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—Treinta —dijo Minelli.

—Veintinueve —dijo Reslaw.

—Entonces yo soy la mayor —afirmó Stella.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Edward.

—No es asunto suyo.

—Ellos lo saben —indicó Reslaw—. Preguntémoselo.

—No se atreverán —advirtió Morgan, riendo.

De acuerdo, pensó Edward, estamos de buen humor, o de tan buen humor como cabe esperar en estas circunstancias. No vamos a ser torturados, excepto unos cuantos pinchazos. No tiene ningún sentido saberlo todo de cada uno de nosotros en este preciso momento. Puede que permanezcamos aquí durante largo tiempo.

—Hey —chilló de pronto Minelli—. ¡Supervisor! ¡Supervisor! Mi rostro…, mi rostro. ¡Algo está creciendo en él!

Edward sintió que se le aceleraba el pulso. Nadie dijo nada.

—Oh, gracias a Dios —dijo Minelli unos momentos más tarde, suavizando algo la situación—. Sólo es la barba. ¡Hey! Necesito mi maquinilla eléctrica.

—Señor Minelli —dijo el supervisor—, olvide esas bromas, por favor.

—Hubiéramos debido advertirles acerca de él y su sentido del humor —señaló Reslaw.

—Soy conocido como un auténtico tonto del culo —explicó Minelli—. Se lo digo por si acaso se lo piensan mejor acerca de seguir manteniéndome aquí.

PERSPECTIVA

AAP/NBS WorldNet, Woomera, Australia del Sur, 7 de octubre de 1966 (USA: 6 de octubre):

Pese a la decisión del primer ministro Stanley Miller de «aparecer ante el público» con la noticia de visitantes extraterrestres en Australia Meridional, los científicos del lugar han transmitido hasta el momento muy poca información. Todo lo que se sabe es esto: El objeto descubierto por los prospectores de ópalos en el Gran Desierto Victoria se halla a menos de ciento treinta kilómetros de Ayers Rock, justo encima de la frontera de Australia Meridional. Se halla a unos 340 kilómetros al sur de Alice Springs. Su apariencia ha sido camuflada para que se parezca a los tres grandes tolmos de la región, Ayers Rocks y los Olgas, aunque es aparentemente más pequeño que esas bien conocidas formaciones. El Departamento de Defensa ha rodeado el lugar con unos 150 kilómetros de alambre espinoso en tres círculos concéntricos. Las actuales investigaciones están siendo llevadas a cabo por los científicos del Ministerio de Ciencias y la Academia de Ciencias australiana. Ha sido ofrecida la ayuda de los oficiales del Centro de Investigación australiano en Woomera y las instalaciones de rastreo de la NASA en Island Lagoon, aunque la cooperación científica y militar con otras naciones no ha sido confirmada hasta el presente.

6

El autobús Mercedes gris oscuro recogió a Arthur Gordon y a Harry Feinman junto al pequeño reactor de pasajeros de las Fuerzas Aéreas y los llevó a través de una enormemente custodiada puerta al Centro de Operaciones Espaciales de Vandenberg. Por la ventanilla, sobre una colina de cemento aproximadamente a kilómetro y medio al norte, Arthur pudo ver la mitad superior de un transbordador espacial junto con su tanque externo color naranja óxido y sus cohetes impulsores blancos, apoyado al lado de una enorme torre de sustentación de acero.

—No sabía que estuvieran preparados para este tipo de cosas, quiero decir, traer especimenes aquí —dijo Arthur al oficial con uniforme azul que estaba sentado a su lado, el coronel Morton Hall. Hall tenía aproximadamente la misma edad que Arthur, era ligeramente más bajo, corpulento y presumido, con un fino bigote y un aire de tranquila paciencia.

—Hablando francamente, no lo estamos —dijo Hall.

Harry, sentado frente a ellos, al lado de un teniente de pelo negro llamado Sanborn, se volvió y miró por un lado del apoyacabezas. Cada miembro del grupo civil iba acompañado por un oficial.

—Entonces, ¿por qué está todo aquí? —preguntó Harry.

—Porque éramos los más cercanos y porque podemos improvisar —dijo Hall—. Disponemos aquí de algunos medios de aislamiento.

—¿Para qué son utilizados, en circunstancias normales? —preguntó Harry. Miró a Arthur con una expresión entre la picardía y el resentimiento.

—No estoy autorizado a discutir eso —dijo Hall, sonriendo ligeramente.

—Eso fue lo que creí —indicó Harry a Arthur—. Sí, por supuesto. —Asintió, y volvió a mirar hacia delante.

—¿Qué está pensando, señor Feinman? —preguntó el coronel Hall, aún sonriendo, aunque más tensamente ahora.

—Estamos trasladando la investigación sobre armamento biológico al espacio —dijo concisamente Harry—. Módulos automatizados controlados desde la Tierra. Si hemos de volver a traerlos aquí, deberán ser aislados. Los hijos de puta.

La sonrisa de Hall vaciló pero, un tanto a su favor, no desapareció del todo. Él había suscitado su propia trampa.

—Entiendo —dijo.

—Todos nosotros poseemos las más altas credenciales y la autorización presidencial —le recordó Arthur—. Dudo que haya nada aquí que pueda quedar fuera de nuestro conocimiento, si presionamos lo suficiente.

—Espero que se den cuenta ustedes de nuestra posición aquí, señor Gordon, señor Feinman —dijo Hall—. Todo este asunto nos fue echado encima hace apenas una semana. Todavía no hemos puesto a punto todos nuestros procedimientos de seguridad, y pasará algún tiempo antes de que decidamos quién necesita saber qué.

—Me inclinaría a pensar que esto tiene prioridad por encima de prácticamente cualquier otra cosa —dijo Arthur.

—Todavía no estamos seguros de lo que tenemos aquí —admitió el coronel Hall—. Quizás ustedes, caballeros, puedan ayudarnos a definir nuestras prioridades.

Arthur hizo una mueca.

—Ahora la pelota está en nuestro tejado —dijo—. Touché, coronel.

—Mejor en su tejado que en el nuestro —dijo Hall—. Todo este asunto ha sido una pesadilla administrativa. Tenemos a cuatro civiles y a cuatro de nuestros propios hombres en aislamiento. No tenemos orden de arresto ni ningún otro documento formal para ninguno de ellos, y no hay…, bien, ya pueden imaginarlo. Hasta ahora solamente podemos apelar a la seguridad nacional.

—¿Y el «hombrecillo verde»? —preguntó Harry, volviéndose de nuevo.

—Oh…, es nuestra atracción estrella. Primero verán a esa cosa, luego hablaremos con los hombres que la encontraron.

—«Esa cosa» —murmuró Arthur—. Tendremos que encontrarle un nombre menos ominoso, y pronto, antes de que «la cosa» se convierta en algo del dominio común.

—Nosotros lo hemos estado llamando el Huésped, con H mayúscula —dijo Hall—. No hace falta decir que hemos intentado evitar toda publicidad.

—No es probable que lo consigan durante mucho tiempo, con los australianos haciéndolo público —dijo Harry.

Hall asintió, enfrentándose a lo práctico.

—Todavía ignoramos qué saben ellos de lo que tenemos aquí.

—Probablemente los rusos sí saben ya lo que tenemos —señaló Harry.

—No seas cínico, Harry —advirtió Arthur.

—Lo siento. —Harry sonrió como un muchacho atrapado en falta al oficial que tenía al lado, el teniente Sanborn, luego a Hall—. ¿Pero estoy equivocado?

—Espero que lo esté, señor —dijo Sanborn.

En una explanada de cemento a dos kilómetros y medio de la pista de despegue del transbordador espacial se alzaba un implacable edificio de cemento con paredes que se inclinaban hacia dentro, y que cubría casi una hectárea de terreno. La parte superior de las paredes se elevaba tres pisos por encima de la llanura circundante de cemento y asfalto.