa de alguna razón que Delagard no había mencionado. Hasta donde yo sé, Grayvard continúa siendo nuestro punto de destino.

—¿Lo dices realmente en serio?

—Si dijera que sí, ¿me creerías?

—Me gustaría poder hacerlo.

—Es la verdad, doctor. Por mi hermano, te juro ante Dios que es la verdad. Delagard no ha dicho ni una palabra acerca de este cambio de rumbo, y yo no le he hecho pregunta alguna, y tampoco lo han hecho Bamber ni Poilin. Doy por supuesto que las hermanas ni se han dado cuenta de que nos hemos desviado de rumbo.

—¿Entonces has hablado de ello con Cadrell y con Stayvol?

—Claro.

—Stayvol es muy amigo de Delagard. No confío en él. ¿Qué ha dicho al respecto?

—Está tan perplejo como el resto de nosotros.

—¿Crees que realmente lo está?

—Sí. ¿Pero hay alguna diferencia en ello? Nosotros seguimos a Delagard. Y si quieres saber qué está pasando, pregúntaselo a él; y, si te lo dice, cuéntamelo, doctor.

—Te lo prometo.

—¿Quieres llamar ahora a Stayvol? —preguntó Dag Tharp, luego de cortar.

—No, creo que por el momento lo dejaré fuera de esto.

Tharp se tiró de la papada.

—Bendita mierda —dijo—. Bendita mierda, bendita mierda. ¿Crees que se trata de una conspiración? ¿Que todos los capitanes están en el secreto y no nos lo dicen?

—Le creo a Martín Yáñez. Sea lo que sea lo que está ocurriendo, puede que Delagard se lo haya contado a Stayvol, pero muy probablemente no a los otros dos.

—¿Y Damis Sawtelle?

—¿Qué pasa con él?

—Supon que, cuando advirtió la desviación de ruta, llamó por radio a Delagard para preguntarle qué ocurría, y Delagard le dijo que no era un jodido asunto suyo. Damis se enfurecería tanto que quizá habría hecho girar su barco en redondo en medio de la noche y se largó a toda vela en dirección a Grayvard por su cuenta. Damis tiene un temperamento bastante exaltado, ¿sabes? Así que quizá ahora está allí, a mil kilómetros al norte de nosotros, y cuando enviamos llamadas de búsqueda, él se limitó a no hacer caso de ellas porque ha desertado de la flota.

—Es una bonita teoría, pero… ¿sabe Delagard manejar este equipo de radio?

—No —respondió Tharp—. Al menos que yo sepa.

—Entonces, ¿cómo pudo haber hablado Damis con él a menos que tú hubieras cogido la llamada?

—En eso tienes razón.

—Sawtelle no se largó por su cuenta. Eso puedo apostarlo, Dag. El Sol Dorado está en el fondo del mar, con Damis Sawtelle y todos los demás que viajaban a bordo. Algo que vive en este océano vino por la noche y los hundió rápida y silenciosamente… algo muy astuto y lleno de recursos; y si tenemos buena suerte, no averiguaremos jamás qué fue. En este momento no tiene sentido pensar en el Sol Dorado. Lo que necesitamos saber es por qué nos estamos dirigiendo hacia el sur en lugar de hacia el norte.

—¿Vas a hablar con Delagard, doctor?

—Creo que debería hacerlo —respondió Lawler.

8

Delagard acababa de terminar su turno. Parecía cansado. Tenía los hombros caídos hacia adelante y la cabeza inclinada por la fatiga sobre su grueso cuello. Cuando comenzaba a descender por la escotilla que conducía a los camarotes, Lawler lo llamó para que esperara.

—¿Qué ocurre, doctor?

—¿Podemos hablar?

Los párpados de Delagard cayeron durante un momento.

—¿En este preciso momento?

—Sí.

—De acuerdo. Vamos, baja conmigo.

El camarote de Delagard, más del doble de tamaño que el de Lawler, estaba cubierto de ropa sucia, botellas de brandy vacías, piezas de aparejos de barco e incluso algunos libros. Los libros eran tan raros en Hydros, que a Lawler le asombró que estuvieran desparramados tan descuidadamente.

—¿Quieres una copa? —preguntó Delagard.

—Todavía no. Adelante, sírvete tú —Lawler dudó durante un instante—. Ha surgido un pequeño problema, Nid. Parece que nos hemos desviado de rumbo.

—¿Ah, sí? —Delagard no parecía sorprendido.

—Parece que estamos en el lado equivocado del ecuador. Nos dirigimos hacia el sureste en lugar de hacia el noreste. Es una variación bastante considerable de lo planeado.

—¿Tanto nos hemos desviado del rumbo? —preguntó Delagard. Era un asombro burlón y grosero—. ¿Vamos en la dirección completamente opuesta? —jugó con el vaso de brandy, se frotó la clavícula derecha como si le doliera y reorganizó el intrincado desorden que había sobre la mesa que tenía delante—. Si eso es verdad, se trata de un terrible error de navegación. Alguien debió de deslizarse en la bitácora y haber puesto la brújula completamente del revés con la intención de engañarnos. ¿Estás seguro de todo lo que dices, doctor?

—No hagas el gilipollas conmigo. Ya es demasiado tarde para ello. ¿Qué te traes entre manos, Nid?

—Tú no sabes una mierda de navegación en mar abierto. ¿Cómo puedes saber en qué dirección vamos?

—He consultado a algunos expertos.

—¿A Onyos Felk? ¿A ese viejo tonto?

—Sí, hablé con él, entre otros. Estoy de acuerdo en que Onyos no siempre es del todo fiable. Pero los demás sí que lo son.

Delagard le dirigió a Lawler una mirada asesina, con los ojos entrecerrados y las mandíbulas apretadas. Luego se calmó; bebió nuevamente hasta vaciar el vaso y se sumió en un silencio contemplativo.

—De acuerdo —dijo finalmente Delagard—. Ahora es cuando tengo que decírtelo todo. Da la casualidad de que Felk tiene razón, por una vez. No nos dirigimos hacia Grayvard.

La despreocupada seguridad en sí mismo impresionó a Lawler como una brusca sacudida.

—Jesucristo, Nid. ¿Por qué?

—Grayvard no nos quiere. Nunca nos ha querido. Nos respondieron con la misma historia de mierda que las otras islas, que tenían quizá sitio para una docena de refugiados como máximo, y de ninguna manera para la totalidad de nosotros. Tiré de todas las cuerdas que pude, pero mantuvieron esa postura. Estábamos con el culo al aire y sin ningún sitio al que ir.

—¿Así que estuviste mintiéndonos desde el principio mismo del viaje? ¿Estuviste planeando durante todo el tiempo llevarnos al mar Vacío? ¿Nos has traído aquí, de entre todos los sitios a los que podíamos ir? —Lawler meneó la cabeza con asombro—. ¡Realmente tienes unos cojones increíbles, Nid!

—No le mentí a todos. A Gospo Struvin le dije la verdad, y también al padre Quillan.

—Supongo que puedo comprender que se lo dijeras a Gospo. El era tu mejor capitán. Pero ¿a qué viene lo del padre Quillan?