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– Pero no ha probado bocado…

– No le gustará lo que cocinas, Paquita.

– ¿Y su familia qué? Estarán pasando verdadera angustia…

– ¿La familia? ¡Dale con la familia!

Que no le vinieran a Antonio con familias, por favor.

¡El mayor peligro al que nos hemos enfrentado jamás!

Precisamente, las familias sólo vivían a la espera de acontecimientos dramáticos, para poder convertirse por fin en un camión volquete, que era lo único que de verdad querían en esta vida. Su mayor deseo era que se repitiera: hay que reconocer que Fulanito se volcó cuando lo de su hermano. Qué secreta alegría les producían las llamadas a las cuatro de la mañana. Cómo contabilizaban las noches sin dormir, las horas a pie de teléfono, el número de viajes ida y vuelta al hospital. Qué insistencia en no probar bocado, con la esperanza de contraer anemias diagnosticabas de las que enorgullecerse como de condecoraciones. Cómo añadían sacrificios innecesarios. Que no le vinieran a él con el sufrimiento de las familias. Una oportunidad para volcarse, eso era lo único que quería la célula familiar. Entregarse al ciento por ciento. A la familia sí que le habrían dado la alegría de sus vidas. La ocasión que esperaban para convertirse en un camión volquete.

Antonio sabía lo que de verdad querían: ¡sacrificios! ¡Entrega! ¡Morir los unos por los otros, si posible fuera!

No sabían qué hacer consigo mismos y buscaban ansiosos el momento de poder dar la vida a cambio de un mínimum de sentido: ésa era su propia fórmula Omega.

– Escuchadme los dos. No va a sufrir ningún daño. Garantizado. Cobramos el viernes y para el fin de semana está de vuelta en su palacio. Fin de la historia. -¿No podíamos darnos más prisa, Señor? -Cumplimos órdenes, Caissa. -¿Le gustarán las croquetas de bacalao? – ¡Y yo qué cono sé! Somos un Ce-Ese, no un restaurante, ¿enterados?

– Sí…, Señor.

– Está bien, está bien… Iré a verla -prometió por fin para atajar la rebelión de los peones.

Un Ce-Ese o Comando Suicida tenía que vivir en permanente situación de emergencia y, cuando se estaba en alerta roja, no se podía sucumbir a sentimentalismos.

Hacía tiempo, sin embargo, que Antonio calificaba de situación de emergencia cualquier actividad que requiriese la participación de otra persona. Secuestros, por ejemplo. O sexualidad. O ajedrez. Aborrecía el trabajo en equipo (por eso se ensimismaba a mano y componía problemas de mate en tres), especialmente si tenía que contar, no sólo con el imprevisible factor humano Ortueta, sino también con el misericordioso factor Paquita Montoya.

En la tele estaban poniendo una tertulia sobre Jesucristo. Un jesuíta miope intentaba convencer a sus contertulios de que el Crucificado era el Hijo de Dios y no (como aseguraban los demás) un extraterrestre que había viajado en la máquina del tiempo, tripulada por los cuatro evangelistas con sus cascos en forma de cabezas de animales. Negó también que recibiera instrucciones secretas de sus superiores. "Su misión no era nada secreta -afirmó-: vino a redimir con su muerte a la humanidad…, ¡si eso lo sabe todo el mundo!»

Ja, ja, ja…, los contertulios rieron ante la ingenuidad del sacerdote. Pérez Gómez, el director de cine al que Antonio conocía como Hernández o Fernández, aseguró que la eucaristía era un interface para establecer comunicación con el hiper-espacio: "Está demostrado que el vino de misa es uno de los superconductores más potentes». Añadió que Jesucristo era lo que él llamaría una cyborg-criatura y que el monte Calvario estaba hueco, porque se utilizaba como caja de resonancia para una potente emisora clandestina.

Las tres cruces eran antenas parabólicas, cada una en diferente amplitud de frecuencia.

Mientras Antonio se quedaba dormido frente al televisor, Ignacio Ortueta y Francisca Montoya conspiraban en el garaje a la luz de una linterna, metidos en sacos de dormir.

– Esto no puede seguir.

– Nos estamos pasando.

– Mira, Iñaqui, nos olvidamos del Consejo de Ministros y del dinero, soltamos a la chica y nos vamos yendo. ¿Cómo lo ves? ¿Qué te parece mi complot?

– Si la policía nos atrapa, a mí me da lo mismo. – La Princesa está triste…

– Eso es verdad.

– ¿Complotamos pues?

– Pues complotemos, venga. A mí que más me da, si estoy pronosticado.

– No seas imbécil y dame un beso.

Rodó hacia ella y se besaron en la boca, cada uno desde su saco, sin mover los brazos.

– ¿Qué?

– Nada, tía. Es el caballo, que te la baja. No hay manera.

– ¡Hijo mío, dichosas inyecciones!

– ¡Qué quieres, Paca, si estoy pronosticado! Yo no me prolongo, te lo advierto.

– Bueno, venga, pues duérmete.

Paquita le dio un beso en los labios, se subió desde dentro la cremallera del saco y cerró los ojos.

Capítulo 31 Soliloquios mecánicos

Antes de acostarse, la Princesa se lavó los dientes y conectó su omphaloscopío o «máquina de contemplarse el ombligo», en la que esta vez seleccionó la modalidad entrevista en exclusiva.

Nombre: María Virtudes de las Angustias Martell, conocida como Chituca y, en estos mismos instantes, bajo la identidad supuesta de Silvia Martín Pérez, conocida como ídem. Edad: cerca de las veinte primaveras. Profesión: a) Princesa Huérfana en el exilio y b) Agente Secreto de la resistencia antipedritista, ahora mismo capturada por el enemigo. Color: ora fucsia, ora azul abisal. Número: 360. Animal favorito o mascota totémica: el caballo tipo pony. Si tuviera que reencarnarse, ¿en qué o en quién preferiría hacerlo? Volvería bajo la forma de un parque en una gran ciudad. Con sol de invierno, eso sí, please. Quizá Central Park en New York City, si es otoño. O el Retiro de Madrid. Si puede ser, prefiero siempre nuestro entrañable Jardín de los Proceres, en pleno Caracópolis D. F. ¿Con qué personaje real o imaginario pasaría una velada íntima? Con Nuestro Señor Jesucristo, para hablar. Con Lenin, para hacerle ver las consecuencias de sus formidables errores, tal y como las estamos sufriendo en mi amada tierra patria. También con el Ornitorrinco, para escucharle interpretar baladas. Soy una fan total del Ornitorrinco, que es además muy buen amigo mío.