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Martin, un hombre tranquilo y solemne que había crecido para parecerse a su padre, flotaba entre una tripulación de estudiantes-pilotos más jóvenes en la cubierta de observación de la Nave de la Ley, fina como una aguja y de diez kilómetros de longitud. Todas las Naves de la Ley habían sido construidas con el material de la propia Tierra muerta. Con el centro de la galaxia a la vista, aún inconcebiblemente lejos, recordó las discusiones que había tenido con los Mamis de la nave al principio del viaje.

—¿Y si encontramos la civilización de los devoradores de planetas, y ha madurado? ¿Y si es hermosa y noble y rica de cultura, y lamenta sus pasados errores? ¿Deberemos destruirla igualmente?

—Sí —habían respondido los Mamis.

—¿Por qué? ¿Qué bien conseguiremos con ello?

—Porque es la Ley.

De hecho, los constructores de los devoradores de planetas habían llegado muy pronto, hacía miles de años, a darse cuenta de su error. Habían entretejido los sistemas planetarios en torno a su estrella madre con docenas de falsas civilizaciones, engañosos radiofaros, incluso señuelos biológicos creados a través de la ingeniería genética, completos hasta su último detalle excepto uno…, la habilidad de engañar a una Nave de la Ley.

Tres años de la nave antes, Martin había recorrido la superficie de uno de esos planetas señuelo, maravillándose ante la creatividad, el absoluto gasto de energía.

El planeta había revelado sofisticadas defensas. Apenas habían conseguido escapar de la trampa.

Ahora se estaban acercando…

Si fracasaban, otros les seguirían; más informados, más conscientes de los peligros y trampas de aquel ramal de los bosques galácticos.

Pese a sus dudas intelectuales, Martin se sentía comprometido. A menudo pensaba en la vieja Ley, y en los centenares de civilizaciones maduras que la habían abrazado. En su corazón, un frío y racional odio y un hambre de venganza hacía eco a las exigencias de justicia.

Sabía, por extraño y fuera de proporción que pudiera ser, que una de sus motivaciones subconscientes clave era vengar la muerte de un simple y no complicado amigo: un perro. Recordaba vívidamente aquellas horas en la cabina de observación del arca que habían endurecido su alma.

Muchos de los humanos a bordo de la Nave de la Ley habían nacido en el Arca Central y nunca habían conocido su mundo natal. Todos ellos estaban dedicados a la búsqueda, indiferentes a todo lo demás.

Silenciosamente, cada día, antes del breve sueño del espacio profundo, Martin pronunciaba un juramento que se había hecho a sí mismo:

A aquellos que mataron la Tierra: ¡cuidado con sus hijos!

Así es como se mantiene el equilibrio.

AGRADECIMIENTOS

Mi agradecimiento especial a Larry Niven, John Paul, Jonathan Post, John Anderson y, como siempre, Karen y Poul Anderson. Beth Meacham, después de comprar este libro, vivió parte de él, lo mismo que su esposo, Tappan King, mi esposa, Astrid, y Kim Stanley Robinson. La ciudad de Shoshone es real, un lugar encantador, y tengo una profunda deuda de cariño y muchas espléndidas horas con Susan, Charles, Maury y Bernice Sorrells.

Greg Bear es uno de los escritores jóvenes más representativos y de mayor éxito del momento actual dentro de la ciencia ficción norteamericana. Es licenciado en física y matemáticas, y esos antecedentes científicos se hacen patentes en buena parte de su obra, que puede englobarse dentro de la más sólida «hard science fiction». En la actualidad, según sus propias palabras, Greg Bear vive en Seattle, California, con su esposa Astrid, su hijo pequeño Erik, un gato, tres Nebulas, un Hugo, y casi un millón de libros. Los tres Nebulas y el Hugo los consiguió por otros tantos relatos cortos. Su producción de novela larga es aún escasa, pero de gran calidad, y ha obtenido un notable éxito en los Estados Unidos: dos novelas de ciencia ficción, Blood Music y Eon, y dos fantasías, The Infinity Concerto y su secuela The Serpent Mage, «escritas para desintoxicar». Las dos novelas de ciencia ficción han aparecido ya en España con los títulos Música en la sangre y Eón, con una gran acogida del público lector.

Con ésta su tercera gran novela de ciencia ficción, La Fragua de Dios, Greg Bear ha superado todo lo que había escrito anteriormente, hasta el punto de ver cómo era nominada para el premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción del año. Los pronósticos afirman que es una de las más firmes candidatos a conseguirlo; unos pocos meses después de la aparición de ésta su primera edición española lo sabremos; pero, lo obtenga o no, La Fragua de Dios seguirá siendo siempre una de las más lúcidas, sólidas y angustiosas novelas que se hayan escrito nunca sobre el tema del fin del mundo.

DOMINGO SANTOS

Título originaclass="underline" The Forge of God

Traducción: Domingo Santos

Cubierta: Antoni Garcés

Primera edición: Enero de 1989

© 1987 by Greg Bear

© de esta edición, Ediciones Júcar, 1989

Fernández de los Ríos 20. 28015 Madrid. Alto Atocha 7. Gijón

I.S.B.N.: 84-334-4023-3

Depósito Legaclass="underline" B. 2.503 — 1989

Producción: Fénix Servicios Editoriales

Impreso en Romanyá/Valls. Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona)

Printed in Spain