– Todo en orden. Pero mande que le echen un vistazo.
Montalbano volvió a subir al automóvil, lo puso en marcha y se inclinó para recoger unos periódicos que se habían caído. Cuando se incorporó, vio a Anna apoyada en la ventanilla abierta.
– ¿Cómo estás, Anna? -La muchacha se limitó a mirarlo sin contestar-. ¿Y bien?
– ¿Y tú eres un hombre honrado? -le preguntó Anna con voz silbante.
Montalbano comprendió que se refería a la noche en que había visto a Ingrid semidesnuda en su cama.
– No, no lo soy -contestó-. Pero no por lo que tú te piensas.
Nota del autor
Considero indispensable afirmar que este relato no nace de las crónicas de sucesos y que no guarda ningún parecido con hechos reales: todo se debe enteramente a mi fantasía. Sin embargo, como en los últimos tiempos la realidad parece superar a la fantasía, incluso abolirla, puede haberse producido alguna desgraciada coincidencia en el terreno de los nombres o las situaciones. Pero de los juegos del azar, ya se sabe, nadie es responsable.
Andrea Camilleri