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La Princesa cabeceó en vertical sobre la almohada.

– …veintiséis…, veintisiete…, veintiocho…

– ¿Te da vergüenza decírmelo, ¿verdad que sí? ¿Pero a que mami lo adivina sin que tú le digas nada? ¿A que ha intentado meter su lengua en tu boca? Dime la verdad, mi vida, ¿a que sí?, ¿a que ha sido eso?

– Sí…

– …tggeintaidós…, tggeintaídós y medio…, un cuagto paga las tggeintaitggés…

– No llores, corazón, ya pasó todo… ¡Tienes tanto que aprender de los telespectadores!

Capítulo 6 Un problema aritmético

Salió de casa a las nueve, pero por el camino se detuvo para tomar anotaciones mentales, o más bien para garrapatearlas con letra nerviosa, tal y como había aprendido en las novelas. «Mejor no me vuelvas a llamar nunca, Mari -garrapateó al desgaire-. No quiero comprometerte.»

Si de verdad el comando iba a entrar en acción trepidante, su deber era pasarse ipso facto a la clandestinidad.

Se dirigía a lo que fue el Moon, en la Corredera Baja, a uno de esos actos culturales con tipos que parecían ventrílocuos, de tanto hablar en negrita y mover los dedos para poner comillas. Había muchas caras conocidas de distintas secciones de los periódicos. La mayoría, de la del horóscopo. El hombre que mostrará un inesperado interés en ti, la mujer que te invitará a un viaje y esos desconocidos en los que no debes depositar toda tu confianza, a menos que aclaren sus intenciones.

Maribel estaba de pie, apoyada en la columna y sonriendo a los famosos con ojos atónitos, entre azulados y grises, del color del planeta visto desde naves espaciales.

Llevaba el pelo recogido, blusa, falda corta y zapato bajo. Allí también era la más alta de las mujeres. Toni, el más gordo de los hombres.

Ella era igual que las demás. Es decir, tenía sus ojos miopes y navegables, su frente de campos elíseos, labios de coral, dientes de perlas, pecho de mármol, manos de marfil, uñas mordidas y el obligatorio par de bien torneados muslos, que en su caso eran demasiado largos, como las tardes de domingo.

Todas eran iguales. Todas te daban decepciones. Todas se iban de casa.

Como guapa, estaba guapa.

Para no variar, Antonio había vuelto a llegar tarde.

– Esto ya no es lo que era -le recordó Maribel.

Claro, Mari, por supuesto. Malasaña ya no era Malasaña, la movida no era la movida, la izquierda no era la izquierda, los viajes no eran como aquellos viajes, porque Marruecos tampoco era Marruecos y ni siquiera las constelaciones seguían en la misma posición, lo que sin duda iba a complicar la astronomía. Oquéis, Maribel, recibido. Cambio y corto.

Sus amigos, unos años mayores, habían llegado a todo justo a tiempo (cuando las cosas eran todavía las cosas) y ahora disfrutaban la merecida recompensa a la puntualidad. Se habían hecho parlamentarios, subsecretarios, publicitarios, empresarios y hasta comisarios de la policía, como Torrecilla, quién lo iba a decir. Los amigos de Antonio, en cambio, estaban dando clases de recuperación en academias, empleados en ferreterías, viviendo en casa de sus padres y subrayando oportunidades de ganar un mínimo de 250000 mensuales (superables) tricotando en su propio domicilio (paterno).

Suponía él, porque no había vuelto a ver a nadie del colegio, salvo el autodestructible Ortueta, que seguía vivo de milagro y a sus órdenes en el Comando Suicida.

Según estaban diciendo, ahora iban a tender un puente hacia la Generación Equis, que debía de ser esa juventud, diez años más pequeños, que salía en los suplementos dominicales.

Total, que se los iban a saltar, así que Antonio se acercó a la barra a por una ginebra andaluza.

– ¿Cuántas llevas, Toni?

– ¿Me estás echando cuentas?

– ¿Yo? Paso. Ya vas teniendo edad.

– Psst…, psst… -hizo Antonio, para atraer a Maribel a un aparte, imitando el sonido de los radiadores al purgarlos.

Vivir sin ser visto es peligroso: se evapora uno. Por eso seguía contándole sus cosas a Maribel, no sólo a pesar del amigo policía, sino también a pesar de que no le hiciera ningún caso.

– Tenemos que hablar, Mari. Con la guerra esta, ya sabes, y Bobby sin jugar…, en fin, que a lo mejor me veo obligado a intervenir…

– Déjalo, Antonio. Algún día tendrás que empezar a crecer, ¿no te parece?

¿Crecer? La vida adulta y tal y cual, patatín patatán. Pues mira, no. A él no le parecía. La vida. Ese humo. Esa sombra. Ese cristal. Esa niebla en la que hay ropa de quita y pon, los tímidos son de una timidez enfermiza y el tiempo se convierte en tiempo material. ¡La vida de las personas mayores! Esa sombra sin bulto. Ese humo sin fuego. Esa niebla opaca. Ese cristal de una ventana que no da a ninguna parte. No, gracias. ¿Para qué? ¿Para acabar tomando de postre una pieza de fruta, como si las manzanas fueran desmontables?

Para ti toda, Mari.

Para mi un gintónic de Larios, por favor.

Acodado en la barra, se repetía esas preguntas sin respuesta que nos hace siempre la ginebra. Seamos sinceros, si no tenían puerta de calle, ¿por dónde se entraba en Comercial Fagido y en Enrique Busián? «Se vende. Razón portería» ¿significa que venden el piso por la sencilla razón de que no aguantan al portero? Póngame otra de lo mismo. ¿Por qué había ido, si sabía que Maribel iba a estar allí? ¿Cuál era esa palabra, la única que a veces conseguía escribir Flaubert tras un día entero de trabajo? ¿Supercalifragilisticoespialidoso? ¿Perdóname, Mari? Otro gintónic, por favor. ¿Mejor que no me llames nunca? ¿Mejor? ¿Puedo vivir sin su voz grabada? ¿O me evaporaré y acabaré empañando el parabrisas? ¿Qué ha sido de ti? ¿Y de mi? ¿De nosotros?

– Beber no resuelve los problemas, Toni.

Vale. No resolvería, pero simplificaba. Era pura aritmética. Beber sustituye un conjunto abrumador n+1 de problemas por uno solo: dónde y cuándo me voy a tomar la próxima. Después de cinco, no queda otra preocupación. -Llámame pronto, Mari, por favor.