– A los trece ganó la primera Partida del Siglo.
– Te rogamus, audi nos.
– A los catorce, era campeón de los Estados Unidos de América.
– Abundo: exaudí nos.
– A los quince años se había convertido en el Gran Maestro más joven de la historia y fue presentado a los sabios del templo. Viajó con Joan a la Unión Soviética, donde los filisteos estalinistas se negaron a enfrentarse a un niño, salvo Tigran Petrossian, que le concedió un blitz…, ¡un solo blitz, camaradas!
– Kyrie, eleison.
– A los diecisiete abandonó el colegio y comenzó a prepararse para su Misión.
– Libera nos a malo.
– En 1972 le arrebató la corona a Boris Vasiliévich Spassky, pero fue crucificado en el Gólgota islandés por la FIDE del doctor Max Euwe, que se lavó las manos, como Poncio Pilatos, plas-plas, y aquí no ha pasado nada.
– Propítius esto.
– Habitó entre nosotros, pero no quisimos reconocerle… -protestas entre los afiliados -.Hablo en general, caballeros-puntualizaba Carranza, y seguía entonando-:Desapareció de nuestra vista para castigar tanta ingratitud. Él nos ha desamparado, a ver si así escarmentamos…
No dio señales de vida hasta el 82, cuando apareció una publicación de catorce páginas titulada: I Was Tortured in the Pasadena Jailhouse!
– ¡Yo estuve martirizado, supliciado, diríamos, en la cárcel-casa, o sea, la mazmorra de Pasadena, que es nombre de lugar! -tradujo Carranza.
El folleto explicaba que había sido detenido. Se trataba de un montaje (acusación falsa, policías comprados, jueces de pacotilla, etcétera) cuyo único propósito era hacerle pasar una noche en comisaría. ¿Para qué? Pues, una vez narcotizado con Nembutal, para instalarle micrófonos en no se sabía si tres o cuatro piezas dentales. Se proponían obtener grabaciones magnetofónicas de sus pensamientos. ¿Con qué objeto? ¡Apoderarse de la fórmula Omega, claro está! Se decía que Bobby la había descubierto por fin en el lavabo de un motel de Sausalito. En pocas palabras, era un señor complot. El Pentágono y el Kremlin estaban detrás de todo. Los bancos suizos también. Y Krupp. Y el Mossad, con los judíos del New York Times (al que Bobby llamaba Jew York Times).
Seis años después, en 1988, Bobby envió otra señal de difícil interpretación para los afiliados. Patentó un nuevo reloj de ajedrez que, en lugar de restar, sumaba tiempo cada vez que un jugador movía. ¿Les estaba pidiendo que tuvieran más paciencia o insinuaba que debían entrar en acción y hacer algún movimiento? Carranza interpretó que les convenía disponer de una unidad armada y ordenó al nuevo socio, Toni Maroto, el taxista gordo, la creación del Comando Suicida.
Después del 88…, ¡silencio!, ¡impaciencia!, ¡oscuridad total!
El curso del tiempo permaneció detenido hasta su reaparición en 1992. Se enfrentaba de nuevo con Spassky en territorio de Venezolandia, la nueva monarquía creada por la unión de las repúblicas rivales de Hertzia y Catodia.
La expectación era angustiosa; la angustia, intolerable; la tolerancia del genio, minúscula. ¿Y si después de todo dejaba de jugar? ¿Y si se retiraba por culpa de la altura de la mesa, de una bombilla fundida o de la distancia a la que estuviera la primera fila de butacas?
Esa misma tarde apareció en el café el benjamín de los afiliados, Toni Maroto.
– Venezolandia está en guerra civil -anunció.
– ¡Será posible!
– Los americanos acaban de decretar un bloqueo y no quieren dejar jugar a Bobby…, la partida está aplazada sine die…
– Sin el día, ablativo de tiempo indefinido -explicó Carranza.
– ¿Qué va a ser de nosotros?
Derribados sobre los veladores, aquellos hombres de acero se echaron a llorar como niños de corta edad.
Sólo tenían ganas de cerrar los ojos y que alguien les sujetara la cabeza entre las manos.
Capítulo 3 Postal de la estación FINLANDIA
Los acontecimientos que desencadenaron la guerra fratricida en Venezolandia dieron comienzo en el capítulo 375 de Inverecunda Fernández, cuando la Reina de la Pequeña Pantalla, Zenaida Madurka, iba a llamar por teléfono a Julio Alberto Bustamante, el popular capitán de empresa.
Busta comunicaba.
En el ínterin, ciertas conductas que tenían lugar en segundo plano comenzaron a provocar alarma social.
El mayordomo murmuraba, nadie acudió a abrir la puerta, las camas estaban por hacer; y la chica, bebiendo coñac del bueno.
Una vergüenza.
A las órdenes de Pedro Fonseca, la «eminencia gris» de la subversión, el servicio acabó por amotinarse con todas las consecuencias.
Para salvar el capítulo, Reina Zenaida tuvo que improvisar un tentempié a base de fiambre frío y petit-fours recalentados en el microondas.
Cuando iba a dar comienzo la emisión del capítulo 376, los seguidores de don Pedrito, el «resentido gallego», se habían hecho fuertes en el salón de recibir.
Tras leer una soflama leninista-polpotista, emprendieron el asalto a la piscina y el abordaje de las colchonetas inflables, desde las que las reales personas platicaban con unos matrimonios amigos instalados en tumbonas.
James L. Martell, el indiscutido Rey de la Pequeña Pantalla y marido intermitente de la encantadora Zenaida, fue decapitado a mano por su propio valet de chambre.
Otra vergüenza.
Un surtidor de sangre tiñó de azul cobalto el agua en la que la heredera buceaba con los ojos cerrados, ajena al drama político-social-familiar.
En la superficie, la real cabeza flotaba hacia la colchoneta de la Reina.
Se produjo entonces una confusa carnicería, complicada de seguir con la única vídeo-cámara disponible.
La infame horda de don Pedrito, cegada por el resentimiento, se abalanzó sobre el simpático grupo y comenzó a decapitar matrimonios amigos en cadena, como en la nueva fábrica de alfileres de Bustamante.