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Por primera vez durante aquella discusión, Lawler sintió un destello de interés.

—La galaxia está llena de seres que no son humanos, pero sus matemáticas no son mucho mejores que las nuestras, ¿verdad? ¿Dónde encajan ellos en el esquema?

—Definamos como humanos a todos los seres que están sujetos a las limitaciones del teorema de Godel, independientemente de su especie; y como dioses a todos los seres que son capaces de funcionar en el ultraterritorio de la lógica godeliana, ¿de acuerdo?

Lawler asintió.

—Continúe.

—Ahora permítame exponerle el concepto que llegó hasta mí esta mañana, cuando estaba sentado ahí arriba pensando en la Faz de las Aguas. Admito que se trata de la más negra de las herejías, pero he sido hereje antes y he sobrevivido; aunque no tan hereje como ahora —Quillan volvió a sonreír beatíficamente—. Digamos que los dioses mismos tienen que alcanzar en algún momento un límite godeliano, un lugar en el que su propio poder de razonamiento, es decir, su poder de creación y recreación, se estrella contra algún tipo de barrera. Al igual que nosotros (pero en un plano cualitativo diferente) llegan finalmente a un punto que no pueden trasponer.

—El límite último del Universo —dijo Lawler.

—No. Sólo el límite último de ellos. Muy bien podría ocurrir que hubiera dioses mayores más allá de esos límites. Los dioses de los que estamos hablando se hallan encapsulados, de la misma forma que lo estamos los mortales, pero en una realidad más grande, que ha sido definida por diferentes matemáticos y a la que no pueden acceder. Se vuelven hacia lo alto, a la realidad siguiente y al siguiente nivel de dioses. Y esos dioses, es decir, los habitantes de esa realidad mayor, tienen también a su alrededor una pared godeliana, con dioses aún mayores al otro lado. Y así continúa indefinidamente la cosa.

Lawler sintió vértigo.

—¿Hasta el infinito?

—Sí.

—Pero ¿no define usted a un dios como algo infinito? ¿Cómo puede una cosa infinita ser más pequeña que el infinito?

—Un conjunto infinito puede estar contenido en un conjunto infinito. Un conjunto infinito puede contener una infinidad de conjuntos infinitos.

—Si usted lo dice… —respondió Lawler, un poco inquieto—. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la Faz?

—Si la Faz es un auténtico paraíso, virgen e inexplorado, un dominio del Espíritu Santo, podría entonces muy bien estar ocupado por entidades superiores, seres de gran pureza y poder. Lo que los miembros de la Iglesia llamamos una vez ángeles…, o dioses, como podrían decir las creencias más antiguas que la nuestra.

Ten paciencia, pensó Lawler. Este hombre se toma en serio todo lo que dice.

—Y esos seres superiores —dijo Lawler en voz alta—, ángeles, dioses o cualquiera sea el término que escojamos, son las deidades locales postgodelianas. ¿Lo he comprendido bien? Dioses, para nosotros. Dioses también para los gillies, dado que la Faz parece ser un lugar sagrado para ellos. Pero no para el mismo Dios, el Dios todopoderoso, el Dios de usted, el Dios al que rinde culto su Iglesia, el creador primigenio de los gillies, de nosotros y todo lo que hay en el Universo. No va a encontrarlo por aquí, al menos no con demasiada frecuencia. Ese Dios de usted está mucho más arriba en la escala de las cosas. No vive en ningún planeta en particular. Está en alguna parte por ahí arriba, en un territorio más alto, un universo mayor, mirando hacia abajo, comprobando de vez en cuando cómo van las cosas por aquí.

—Exactamente.

—Pero ¿ni siquiera él está en lo más alto de la cima?

—No hay ninguna cima —respondió Quillan—. Sólo hay una escalera interminable de deidades que va desde los apenas superiores a los mortales hasta los absolutamente insondables. No sé en qué nivel de la escalera están colocados los habitantes de la Faz, pero muy probablemente estarán en un punto más alto que el que ocupamos nosotros. Dios todopoderoso es la totalidad de esa escalera. Porque Dios es infinito, no puede haber un solo nivel en la deidad, sino una cadena que asciende eternamente. No existe Lo Más Alto, sino simplemente Más Alto y Más Alto, y todavía Más Alto, ad infinitum. La Faz es algún nivel intermedio de esa cadena.

—Ya veo —dijo Lawler con incertidumbre.

—Y al meditar sobre estas cosas, uno puede comenzar a percibir las infinidades superiores, aunque por definición nunca podamos llegar a percibir la Más Alta de todas, pues para hacerlo tendríamos que ser más grandes que la más grande de las infinidades.

Quillan levantó la vista al cielo y abrió los brazos, con un gesto que era casi una burla de sí mismo. Pero luego se volvió hacia Lawler y habló en un tono de voz completamente diferente del que había empleado antes.

—Al menos, doctor, he llegado a comprender el por qué de que fracasara en mi sacerdocio. Debo de haber sido consciente durante todo el tiempo de que el Dios que estaba buscando, la Única Entidad Suprema que nos protege, es absolutamente inalcanzable. Por lo que a nosotros respecta, Él de hecho no existe. O, si lo hace, está en una región tan alejada de nuestra existencia que es igual que si no existiera en absoluto. Ahora comprendo finalmente que tengo que buscar a un dios inferior a Él, uno que esté más cerca de nuestro propio nivel de consciencia. Por primera vez, Lawler, veo la posibilidad de encontrar algún consuelo en esta vida.

—¿Qué clase de mierda estáis discutiendo vosotros dos? —preguntó Delagard, que se acercaba por detrás de ellos.

—Mierda teológica —respondió Quillan.

—Ah. Ah. ¿Una nueva revelación?

—Siéntate —dijo el sacerdote—. Te lo contaré.

Inflamado por la lógica de su nueva revelación, Quillan recorrió el barco dispuesto a compartirla con cualquiera que deseara escucharlo. Pero encontró pocas personas receptivas.

Gharkid pareció el más interesado. Lawler siempre había sospechado que aquel extraño hombrecillo tenía una vena mística; y ahora se lo podía ver, tan enigmático como siempre, sentado con los ojos relucientes y una actitud de la más profunda atención, absorbiendo absolutamente todo lo que decía el sacerdote. Pero, como siempre, Gharkid no tenía comentarios propios que ofrecer, sino tan sólo alguna tímida pregunta ocasional.

Sundria pasó una hora con Quillan y luego fue a ver a Lawler, con aspecto perplejo y meditativo.

—Pobre hombre —comentó—. Un paraíso. Espíritus santos caminando por entre la maleza y repartiendo bendiciones entre los peregrinos… Todas estas semanas pasadas en el mar tienen que haberlo sacado de sus cabales.

—Si es que estuvo en ellos alguna vez.

—Desea tremendamente el entregarse a alguien que sea más grande e inteligente que él. Ha estado persiguiendo a Dios durante toda su vida, pero creo que en realidad sólo intenta encontrar el camino de vuelta al útero materno.

—Qué cosa tan cínica has dicho.

—¿No es así, sin embargo? —Sundria recostó la cabeza sobre los muslos de Lawler—. ¿Tú qué crees? ¿Le encontraste algún sentido a toda esa rimbombante palabrería matemática? ¿O a la teología? ¿Al paraíso? ¿A los espíritus santos?

Él le acarició la espesa y oscura cabellera. Los meses de viaje la habían puesto áspera y le habían conferido un aspecto quebradizo y encrespado, pero continuaba siendo hermosa.

—Una cierta parte —dijo él—. Al menos puedo comprender la metáfora que utiliza. Pero no tiene ninguna importancia, ¿sabes? No para mí. Podría existir una infinidad de capas distintas de dioses en el Universo, cada uno con dieciséis veces más ojos que los dioses de la capa inmediatamente inferior; incluso Quillan podría tener una prueba absolutamente irrefutable de la existencia de todo ese elaborado galimatías, y aun así no significaría nada para mí. Yo vivo en este mundo y sólo en este mundo, y aquí no hay ningún dios. Lo que pueda estar sucediendo en los niveles superiores, si es que existen, no es de mi incumbencia.